28 julio, 2013

Yesterdays



 Ya que la semana pasada no hubo canción, hoy me siento en la obligación de poner dos. Aaron Diehl al piano, Paul Sikivie al contrabajo, Rodney Green a la batería y Cecile McLorin Salvant cantando en el Detroit Jazz Festival. El segundo tema es una versión de ‘Yesterdays’ de Jerome Kern.

 Cecile McLorin combina uno de los peinados más sencillos del mundo con unas gafas de difícil descripción y una voz que, maldita sea, parece la de Sara Vaughan.

25 julio, 2013

Bola de fuego

 photo Boladefuego_zps7aae86a3.jpg

 El guión de ‘Bola de fuego’ fue el último que escribió Billy Wilder para otro director. Vendió la historia con la condición de estar presente en el rodaje y ver cómo trabajaba Howard Hawks. Forma parte de la leyenda que esta película fue un curso rápido de dirección para él. «Lo mío es muy sencillo, yo no me complico la vida, pongo la cámara a la altura de la mirada de un hombre y listo», decía Hawks. Su afán por pasar desapercibido y su escasa afición a la floritura hacen que sus películas sean directas, efectivas y concisas: nunca sobra un plano. Según Wilder, «Hawks dominaba su herramienta, era un maestro de la concatenación. La mayoría de las veces los espectadores ni siquiera se daban cuenta de los cortes de montaje». Al parecer, Wilder se marchó del rodaje porque no aprendía nada. Era como ver jugar a Messi. Parece lo más sencillo del mundo. Cualquiera hace lo que él, solo hay que ponerse.

 El guión de ‘Bola de fuego’ posee una fontanería prodigiosa. Uno podría encontrar un cabo suelto en los diez mandamientos, pero ¿en un guión calcetado por Wilder? Inútil. Además de proporcionarle a Hawks uno de sus temas favoritos (un grupo de profesionales en peligro por culpa de una mujer torbellino), hace la mejor versión hasta la fecha de ‘Blancanieves y los siete enanitos’.

 Un comité de sabios recluido en una mansión escribe una enciclopedia del saber humano. Creen que lo saben todo de la vida pero no han llegado al primer capítulo. Viven apartados del mundo hasta que llega un espécimen asombroso que siembra el caos. Por las comedias del cine clásico transitan mujeres con nombres extraordinarios como Sugar Kane o Lorelei Lee. Todas tienen algo en común: son capaces de hacer que la civilización se tambalee. En este caso, Barbara Stanwyck interpreta a Sugarpuss O´Shea, una cabaretera que pone patas arriba la vida de un manso, un hombre con punto de ebullición bajo al que pone rostro Gary Cooper. Por si alguien lo duda: es Gary Cooper quien ejerce de Blancanieves.


                                                                                                                                     (Publicado en La Voz de Galicia)

17 julio, 2013

Buenos días

 photo Buenosdiacuteas_zpse897f872.jpg

 Cuando uno es sencillo en su forma de ser, de hablar o de hacer películas, corre el riesgo de ser tomado por tonto. A menudo los festivales y los críticos confunden lo sencillo con lo simple y premian o elogian a cineastas cuyas obras no entiende casi nadie y parecen destinadas a ser interpretadas con una güija. Yasujiro Ozu es un experto en el arte de no darse importancia. Su única regla: no enfatizar, no subrayar. Con un estilo despojado y sobrio como el pomo de una puerta, sus historias transmiten serenidad, reposo, y se rigen por una depuración extrema tanto formal como argumental. Todo en su cine es engañosamente sencillo, como un haiku.

