27 mayo, 2010

Muerte entre las flores

 Hace un rato, estaba leyendo en el periódico una de esas noticias que hace mucho que se han convertido en cotidianas. Una de esas noticias que hablan de corruptelas varias, vástagos de alcaldes, agrestes concejales, facturas de prostíbulos, adjudicaciones democráticas a dedo, derechos de pernada etc. Leyendo todo este canto a la vida me vino a la cabeza una frase de una película: “Claro que conozco al alcalde, el pasado mayo voté seis veces por él”
Naturalmente, la frase me arrastró hacia la película y, aquí estoy, haciendo de negro de mí mismo. En vez de negro, me voy a autodenominar “ghost writer”, como dicen los americanos, sin duda mucho más glamouroso. La película es Muerte entre las flores. Joel y Ethan Coen. 1990.

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 Un sombrero cae a cámara lenta sobre un suelo lleno de hojas secas, una ráfaga de viento hace volar el sombrero, que se pierde al fondo, entre los árboles, alejándose de nosotros hacia el bosque. Encadenamos con unos planos en contrapicado de los árboles de un bosque, recortados contra el cielo en un lento y majestuoso travelling. Más adelante nos enteraremos de que ese plano es el punto de vista de los muertos que se quedan allí enterrados. Este bosque, donde los gangsters ajustan sus cuentas, se llama Miller´s Crossing y ese es el título de esta película. Por mi parte, no tengo ningún interés en saber qué clase de merluzo la bautizó en castellano como “Muerte entre las flores” si ni siquiera hay flores por ninguna parte. Esta incógnita bautismal forma parte de esos misterios absurdos que ni siquiera tiene gracia resolver.

 La ciudad. Una ciudad corrupta y sin nombre. Podría ser “Poisonville” la ciudad donde transcurre la trama de “Cosecha Roja”, la mejor novela negra que he leído, firmada por un fulano llamado Dashiell Hammett. Ambientada en la época de la ley seca, la policía está en connivencia con el gangsterismo y, como cualquier ciudad corrupta que se precie, está repleta de personajes desarraigados y pintorescos, también llamados maleantes.

 Unos cubitos de hielo caen sobre un vaso de whisky. Alguien apaga un puro en un cenicero. Dos gangsters están hablando de “ética”, Leo (irlandés) y Johnny Caspar (italiano). Este último está tratado como si fuese una caricatura grotesca de Don Corleone, un mafioso cretino y esperpéntico con el que los hermanos Coen aprovechan para hacer una sátira de la mafia italiana. Leo domina la ciudad pero, en el horizonte, ya se huele una lucha de poder entre jefes del hampa.

 A continuación viene la presentación del protagonista, una presentación insuperable. Por detrás de estos dos mafiosos, un tipo se acerca a cámara desenfocado, porque ese es su trabajo, estar en la sombra, es el que hace el trabajo por detrás, el que no sale en los títulos de crédito, el que piensa. Es el sujeto que camina tras el gran hombre, el tipo que le susurra en la oreja, pero su trabajo es estar desenfocado detrás de él. Su nombre es Tom Reagan.

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 Tom es lugarteniente, mano derecha y asesor de Leo. Un tipo manipulador, duro, frío y calculador, ambiguo moralmente, lacónico, implacable y, por supuesto, con sus propios principios. Domina como nadie el humor sarcástico de forma arrogante, para lo cual es imprescindible ser escéptico, descreído, hábil y endiabladamente inteligente.

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 Leo. Es el dueño absoluto de la secuencia más espectacular de la película (y posiblemente una de las mejores secuencias del cine de los 90): el ataque nocturno a casa de Leo.
Esta secuencia posee una extraña y extraordinaria fluidez, una belleza excesiva y una especie de ritmo inexorable.
Un grupo de matones entran en casa de Leo con la intención de liquidarlo. Leo, que parece inmune a las balas, se carga a todos los que le salen al paso con una metralleta Thompson en la mano. Al final sólo queda él en pie mientras su casa arde detrás de él y en su tocadiscos suena “Danny Boy” a todo volumen. Tienen razón sus secuaces, el viejo Leo sigue siendo un artista con una Thompson en la mano.
Al menos de momento, es el amo de la ciudad, sin embargo, en un mundo donde los errores se cobran y las debilidades se pagan muy caras, Leo tiene un punto débil: su novia Verna.

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 Verna es “la chica”. Con ella se acabó el que sólo los tipos duros tengan las mejores frases, se desenvuelve de maravilla entre réplicas a bocajarro y comentarios sarcásticos. Es auténtica, contundente, una mujer que juega al póker con los hombres y gana. Maldita sea, Verna huele a tugurio.
Leo es una presa fácil para alguien tan curtido como Verna. Sólo hay un “pequeño” problemilla: Verna también se acuesta con Tom Reagan.

 En esta película de sombreros y cortinas mecidas por la brisa, de diálogos brillantes, frases afiladas, réplicas inteligentes y contrarréplicas todavía más geniales, acabamos descubriendo lo que ya sospechábamos, que debajo de ese sombrero que se llevaba el viento al comienzo de esta historia, vive Tom Reagan. Es un buen perdedor y lo único que está dispuesto a conservar es, precisamente, su sombrero, que tiene la fatal tendencia a caer de su cabeza, casi siempre debido a las hostias que recibe (como manda la tradición del género). Tom atraviesa la historia con total indiferencia hacia su entorno, está sólo, absolutamente sólo. Y lo sabe.

