25 junio, 2011

State & Main

 Hace unas semanas apareció en los periódicos la noticia de que el actor Jeremy Piven abandonaba la obra de teatro "Speed the plow" de David Mamet alegando una enfermedad. Este actor es conocido por su papel, sin duda notable, en una serie americana titulada "El séquito", donde se narran las correrías de un actor de Hollywood con su pandillita de amigos. Parece ser que las aventuras, fiestas, tías buenas, colecciones de ferraris y colegueo que forman parte (son el eje central) de los argumentos, están basados en las andanzas reales de Mark Walhberg, curiosamente productor de la serie, cuando llegó a Hollywood con cuatro amiguetes. Lo novedoso del asunto es que la serie muestra la trastienda del mundo del cine con sus agentes, sus porcentajes, sus productores bronceados, sus apaños, sus egos, sus tiburoneos y, de forma divertida, parecemos testigos de como todo el oropel californiano de mueve al ritmo de una sola palabra: negocio. Las marcas publicitarias se daban martillazos en la boca unas a otras con tal de aparecer en la serie que, por supuesto, se convirtió en un caramelo del merchandising y el product placement. Marcas de ropa, bebidas alcohólicas, automóviles de lujo, hasta Nike sacó una línea de zapatillas que protagonizaron un episodio.

 La brillantez de ese oropel fue tal que enseguida empezó a atraer como un imán a todas las celebridades del cine que se pasaban por la serie a hacer de sí mismos en, a veces, prolongados cameos. Todos se apuntaban al "yo también soy de ese club de ricos que se lo pasan guay". Así, aparecían en diversos episodios James Cameron, Scarlett Johansson, Scorsese, Karate Kid (inolvidable), Matt Damon, Lebron James, Peter Jackson, Bono, Hugh Hefner, Eminem, Jessica Alba, Lenny Kravitz... en fin, una lista inabarcable... hasta la séptima temporada.

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 En la séptima temporada, la cosa cambió un poco. A lo largo del tiempo, la serie recibió múltiples críticas por ser demasiado light y edulcorada, una serie blanca y gamberra (sólo lo justo para caer bien) que se limita a contarte "qué guay es ser una estrella de cine". Aparte de follar a diestro y siniestro todas las tías buenas que pasan por delante, los cuatro amiguetes son unos tipos sanotes y divertidos. Problemas Shakespearianos, ninguno gracias.
Doug Ellin, el creador de la serie, cansado de esta eterna cantinela, decidió que en la séptima temporada se acababa el "buen rollito". Se dejaron de evitar las arenas movedizas y se empezó a pasear por el lado oscuro de eso llamado "éxito". Toneladas de cocaína, tramas alcohólicas, tipos que caen en barrena, gente que nada en aguas profundas y, de repente, se vio la otra trastienda, la de las fotos policiales de los Mickey Rourkes, de los Dennis Hoppers y los Robert Downey Juniors. Ese mundillo de fotos de mamada inoportuna con Hugh Grant o de orgías farloperas de Charlie Sheen, pone de manifiesto el pequeño salto que hay de estrella a estrellado. La miseria no admite excepciones.

 De todas formas, no nos engañemos, la serie tampoco de transformó en una tragedia griega. No se convirtió en el "Sunset Boulevard" del Hollywood actual, eso seguro. Aún así, todos los Scorseses y Bonos que pasaban por la serie para que se les considerase tipos enrollados y cool, dejaron de hacer el paripé y huyeron, como siempre ocurre en Hollywood, de cualquier cosa que huela a políticamente incorrecto. Es lo que tiene la hipocresía, puedes ser un impresentable y hacerte un montón de fotos abrazando osos panda, pero no dejes que te fotografíen cerca de Tiger Woods, no sea que las brujas de Salem se fijen en ti y los patrocinadores, esos seres que encuentran acomodo allí donde sopla el viento, te abandonen porque te han cogido escupiendo en la calle.