 'Buenos días' es un retrato de las pequeñas mezquindades de un barrio modesto japonés dominado por el chismorreo vecinal. En una de las familias, dos niños deseosos de ver la lucha libre reclaman con insistencia un televisor para el hogar. Los padres se niegan en redondo, les riñen y les exigen que se callen, ya que hablan demasiado. Los niños deciden comenzar una huelga de silencio indefinida y, antes de enmudecer, afirman que los adictos a la cháchara inútil son en realidad los adultos. Esta es la forma que tiene Ozu de decirnos que las palabras huecas llenan todos los espacios, aumentan el ruido y no dejan sitio a las palabras importantes. Con esta excusa argumental mínima, Ozu aprovecha para introducir todos sus temas predilectos: las relaciones humanas, la modernidad, la diferencia generacional o la importancia de la honestidad.

 Su gusto por rodar secuencias largas lo convierte en un virtuoso a la hora de situar la cámara en el sitio exacto. La coloca en un punto de vista bajo y retrata a sus personajes a base de planos frontales. Así es como filma: de frente. Los planos cuidadosamente encuadrados, la simetría y el despiece de líneas son tan espartanos que 'Buenos días' podría convertirse fácilmente en la película favorita de Mondrian. Explorar la belleza de la exactitud con una ausencia absoluta de pretensiones: no hay otro resumen para Ozu. Tuvo precisión hasta en el momento de su muerte. Nació y murió el mismo día: vivió 60 años justos.


                                                                                                                                    (Publicado en La Voz de Galicia)

11 julio, 2013

Un lugar llamado Milagro

 photo UnlugarllamadoMIlagro_zpscbe34d32.jpg

 Cuando le preguntaron a Borges acerca de un debate de televisión en el que había estado con Juan Rulfo, narró la experiencia de la siguiente manera: «Nada, yo hablé sin parar y Rulfo de vez en cuando introdujo algún que otro silencio». ‘Un lugar llamado Milagro’ es un canto a la vida sencilla en el que las palabras son importantes y los silencios definitivos. Los personajes riman con el mundo de Rulfo, pero poseen una comicidad que los acerca a Borges. Milagro, siempre con el sol a contraluz, es una zona cero del ‘realismo mágico’, esa etiqueta denostada ahora por los jóvenes escritores latinoamericanos, que escupen al suelo en cuanto oyen mentar la bicha.

 En este pueblo se pueden agotar las existencias de munición porque a alguien le han requisado su vaca. También hay una vieja loca, Rulfiana, agazapada tras las ruinas de una casa que lanza piedras a los transeúntes que circulan por la calle. Y está ‘Lupita’, la cerda que arranca las sábanas de los tendales y hace compañía a don Amarante, el más anciano del lugar, que se levanta cada mañana y sentencia: «Gracias, Dios, por darme un día más». Su edad lo faculta para hablar con los espíritus que salen a pasear y despachan asuntos con los vivos. Uno de estos difuntos levantiscos es el que le advierte del peligro que amenaza Milagro: un pelotazo urbanístico quiere convertir el pueblo en una urbanización de lujo. Solo hay un problema. José Mondragón se niega a vender su parcela, no quiere resurgimientos económicos con visión de futuro para unos pocos, se empecina en plantar un bancal de judías. Su apego a la tierra lo bautiza como resistente. Ya sabemos lo que eso significa. La disidencia es contagiosa, las causas perdidas, aún peor: son una peste.

 Poco a poco, crece una pequeña revolución de solidaridad y la película se convierte en una utopía ecologista que apuesta por una forma de vivir antigua, radicalmente en contra del estilo Eurovegas. Mientras exista alguien que levante la mano y diga no, a la revolución, como a don Amarante, siempre le quedará un día más. Aquí nadie entona un blues por un tiempo que se acaba, al contrario, sacan las escopetas de cartuchos.


                                                                                                                                       (Publicado en La Voz de Galicia)

07 julio, 2013

Talkin' 'bout a revolution



 Tracy Chapman.    

