30 noviembre, 2014



 'For all we know' | Chet Baker (1929-1988).

28 noviembre, 2014

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 Snow blizzard on the road to Korçë, Albania, 1994 | Josef Koudelka.

26 noviembre, 2014

El buscavidas

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 Uno ve jugar al gordo de Minnesotta y el precio de la entrada queda amortizado al instante. Esa forma de bailar con su sombra, flotando alrededor de la mesa de billar como Fred Astaire y deslizando el taco como si estuviese meciendo suavemente a Ginger Rogers, acuna al espectador con tal disimulo que éste cae hipnotizado con la fascinación del gorrión que mira a una serpiente. Su primera partida es un recital. Solo le falta pasar la gorra, declarar el dinero y pagar el IVA en aplausos. Imposible comenzar mejor y con más ritmo una película que en realidad es una metáfora sobre la indecencia del sistema capitalista y su querencia por amputar la dignidad de las personas y desaguar a los perdedores a través de las troneras.

 ‘El buscavidas’ exhibe sin pudor ese arquetipo americano, casi un axioma, en el que dinero es igual a triunfo. Ganar o perder. Éxito o fracaso. Peor aún, adelanta el mundo que ahora tenemos a nuestro alrededor, repleto de gente con miedo a pagar el precio de decir «no» y cuya razón última para levantarse de la cama es la economía. El retrato de la película es tan feroz que el capitalismo acaba desnudo, llorando solo debajo de una ducha fría.

 El dinero está interpretado por George C. Scott, uno de esos tipos que compran el hoy a bajo coste y venden el mañana con el beneficio que aporta robarle el futuro a otros. Es el apoderado (palabra con temperamento obsceno) de un arrogante Paul Newman, que representa el talento y la ambición por llegar a la cima aun a costa de vender su alma. La lucha eterna entre mercaderes y artistas. Piper Laurie es el ciervo herido incapaz de adaptarse a un mundo despiadado. Una tullida que evidencia que los lisiados son los demás. La congoja que transmite la convierte en uno de los seres más solos y desamparados de la historia del cine. La secuencia del bar de la estación de autobuses en la que ella y Newman se van juntos sin mediar palabra parece salida de una fotografía de Robert Frank. Una escena de amor tan triste como mirar al fondo de un pozo. ‘El buscavidas’, sin adjetivos ni adornos, únicamente con unas cuantas mesas de billar y un par de personajes a la deriva, explica que es mucho más difícil ser persona que campeón.


                                                                                         (Publicado en La Voz de Galicia)

23 noviembre, 2014



 'Jubilee Street' | Nick Cave & The Bad Seeds.

20 noviembre, 2014

Nubes Flotantes

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 Al hablar de la cinematografía japonesa siempre se menciona a Yasujiro Ozu, Akira Kurosawa y Kenji Mizoguchi. Juntos, forman un lugar común. Son las bestias sagradas, los principales destinatarios de todos los elogios. Sin embargo, como ocurre a menudo, bajo la sombra alargada de estos tótems hay otros nombres, más olvidados, más enterrados, suplentes de un banquillo imaginario a la espera de un ojeador que los convierta en titulares. Es el caso de Mikio Naruse. Veinte minutos del metraje de ‘Nubes Flotantes’ bastan para darse cuenta de lo urgente de su rescate. No posee la sobriedad extrema de Ozu pero sí la misma precisión y su tenacidad por podar lo superfluo. No tiene el aliento operístico de Kurosawa pero sí el mismo pulso narrativo. En cuanto a Mizoguchi, ambos poseen la misma querencia por los travellings, siempre  íntimos y decisivos en sus películas.

 La mano de Naruse a la hora de componer imágenes y administrar la intensidad de un drama a base de contención lo revela como un cineasta de maestría indiscutible. Su manera de contar en voz baja, y a pequeños sorbos, la historia de amor en tiempos desgraciados que narra ‘Nubes Flotantes’ da fe de ello. La película se asemeja a un río que oculta una corriente subterránea fuerte y peligrosa bajo una superficie serena.

 Yukiko y Tomioka se conocen en Indochina durante la Segunda Guerra Mundial y se enamoran. El suyo es un amor de paréntesis, es decir, aquel que surge durante circunstancias fuera de lo común (un viaje, una noche especial, un conflicto bélico) y suele morir al término de esa coyuntura. Finalizada la guerra ya nada es lo mismo. El tiempo, la derrota, y la vuelta a la normalidad en un Tokio de posguerra desolado, parecen destruirlo todo. El esfuerzo obstinado de Yukiko por soplar los rescoldos del pasado convierte Indochina en ese «Siempre nos quedará París» de ‘Casablanca’, solo que, al contrario que Ingrid Bergman, Yukiko no se resigna, no se conforma con anclarse a un recuerdo, ella quiere tomar París, vivir en él, envejecer allí. Su lucha posee la épica de la desesperación que consume a aquellos que comprueban una y otra vez que el futuro siempre tiene el mejor regate.


