28 diciembre, 2011

Vive como quieras

 Estos días, está circulando por internet un spot que arrejunta a un gran número de cómicos españoles que, al parecer, han reunido para hacernos llegar el mensaje de que la cosa no está tan mal. Ya sabéis, la crisis y eso. El patrocinio de este cónclave humorístico en forma de merendola de cementerio, corresponde a una conocida marca de embutidos. Afirma que "No debemos dejar que nada nos quite nuestra manera de disfrutar de la vida". El anuncio, posee un horroroso tufo a conformismo y un buenismo cutre e insoportable. Esto último, me hizo recordar a un director de cine clásico al que siempre se acusó de buenista, decían que, en sus películas, los buenos eran excesivamente buenos y los malos excesivamente malos. Ahora, esto es de una modernidad aplastante. En el mundo actual, la bondad ya no está de moda. Los buenos son confundidos (o tomados) por tontos, mientras que los malos... pues siguen siendo excesivamente malos. El director al que me refiero se llama Frank Capra, un director-boomerang, cada cierto tiempo, su forma de entender la vida vuelve a cobrar actualidad.

 Si Dickens popularizó la Navidad como tal en la literatura, en el cine ese puesto lo ocupa "Qué bello es vivir", la película que programan todas las televisiones del planeta en Navidad. Como esa película de ángeles que se ganan sus alas y de gente que, cuando llega el momento decisivo, antepone el interés común a su propia vida, ya es de sobra conocida por todos, he decidido escoger otra igual de maravillosa: Vive como quieras. Frank Capra. 1938. 

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 La historia comienza presentándonos a Anthony P. Kirby, un financiero escaso de escrúpulos, por lo tanto exitoso, en la América de la Gran Depresión. Uno de esos tipos que (al igual que hoy en día) piensan que el universo es suyo y los demás estamos de visita. Algo así como un Emilio Botín con el rostro de Edward Arnold.
Su empresa planea hacerse con todos los terrenos que rodean a su principal competidor y arruinarlo, convirtiéndose así en el dueño del monopolio más grande del país. Sólo tiene dos problemas: su hijo (James Stewart) está enamorado de una secretaria capaz de descolgar el teléfono con la boca. El otro problema consiste en una casa situada en el terreno codiciado (es decir, justo en medio de sus ambiciones) que se niega a vender. Él no sabe que los dos problemas son el mismo ya que la secretaria de pasmosas habilidades bucales y enamorada de su heredero, es la nieta del dueño de la casa de la discordia.

 La dichosa casa, es una mansión sin grandes muros ni alambradas que, sin embargo, es una embajada o, más bien, una trinchera. En ella ocurre algo raro: da cobijo a la felicidad. Sucede que allí, la gente hace lo que le apetece, el disparate parece ser la única norma. Frank Capra, un tipo que cree en el ser humano, es partidario de que la felicidad, en determinadas circunstancias, se contagia a gran escala. Por eso la casa tiene algo infeccioso. Uno llega a repartir el hielo y se queda para siempre.
Hace ocho años, trajeron por equivocación una máquina de escribir por lo que ahora hay una señora que se dedica a escribir comedias y usa un gato vivo como pisapapeles. También hay un señor que fabrica petardos y utiliza como obrero cualificado a un cuervo amaestrado. Otro aprovecha cualquier ocasión para tocar un xilófono al tiempo que una bailarina entra girando en un salón donde hay un cuadro que cae continuamente de la pared. Acabo esta enumeración con el mejor habitante de una casa de locos donde las personas hacen únicamente lo que quieren, un ruso loco y gorrón llamado Kolenkhov que siempre viene a cenar.

 La persona que da sentido y que funciona como el pegamento que mantiene unido todo lo anterior es "el abuelo", el dueño de la casa. Cuentan que una vez fue un empresario de éxito, que un día llegó a su despacho, miró a su alrededor, cogió el ascensor hacia la planta baja y se marchó para siempre.
"El abuelo" cree que hay un delito peor que atracar un banco: fundarlo. Los bancos nacen de la usura, por mucho que lo vendan, su instinto no es la obra social ni la filantropía, buscan como destino último que la gente se endeude, su finalidad es crear esclavos de "la deuda", sujetos por unos grilletes con una cadena imposible de romper a la que denominan "miedo". Los bancos administran las deudas, o sea, el miedo. "El abuelo" odia a los contrabandistas del miedo, a la vez que posee el mayor tesoro que puede tener alguien en una película de Capra: ser querido por todos. Es el corazón de una casa que respira a su ritmo. Él sabe. Él les recuerda que hace falta valor para hacer lo que uno quiere. 

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 Frank Capra siempre fue muy crítico con los poderes financieros, era un heredero del "New Deal" de Roosevelt. Sus películas siempre hablan en voz alta de lo que significa el éxito o el fracaso según la moda predominante. Siempre se le acusó de blando e ingenuo por creer que la solidaridad debería ser el motor del ser humano. Criticaba de manera despiadada a la gente que sacaba beneficio de la desesperación de otros y defendía un concepto de triunfo muy alejado de los cánones de hoy en día, donde el beneficio a costa de lo que sea es el fin último y grandioso.

 El que desee saber como acaba la cosa, tendrá que ver esta película idónea para la Navidad. Sólo añadiré que los padres ricos, refinados y presuntuosos, se presentan en esa casa para defender que su hijo no debería casarse con su secretaria. A partir de ahí, todo se convierte en una comedia maravillosa con detenciones, estallidos de solidaridad y uno de los juicios más divertidos que he visto. La comedia siempre ha sido el mejor vehículo para la crítica.
En nuestra vida cotidiana, lo normal es ser testigo de las consecuencias de cosas que desconocemos. En el cine, alguien ha elaborado un guión en el que también somos testigos de las causas que ponen todo en marcha, vemos el proceso completo. Esa es la llave que abre la puerta de la emoción a la que llegan todas las películas de Capra. Aquí, además de hacer sonar la campanilla de la emoción, nos dice que no se puede, no se debe, vivir con miedo.

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