
Desde que los monos se hicieron humanos tienen la costumbre de pasar la vida rebobinando trozos de tiempo. Pasar revista del pasado y recordar aquello que una vez tuvimos y ya no, es una afición muy extendida: masticamos los recuerdos con la lentitud de un camello. ‘500 días juntos’ es la historia de una digestión. El protagonista hace un inventario en retrospectiva de su última relación amorosa: chico con ojos de cocker desgraciado se enrolla con chica en el cuarto de las fotocopiadoras. En el instante en que ella confiesa que su Beatle favorito es Ringo Starr deberían saltar todas las alarmas y sospechar que el asunto no tiene futuro. Pero no. Las expectativas siempre visten gafas de sol que eliminan la claridad.
Mediante saltos adelante y atrás en el tiempo de esta pareja, el guión va contando su historia con la misma estructura narrativa de ‘Dos en la carretera’, aquella película en la que Audrey Hepburn preguntaba: «¿Qué clase de personas se sientan en un restaurante y no se dicen nada?». «Los matrimonios» respondía Albert Finney. Esta sentencia que habla sobre el desgaste del tiempo tiene su equivalente aquí: «¿Qué pasó? Lo que siempre pasa: la vida». Uno se llena de intenciones y el tiempo se encarga de vaciarlas.
Por aquello de restar dramatismo al tono nihilista-pesimista de párrafos anteriores, diré que el tratamiento de la película es ligero, amable y divertido. En lugar de estrellas inalcanzables intentando pasar por gente normal, los protagonistas son guapos camuflados que pasean su felicidad publicitaria por cines, museos y tiendas de vinilos, al tiempo que suenan canciones de éxito que se integran con gran desparpajo en la banda sonora. El guión, hábilmente construido, hace un recorrido por los lugares comunes del noviazgo sacándoles punta con la precisión del que afila un lápiz y le sale una pluma. En toda esta peripecia de enamoramientos, rupturas, reconciliaciones y otras contingencias, el protagonista descubre que las cosas siempre van bien hasta que dejan de ir bien. También aprende algo decisivo: nunca hay que traspasar el umbral del cuarto de las fotocopiadoras.
(Publicado en La Voz de Galicia)