                                                                                              (Publicado en La Voz de Galicia)

16 noviembre, 2014



 'Girl you´ll be a woman soon' | Urge Overkill.

13 noviembre, 2014

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 Provincetown, 1976 | Joel Meyerowitz.

11 noviembre, 2014

En un lugar solitario

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 Cuando Nicholas Ray pidió que le habilitasen una cama en uno de los camerinos del plató de ‘En un lugar solitario’, su matrimonio con Gloria Grahame, la protagonista, ya era un destrozo. A pesar de esta mudanza de supervivencia y de un clima laboral que invitaba a hacer malabares con motosierras en marcha, consiguió rodar una película deslumbrante, insólita para su época y detenida en el tiempo, en ese lugar reservado a las obras que no se parecen a ninguna otra. El arranque de la película, con los ojos en el retrovisor de un tipo que podría ser un detective o un asesino, y resulta ser un guionista, ya introduce al espectador en los códigos del cine negro, con su romanticismo desesperado y sus decorados de sombras diseñadas que parecen ocultar los pensamientos de los personajes. Imagino que el lugar solitario del título es ese territorio en el cual algunos escritores se pelean con una página. Quizá sea el sitio más solo e inhóspito del mundo: dentro de uno.

 El guionista que interpreta Humphrey Bogart dibuja un retrato del Hollywood clásico lleno de cinismo y amargura («Tengo por costumbre no ver nunca las películas que escribo»), aunque esto es solo el aparejo, lo importante es su historia de amor con Gloria Grahame, un relato que incluye la desconfianza, la soledad y el maltrato, con unos destellos tan fulgurantes que es imposible no pensar si el guión y la situación personal del propio Ray no serán la misma cosa. Bogart, sombrío y atormentado, se comporta aquí como alguien que ha pisado una mina antipersona y aguarda el momento propicio para levantar el pie. Adelanta esos papeles de Dennis Hopper, siempre al borde de la explosión.

 Su medio millón de vasos rotos en bares y su gesto de actor petrificado, agarrando dulcemente la barra con los codos, lo avalan como personaje de ese otro Hopper, el pintor que nunca dejó de explicar el cine en sus cuadros. Sus pinturas y el argumento de esta película tratan el mismo asunto: la imposibilidad de ser feliz. Nicholas Ray logra una temperatura y una crispación tan notables que la película parece filmada con insomnio y frenada con un hachazo, despreciando el ‘happy end’ como quien le da una patada a un perro.


                                                                                               (Publicado en La Voz de Galicia)

09 noviembre, 2014



 'Darn that dream', Zürich Jazz Festival, 1975 | Dexter Gordon (1923- 1990).

06 noviembre, 2014

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 El Paso, Texas, 1977 | Manel Armengol.

04 noviembre, 2014

'M' El vampiro de Düsseldorf

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 Fritz Lang es un explorador implacable de los sótanos y las alcantarillas de la condición humana. En su cine la inocencia suele ser la primera en morir: solo hay sitio para víctimas y verdugos. Cualquiera que vea ‘M. El vampiro de Düsseldorf’ puede pensar que se encuentra ante una muestra primitiva de ese género, ahora tan popular, que trata sobre los asesinos en serie. Y está en lo cierto. Sin embargo, esa es solo la cáscara. Lo que realmente interesa a Lang es retratar la sociedad a través de los pliegues oscuros de las personas, un túnel subterráneo que recorre toda su filmografía y para lo que posee una facilidad y una precisión inauditas.

 Un asesino de niñas tiene aterrorizada a la población alemana. El hecho de que cualquiera pueda ser el criminal instala la paranoia y convierte en soplón o espía a cualquier vecino. El clima de crispación dibuja una sociedad temerosa, amenazada, rodeada de una violencia latente y más falsa que una certeza. La alusión al ascenso del nazismo en la República de Weimar es clara: el hambre, la miseria, el miedo y el populismo crecen ante la crisis económica que sufre el país. Esta alarma social ejerce una gran presión sobre dos grupos de personas: la policía, obligada a responder a esa histeria colectiva ante los políticos, y las redes de maleantes, cuyas actividades e ingresos están cayendo debido al atosigamiento de la policía. O sea, el problema, igual que hoy, es en realidad la economía. A eso se reduce todo. Nunca hubo asesino tan múltiple: mata a las niñas y a la economía.

 El lumpen de la ciudad, que ve peligrar sus puestos de trabajo, decide organizarse y atrapar por su cuenta al criminal, que, ahora sí, es cazado como una rata. El montaje en paralelo que hace Lang entre las reuniones organizativas de la policía y el hampa es tan moderno, irónico y refrescante que causa asombro. La conclusión que se extrae de esta secuencia es evidente: ambos colectivos son idénticos. Algo como lo que ocurre a menudo en el palco VIP del Bernabeu, donde la acumulación de talentos es tan enorme que uno llega a confundir el gremio al que pertenece cada cual.


                                                                                           (Publicado en La Voz de Galicia)

02 noviembre, 2014



 'Satisfaction' | Otis Redding (1941- 1967).