30 diciembre, 2014

El sueño eterno

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 Hace unos meses, Lauren Bacall protagonizó otra vez ‘The big sleep’, solo que ahora ‘el gran sueño’ llegó de verdad. De repente, su famoso elogio del silbido en ‘Tener y no tener’ se vuelve urbanizable y goza de una penetración social sin precedentes. Obituarios, columnas y redes sociales silbaron tanto y tan deprisa que casi logran inflar una burbuja, o sea, una leyenda, con el exceso de aire. No seré yo quien le escatime superlativos a La Flaca, pero ‘Tener y no tener’ es un vehículo a la medida de Humphrey Bogart y ella, aunque descarada, deliciosamente impertinente y con esa mirada de gacela imposible de atrapar, para mi gusto está demasiado atrapada en ese papel de chica subyugada por la estrella.

 ‘El sueño eterno’ ya es otra cosa. Ambos intérpretes están a la misma altura. Howard Hawks repite el mismo equipo de la película anterior, solamente cambia a Hemingway por Raymond Chandler y su facilidad para esparcir el olor a corrupción por todo el auditorio. Esta segunda colisión Bogart-Bacall es un combate de esgrima verbal repleto de estocadas y dobles sentidos escupidos con tal desprecio que las escaramuzas de la pareja protagonista se convierten en un prodigio de humor, velocidad, química e ironía. En definitiva, encanto. Ver a Lauren Bacall deslizarse por un decorado escoltada por un travelling de Hawks recuerda a ese razonamiento presocrático que afirma que la naturaleza del agua consiste en fluir. No es descartable que Hawks ruede travellings presocráticos. Su manera de contar parece un anzuelo para el espectador: las escenas, ligeras y espontáneas, van cayendo una tras otra y la inercia te arrastra. Al final, de lo que se trata desde el inicio de los tiempos es de hipnotizar al gallinero. Howard Hawks lo sabía mejor que nadie.

 Por eso en ‘El sueño eterno’ se fuma bien, se bebe como si hubiese sequía y se muere al menor descuido. Una obra capital del cine negro cuya trama enrevesada incluye drogas, vicio, crímenes, pistoleros a sueldo, mafiosos de primera, maleantes de segunda y unos diálogos que tintinean como piedras de hielo al chocar con cristal de tugurio. El guión de William Faulkner y Leigh Brackett, basado en la novela de Chandler y pulido por Jules Furthman, es una montaña rusa de ingenio y réplicas sarcásticas, al servicio de una pareja con un timing tan asombroso que dejan los silbidos para los pregoneros de Twitter.


                                                                                    (Publicado en La Voz de Galicia)

28 diciembre, 2014



 Don´t worry baby | Ronnie Spector.

25 diciembre, 2014

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 Martin Martinček (1913- 2004).

23 diciembre, 2014

Plácido

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 Todos los años, cuando se acerca ese lugar común que es la lotería navideña y salen a cabalgar frases de urinario tipo «lo importante es la salud», «si toca, tapamos unos cuantos agujeros» o, recientemente, «el 20% se lo lleva Montoro», me acuerdo de ‘Plácido’, la película que deberían poner en todos los hogares el día de Navidad. Su manera de entender la caridad posiblemente la convierta en el villancico más corrosivo de la historia del cine. Si algún título de Frank Capra se topase de frente con ‘Plácido’ bajaría la vista y escurriría el bulto discretamente, preso del sonrojo que produce ser más famoso sabiéndose inferior.

 El argumento es como sigue. En una pequeña ciudad de provincias, unas señoras aficionadas a rezar el rosario y a llevar guantes de perlé inventan la campaña navideña «Cene con un pobre». Aunque prefieren un buen accidente vascular a cenar con un indigente, su deseo de aparentar generosidad, con la pompa del que ofrece puros al que no fuma o una copa de champán al muerto de hambre, oculta su deseo secreto de fumigarlos. Todo va estupendamente hasta que un pobre enferma y se les encasquilla la caridad. Plácido, contratado para el evento, sufre muchas más calamidades que Ulises en su odisea mientras trabaja e intenta pagar al mismo tiempo la letra de su motocarro, al borde de un ataque de embargo. Ya me dirán qué es un cíclope comparado con un notario, que posee dos ojos y además sabe escribir.