 Bien. Como me ocurre habitualmente, me he liado con lo que yo llamo digresión inútil. Volvamos al principio. Jeremy Piven, que tiene fama de estar igual de loco que su personaje en la serie, ha dejado colgado a David Mamet con su nueva obra de teatro argumentando, a través de su agente, problemas de salud. Concretamente, una subida en el nivel de mercurio. Según el actor, esta intoxicación se debe a que ha comido demasiado sushi.
Cualquiera puede imaginar la gracia que le hizo a David Mamet todo esto. Al día siguiente publicó una nota antológica en la revista "Variety" (la biblia del sector) que rezaba así: "Lamento los problemas del señor Piven y le deseo mucha suerte en su nueva carrera como termómetro".

 De esto era de lo que quería (inicialmente) hablar hoy, de David Mamet, un tipo capaz de crear frases como puñetazos. La película, una de las menos conocidas suyas, State & Main. David Mamet. 2000.

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 Un equipo de rodaje sale por piernas de la localización original por un "problemilla" de faldas del actor principal y llegan a Waterford un pequeño pueblo de Vermont. Naturalmente el rodaje lo coloniza todo -como en la vida real- e intentan prepararse para empezar a rodar al cabo de 3 o 4 días. Es la historia de la preproducción de un largometraje disparatado, el "antes" de rodar. Un servidor desearía que el cráneo privilegiado de Mamet hiciese una trilogía con el "durante" y el "después".

 La película es una sátira descarnada acerca del mundo del cine, con sus ambiciones, vanidades, pasiones y locuras. El bisturí que usa David Mamet para escribir el guión pone al descubierto las miserias que esconde el cine debajo de sus alfombras. Es una acida mirada al cine por dentro. En 1995, Tom DiCillo dirigió una película titulada "Vivir Rodando", también graciosísima, sobre otro rodaje disparatado con esa etiqueta de "cineindependientenosvamosaSundance,tío". Esta película requería de un mínimo bagaje acerca del cómo se fabrican las películas, es decir, conocer un poco por encima los mecanismos de funcionamiento de un rodaje, para que los gags funcionasen. Con la gente que desconoce totalmente el proceso, no funciona tan bien. Si un equipo de rodaje en cautividad se asemeja, de alguna manera, a un circo, estas dos películas son circensemente complementarias, sólo que cada una hace un espectáculo diferente contando lo mismo.

 En "State & Main" es mucho mas fácil entenderlo todo, porque toda la historia funciona llevando al extremo todos los estereotipos y tópicos conocidos por todo el mundo. Y pese a que algunas cosas parecen disparatadas, acabas dándote cuenta de que uno, que se dedica a la muy dudosa labor de hacer películas, ha sido testigo de cosas así. Incluso mucho peores.
Los desastres previos al inicio del rodaje son cosas como las que siguen. Una peli que, al principio, se titula "el viejo molino", cuando descubren que no hay molino acaba titulándose "los fuegos del hogar" porque hay estación de bomberos (la de los Huskis de Waterford, nada menos). Una actriz que lo primero que hace al llegar es decirle al guionista ¿cómo puedo pagarte por haber escrito un papel tan maravilloso?. A los diez minutos quiere marcharse de la película porque tiene que enseñar una teta. Y, por supuesto, un clásico incunable, un actor que prefiere decir lo que le conviene y no lo que esta escrito en el guión. Porque es muy creativo.

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 Es maravilloso como está integrado el pueblo y sus habitantes en la trama, un pueblo lleno de personajes pintorescos que parecen tontos pero, de repente, sueltan una genialidad con todo el sentido común del mundo. En todo esto hay una nostalgia por una forma de vivir antigua, un canto a la vida sencilla donde alguien te arregla las gafas con un trozo de sedal o enciende una lámpara de aceite cuando se marcha la corriente, sin darle la menor importancia.

 El hilo conductor de la película es un guionista que ha perdido su máquina de escribir, cuando realmente el que está perdido es él. Ese guionista está retratado como si su oficio consistiera en observar el mundo, es el único del equipo que se fija en cómo es la gente del pueblo y en cómo viven. Se encuentra entre dos mundos, el de la gente sencilla y el del equipo de rodaje donde todo son presiones, vanidades y todo importa una mierda salvo los intereses de cada uno.
Mientras para todo el mundo, la película es una historia normal y corriente, para el guionista su guión versa sobre "la búsqueda de la pureza". En un mundo donde, tanto lo que hay delante de la cámara como lo que hay detrás, está construido sobre la apariencia y la mentira, el guionista busca la verdad, busca su "pureza". En los ojos de este guionista parece estar escrito ¿todo esto merece la pena?. Pregunta que, dicho sea de paso, me encuentro agazapada detrás de la esquina en numerosos trabajos.