 En el relato ‘Raza, reporteros y responsabilidad’, Gay Talese narra la pelea entre un jugador negro de la NBA y su entrenador. El incidente, es una versión trasplantada al baloncesto del cabezazo que Djalminha le propinó a Javier Irureta cuando éste entrenaba al Deportivo en 2002. La pequeña pieza de Talese data de 1997 y describe cómo el circo mediático trata de convertir una agresión deportiva en una cuestión de odio racial. Lo que sigue es un fragmento de ese texto:

 «Uno de los asesores legales del jugador, Johnnie Cochran, un exponente sin igual del racismo como arma defensiva, aparecía a menudo en los noticiarios de televisión y la prensa, condenando la decisión de la liga como un ataque al sentido común. Pero este ataque al sentido común, en mi opinión –la de alguien que ha sido testigo del baloncesto profesional durante más de cuarenta años, y que comenzó en los años cincuenta como periodista deportivo-, fue fomentado por los medios de comunicación al apresurarse a ceder su tiempo de emisión y su espacio en las noticias a gente que busca llamar la atención y que utiliza los hechos para sus propios fines y con cualquier valor publicitario que pueda extraerles».

 Un texto muy elocuente que, desde el pasado, describe nuestro presente de intoxicadores profesionales con oficio lucrativo. Me refiero a toda esa gente que acude a los programas de éxito, disfrazados de periodistas, para, en realidad, colocar una mercancía al servicio del buen pagador. A veces, uno observa con estupor la forma en que plantean este periodismo de plató como un salto evolutivo cuando la burra que venden tiene la edad de Maquiavelo.

 Si alguien duda de lo anterior, solo tiene que sintonizar un canal de televisión. No importa cual. No importa qué día. No importa a qué hora.

03 julio, 2013

Rufufú

 photo Rufufuacute_zps0c67cff1.jpg

 Una de las más hermosas exaltaciones del tentempié se produjo hace unos meses en un barrio de Vigo. Un hombre, armado con un cuchillo de cocina, atracó un banco y huyó con 600 euros. Tras un respiro, el mismo asaltante robó otra sucursal a 500 metros del asalto anterior y, en una de las huidas mejor ejecutadas que se recuerdan, cruzó la plaza y entró en el bar de enfrente a tomar una caña y una tapa. ¿Quién no ha tomado una caña como método de escape en alguna ocasión? 'Rufufú' es una parodia de las películas de atracos perfectos. Un grupo de ladrones planean la forma de llegar hasta una caja fuerte a la que se refieren con asombro como «la comadre». Después de un esfuerzo logístico notable y un butrón sin parangón en la historia de la ineficacia, el atraco se convierte en atracón. Solo hay un botín: potaje de garbanzos con morcilla.

 Mario Monicelli estaba considerado un autor menor, un artesano eficiente sin el prestigio de Antonioni, Fellini o Visconti. Muchos directores de comedias italianas se encontraban en una segunda línea, escondidos tras la sombra de realizadores con mucha ínfula y películas de gran enjundia. Algunas de ellas, vistas hoy, son de lo más banal. Monicelli fue tan listo que no cometió el error de tomarse demasiado en serio. Sin énfasis ni adorno, supo reflejar la realidad de su tiempo: una Italia pobre que huye de la posguerra y en la que el dinero para comer sale del refajo de una falda. Cuando Mastroianni se acerca a la cárcel para visitar a su mujer y le cuenta el dinero que va a ganar en el atraco, ella le contesta: «Vale, pero si no te atrapan acuérdate de comprar un colchón».

 Detrás de 'Rufufú' hay unos intérpretes excepcionales, un buen guión y una dirección sin pretensiones que posee el tono de una novela picaresca. Los protagonistas creen que trabajar es indigno, una afrenta para el gremio. Hace falta gente seria en «el negocio». Uno de los ladrones escapa de la policía confundiéndose entre los trabajadores de una fábrica y su compañero le grita: «Peppe, no seas loco, que te van a hacer trabajar».


                                                                                                                                       (Publicado en La Voz de Galicia)