 Esta pequeña y vertiginosa screwball comedy de la hipocresía reúne semejante caudal de ingenio, vitriolo y realidad que uno se da cuenta de que Berlanga y Azcona calzan el mismo número de broca. Juntos son como un taladro. La facilidad con la que manosean las entrañas de la sociedad de su tiempo, junto con su aversión al sermoneo y a la solemnidad les confiere el estatus de seres especiales. Esos que nacen de tanto en tanto. Su capacidad para convertir el vinagre en risa es antológica. Sus personajes, siempre mediocres y mezquinos, y siempre tratados con una enorme ternura y bondad, nos cuentan que el mundo está bien inventado solo para unos pocos y que la vida puede ser una mierda. ‘Plácido’ posee la minuciosidad y la sobriedad de un atestado, de hecho puede que sea eso: el atestado de una España tan antigua que era el futuro.


                                                                                   (Publicado en La Voz de Galicia)

21 diciembre, 2014



 Body and Soul | Amy Winehouse & Tony Bennett.

18 diciembre, 2014

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 Venecia, 1959 | Willy Ronis (1910-2009).

16 diciembre, 2014

La mejor juventud

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 Todo comenzó con un encargo de la RAI de Berlusconi para hacer una serie de cuatro episodios que retratase la historia de Italia. Una vez entregado el producto final, los mandamases de la RAI comprueban con estupor que la calidad de la serie es escandalosamente superior a los patrones televisivos. No saben qué hacer con ella. Ante el riesgo de defraudar a su audiencia con algo tan bueno, deciden que no puede emitirse. Mucho menos en ‘prime time’. Quizá en algún canal de menos rango. Quizá de madrugada. Se asemejan a un padre primerizo en las puertas del paritorio al que los médicos entregan un niño con dos cabezas. Una anomalía. La búsqueda de un destierro creativo finalizó al aparecer el festival de Cannes, que la rescató del desguace, le cambió la chaqueta – pasó a ser una película de seis horas de duración – y la proyectó en la sección ‘Un certain regard’, donde recibió el primer premio. Había surgido una perla en la bahía más contaminada del mundo.

 ‘La mejor juventud’ muestra la vida cotidiana y el clima social y político de Italia durante el último medio siglo, en el que las ideologías y las ilusiones de los sesenta y los setenta se van quedando como boyas a la deriva. Las inundaciones de Florencia en el 66, los movimientos estudiantiles de los 70, las Brigadas Rojas, los despidos masivos de la Fiat en los 80, el asesinato del juez Falcone y la corrupción endémica del país son el marco que envuelve la historia de dos hermanos, Nicola y Matteo, a los que el director utiliza como vehículo para vertebrar el argumento. Nicola, alegre y optimista, es un espejo de Franco Basaglia, aquel doctor que acuñó el término antipsiquiatría y finiquitó esa tradición que veía a los locos como presos a domesticar o muebles abandonados, nunca como personas. Su hermano Matteo viaja en dirección contraria: entiende el mundo con la tristeza de los inadaptados. Es una de esas personas que llevan la lluvia por dentro. Solo escampa en su interior cuando lee. «Meter palabras en la cabeza» lo llama él. ‘La mejor juventud’ es una película de locos que iluminan el mundo. Una historia sobre el peso de los recuerdos, sobre la huella que dejamos en los que vienen a continuación y, ante todo, un estudio acerca de cómo huye el tiempo. Se parece a un libro que no cierra bien. Una vez terminado te sigue masticando por dentro durante días.


                                                                                          (Publicado en La Voz de Galicia)

14 diciembre, 2014



 I´m a man of constant sorrow | Fragmento de 'O´Brother'.

12 diciembre, 2014

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 Florida, 1969 | Joel Meyerowitz.

10 diciembre, 2014

Pasión de los fuertes

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 Los profesores de mi colegio no soportaban ver a los chavales con las sillas apoyadas en las dos patas traseras y balanceándose adelante y atrás. Probablemente ignoraban (la mayoría de los alumnos también) que era un homenaje a la puesta en escena de ‘Pasión de los fuertes’, a ese momento en que Henry Fonda apoya la pierna en una columna y se balancea para compensar la ausencia insoportable de una de esas mecedoras que habitan los porches de John Ford.