 En el cine que se hace ahora las comedias ya no existen, las han sustituido por artefactos con Jennifer Aniston, donde las situaciones y los diálogos hacen que te sonrojes de vergüenza ajena. Acabas dando las gracias porque Billy Wilder esté muerto y no tenga que ser testigo de todo esto. De lo contrario le daría un jamacuco (coronariamente hablando). Las nuevas comedias son las películas de acción, son tan ridículas que es imposible que no te asalte una risa nerviosa.

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 Mamet escribe un guión de un talento prodigioso, pinta una obra maestra cuyas pinceladas invisibles consisten en un repertorio inabarcable de diálogos brillantísimos cada 20 segundos, una historia de un guionista que a su vez acaba siendo influenciado por su propio guión. Es decir, una historia dentro de muchas historias. Hoy en día es muy extraño ver guiones así, por eso es tan deslumbrante ver un guión tan luminoso e inteligente pero, sobre todo, divertidísimo. Es de esas películas donde en la escena final se atan todos los cabos sueltos con el pegamento de la risa.

                          ¿De verdad? ¿Bob Barrenger va estar en esta película?
                           Dios Santo.

11 junio, 2011

Bullitt

 Una película que se sostiene por una mirada. A pesar de que los ejecutivos bronceados de Hollywood gastan mucho dinero y esfuerzo intentando aparentar que poseen la fórmula del éxito a la hora de fabricar películas, lo cierto es que no saben por qué una película funciona o, por el contrario, fracasa. Si lo supiesen, todas las películas serían éxitos y pasarían todavía más tiempo en el solarium o haciendo como que saben jugar al golf. Nadie conoce el secreto exacto que convierte a una película en grande, a veces es una gran interpretación la que hace crecer la película, otras veces es un buen guión (tener una buena historia ayuda, claro), el buen hacer de algún director, incluso alguna banda sonora ha conseguido aupar a alguna película y anclarla en la memoria colectiva pero, lo cierto es que nadie sabe qué extraña alquimia provoca que una película pase de ser mediocre a memorable. Hoy, voy a pasar un ratillo hablando de una de esas películas que se identifican totalmente con el nombre del actor que la protagoniza, ya que esa es su baza ganadora: Bullitt. Peter Yates. 1968.

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 En la vida hay personas que poseen el arte de eclipsar a los que están a su alrededor, tienen ese "no se qué" que llama la atención cuando entran en un sitio, simplemente no se puede evitar mirarlos. Con algunas estrellas de cine ocurre exactamente eso, tienen encanto, presencia, esa extraña cualidad de llenar la pantalla con la mirada. Bullitt, es una historia al servicio de una estrella, Steve McQueen, y la película se pliega a su lucimiento. Está repleta de primeros planos de McQueen, esto es por una razón: porque la película son las miradas de su protagonista. La película empieza y acaba en Steve McQueen. Puede que nadie hable de sus dotes interpretativas pero posee, sin duda, un indudable magnetismo. Era todo un experto en hacer películas repletas de estrellas tipo "Los siete magníficos" o "La gran evasión" donde, contra todo pronóstico, acababa robándoles la película.

 Bullitt es una de esas películas de procedimiento policial, al protagonista le encargan un caso y lo resuelve de forma profesional, aunque tenga que pisarle los callos a ese jefe arribista y lameculos que, a los espectadores, siempre nos va a caer fatal. McQueen, interpreta a un enigmático policía de mirada y gesto calculado, estilizado, neutro, pero, sobre todo, tope "cool". Se pasea toda la película muy pendiente de su propia estética, con su jersey de cuello alto, su americana, su gabardina y su Mustang, que se convertiría en una de las marcas inolvidables de esta película. Convierte en elegantes los gestos más banales, salir del coche, apuntar con un arma o coger el periódico. Y, el no va más, encima es íntegro e insobornable. Hace todo lo que le da la gana y, maldita sea, con estilo.
El detective que interpreta McQueen desprende tanta personalidad que podría convertir el darle una patada a un cachorro en un acto glamouroso. Podría maltratar a un delfín o pegarle a una anciana con varices y, aún así, aplaudiríamos.

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 No es de extrañar que, en las décadas posteriores, esta película se convirtiera en el icono de un estilo que, los espectadores actuales, no sienten como desfasado, al contrario que otras películas de esa época a las que el rodillo del tiempo ha pasado por encima. Todo este "aura" que hoy percibimos como "retro" tiene un vínculo evidente con el estilo publicitario, toda la película es como un spot alargado y esto, por una vez, no afecta peyorativamente a la película. Hoy en día se siguen fabricando spots imitando (copiando literalmente) el estilo de Bullitt. Al que le apetezca ver tres ejemplos distintos de todo esto, puede verlos en este enlace, en este otro y también aquí.

 Las nuevas generaciones la ven como el prototipo de lo "cool" setentero aunque la película es del 68. La verdad es que Peter Yates adelantó la forma de narrar de los thrillers policiales que vendrían en los 70, fue capaz de plantearse otra manera de filmar las cosas, alejándose (sólo un poco) de la narrativa clásica de las películas de detectives de años precedentes. Posiblemente, fue el pionero de una moda que arrasaría en los thrillers de los 70: diseñar momentos álgidos en forma de secuencias espectaculares de acción, tiroteos, persecuciones etc. con un aprovechamiento extraordinario de la geografía urbana. En esta película hay una persecución de coches que está considerada una de las más emocionantes y mejor rodadas de la historia del cine, sin duda precursora de la forma de realizar hoy en día (con muchos más medios y más parafernalia) la Fórmula 1. Es muy posible que no fuese la primera vez que se fijaban las cámaras dentro de los vehículos, pero sí con esa intensidad. Sólo oyes el ruido del motor.

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 Bullitt es una película bisagra. Marca un punto de inflexión entre una manera clásica de narrar y una forma moderna (ahora, también ya clásica) de rodar un policíaco. Huyen de los platós y ruedan toda la película en localizaciones reales. Buscan aire fresco y verosimilitud. De esta forma, San Francisco se convierte en otro personaje de la película, con sus cuestas, sus tranvías y su bahía, al mismo tiempo que McQueen se pasea por allí con los acordes de la BSO de Lalo Schifrin y su pose eterna y publicitaria. No aparecen dos de los rasgos más característicos del cine negro: la voz en off del protagonista y los diálogos cínicos e hirientes. El teniente Bullitt no pronuncia frases míticas ni lapidarias de cara a la galería, no escupe diálogos afilados, es lacónico y poco expresivo, habla a través de sus silencios.
La historia está contada con una eficacia máxima, con un equilibrio entre un realismo austero y una gran sofisticación narrativa, camina entre una técnica pseudo documental y una artificiosa pose de artefacto de diseño. Ese tono documental sería llevado aún más lejos en "French Connection" (la otra gran película policíaca de los 70) con ese estilo visual más áspero, sucio, ocre y de tono apagado. "French Connection" es abrupta, violenta y gélida comparada con la exactitud y elegancia de Bullitt, pero a la película de William Friedkin ya le cortaremos el pelo otro día.

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 Mis razones favoritas para ver Bullitt: La primera, que jamás debería subestimarse, es que te lo pasas estupendamente. Ojala se fabricasen cada año diez o quince películas policíacas, sólidas y bien contadas, como esta. La segunda razón, particular y subjetiva, es que te pegas un paseo maravilloso por San Francisco, ciudad cinematográfica como pocas que, ladrona silenciosa, acaba robando el protagonismo a los actores. No lucía con ese esplendor desde "Vértigo", película Sanfranciscana de referencia.
Los protagonistas de las historias detectivescas o policíacas no suelen aparecer en entornos domésticos, íntimos y familiares. Suelen ser solitarios. Apenas sabemos nada de sus vidas fuera del trabajo, dando a entender que su vida es su trabajo. Pero el teniente Bullitt duerme y desayuna con Jacqueline Bisset, lo cual no es moco de pavo. Esa es mi tercera razón.


                 "... no sea tan ingenuo teniente, los dos sabemos cómo se hace carrera,
                  la integridad es algo para impresionar al público"