 Recién llegado de la II Guerra Mundial, Ford demuestra lo poco que necesita para construir la leyenda mil veces cantada del duelo en OK Corral entre Wyatt Earp –acompañado por el tuberculoso ‘Doc’ Holliday – y los Clanton. Algo de polvo del desierto a contraluz, unas tabernas humeantes, Monument Valley, por supuesto, y ese andar sereno y elegante, tan próximo a un ave zancuda, de Fonda. Sin aspavientos, dirige una película irregular en lo argumental y espléndida en el aquel de fabricar imágenes para la memoria. Wyatt Earp de espaldas alejándose bajo la lluvia, las noches expresionistas, comparables a cualquier obra maestra del cine negro, y esos paisajes tectónicos, con cielos de catedral que ocupan las dos terceras partes del fotograma, proporcionan una hondura elegíaca que carga la película con un aliento más contemplativo que épico. Un western cercano a la poesía. Nadie rueda como Ford esos grandes planos generales que son a la vez planos cortos, como si el espectador hiciese un travelling mental que lo acercase al pensamiento íntimo de los personajes.

 A veces los escritores necesitan dejar un texto macerando para después volver a él ya en frío y poder editarlo de manera más objetiva. Durante el rodaje, el director irlandés solucionaba este problema de perspectiva cambiando el parche de ojo. Qué sencillas parecen las películas cuando las afina el tuerto. Nunca hubo mostrador de ‘saloon’ mejor filmado que aquí. Ni más expresivo. Parece una pista de aterrizaje por la que se deslizan suavemente los choques de miradas, o una frontera en la que reinventar el mundo frente a una botella, como ese momento en el que Fonda descubre al Julio Camba de la hostelería cuando pregunta: «Mac, ¿Nunca has estado enamorado?» «No –responde Mac –. He sido camarero toda mi vida».


                                                                                     (Publicado en La Voz de Galicia)

07 diciembre, 2014



 Have you ever seen the rain? | Creedence Clearwater Revival.

04 diciembre, 2014

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 White Sands National Monument, 1964 | Garry Winogrand (1928-1984).

02 diciembre, 2014

Los duelistas

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 Poco después de su estreno, muchos expertos despacharon ‘Los Duelistas’ como una película preciosista sin más. Ridley Scott y el director de fotografía Frank Tidy fabrican un envoltorio pictórico tan reluciente que se podría impartir una clase de historia del arte extrayendo unos cuantos fotogramas. Desde sus púlpitos influyentes, los tasadores sentenciaron con ojos de urraca: brilla demasiado. Detrás de la luz que entra a través de las ventanas parece estar Vermeer colocando focos, dándole tiempo a Velázquez a ubicar meticulosamente a los actores dentro del encuadre. El aparejo de la película combina los paisajes del romanticismo alemán con los fondos tenebristas de Caravaggio y las velas de Georges de La Tour, velas, por cierto, mucho más bellas estéticamente que aquellas tan cacareadas de ‘Barry Lyndon’ que, a fuerza de ser reales, me resultan falsas. Así ocurre a veces en el cine: lo verdadero resulta poco verosímil mientras que el truco, lo falseado, adquiere un poso de realidad difícil de explicar. Al fin y al cabo, eso es el cine: mentir bien la verdad.

 ‘Los Duelistas’ está basada en un relato corto de Joseph Conrad. Dos soldados del ejército de Napoleón tienen una escaramuza por un detalle sin importancia. Ese duelo queda inconcluso y a lo largo de los doce años siguientes, en distintas campañas y ciudades de Europa, reanudan su pelea. Por diversas circunstancias nunca terminan de matarse pero invariablemente, cada vez que se encuentran, retoman su lucha personal. El origen de la disputa se borra con el paso de los años, ni siquiera importa. Llega un momento en que la leyenda de su enfrentamiento es tan célebre que no son dueños de sí mismos: se deben a su reputación y a las expectativas de los demás. El paso del tiempo se convierte así en protagonista de un guión que va avanzando gracias a los pequeños movimientos sísmicos de cada combate, todos con un estilo narrativo diferente y con su propio inicio, nudo y desenlace. Esa estructura pausa-duelo, pausa-duelo, va dosificando un ‘crescendo’ que transforma el desafío en una obsesión de resonancias míticas. Ridley Scott, además de cuadros, pinta el rastro poderoso de Conrad, con su soledad y sus callejones sin salida.


                                                                                       (Publicado en La Voz de Galicia)