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 Pese a todo, al final Tom Reagan consigue su propósito: poner orden en un sitio que nunca tuvo orden y nunca lo tendrá.

                                 TOM: “Precisamente, intimidar a mujeres débiles
                                             es mi trabajo”
                                 VERNA: “Pues encuentra una e intimídala”

 Con todos estos mimbres y un argumento laberíntico, los hermanos Coen hacen una película abrupta e intensa, una historia de lealtades y traiciones, de admiración y rivalidad, donde algunas veces brilla algo así como una especie de código de honor. Construyen algo así como una mezcla entre las películas de gangsters de los años 30 y el cine negro de los 40, recuperando las esencias y las imágenes típicas del cine negro.
Dentro de 20 o 30 años, el tiempo hará que esta película tenga una altura tal que será capaz de mirar directamente a los ojos de títulos como “El sueño eterno”, “El halcón maltés” o “Retorno al pasado”.

23 mayo, 2010

Chema Madoz

 Chema Madoz no es fotógrafo, es un cuentista. O un mago, que nunca se sabe. En sus fotografías no hay ninguna intención de reportaje, ni una búsqueda del “instante decisivo” o de la fotografía ideal. Chema Madoz se dedica, aparentemente, a retratar objetos.
El aforismo “no todo es lo que parece” es el traje con el que se viste todas las mañanas antes de entrar en el granero reconstruido que ha convertido en su estudio fotográfico. Al ver sus fotos, da la impresión de que, cuando atraviesa el umbral de su estudio, entra en un espejo desde el que lo ve todo al revés y nos lanza las imágenes que crea desde “el otro lado”. Los objetos de sus fotografías nunca son lo que parecen. O parecen lo que nunca son, no lo sé.

 Sus objetos están inmóviles pero nunca están “inanimados”, a primera vista parecen “naturalezas muertas” pero, paradójicamente, resultan ser “naturalezas vivas”. Qué mayor paradoja puede haber que la foto de esa lata de sardinas abierta por un abrelatas que contiene, a su vez, dos abrelatas que parecen sardinillas. Y qué decir de la sensación de balanceo que provoca la foto de ese compás convertido en trapecista.

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 Algunos de esos objetos son un hallazgo y los encuentra sin alterar, otros son inventados, construidos y manipulados por él (lo que lo aproxima enormemente a la escultura) y, unos pocos, los manda fabricar. Es así como se convierte en el dueño de un reino de objetos imposibles que apelan a nuestra complicidad, a nuestro sentido del humor, y que nos obligan a reflexionar sobre las convenciones y aquello en lo que se basan.
Vivimos en un mundo cuadriculado donde todas las cosas tienen un uso definido y se espera que hagan aquello para lo que se supone que sirven, para aquello que han sido diseñadas. Simplemente deben servir para lo que se espera de ellas, por eso nos maravillamos tanto cuando alguien reutiliza algún objeto para algo no previsto y nos produce asombro, sorpresa y, a veces, una sonrisa. En esto, Chema Madoz es un genio.

 Cuentan que, en su primer día de colegio cuando era pequeño, entró en una cocina atestada de niños que era usada como aula. La profesora, al ver que no tenía sitio, le colocó un taburete y abrió la puerta del horno, que se convirtió en una mesa improvisada. Fue la primera vez que Chema Madoz vio que un objeto podía transformarse en otro usando un arma poderosísima: la imaginación.
Posiblemente esta historia, más que ajustarse a la verdad, sea una leyenda creada por publicistas pero ¿qué mas da?. Pasa como con sus fotos, qué importa que sean mentira, si son maravillosas.

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 En realidad no fotografía objetos, fotografía ideas. Resuelve conceptualmente su idea antes de plasmarla en un soporte fotográfico, de hecho, la fotografía para él es sólo el soporte final de su idea.
Imagino que, en su vida diaria, se debe de comportar como un cazador, siempre acechando, siempre en tensión, alerta, observando los objetos, dándoles la vuelta como a un calcetín.

 Sus imágenes parecen sencillas o ingenuas, pero tienen esa cualidad tan esquiva y difícil de atrapar que es la simplicidad. Poseen una visión lúdica, una fina ironía y un sentido del humor que atraviesan nuestra imaginación como un relámpago.
Exquisitamente compuestas e iluminadas, nada hay en ellas que resulte superfluo. Nunca.

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 Chema Madoz no sale al mundo a hacer fotografías, por el contrario, es el mundo el que sale de su estudio. Los objetos son para él su visión del mundo. Una de sus fotos es un sobre cuya parte interior está formada por un mapamundi, así funciona este fotógrafo, el mundo entero puede estar contenido en un sobre. Por eso, al principio, lo describí como a un cuentista, un tipo que describe pequeñas historias sobre la vida imaginaria de los objetos… una pala cansada que, al jubilarse, deja de excavar tumbas y acaba sus días como cruz de cementerio. Una tapa de alcantarilla que, harta de estar a los pies de la gente, decide subirse a su cabeza y se disfraza de birrete. Una hoja de eucalipto que no se conforma con cortar sólo el viento y se transforma en una hoz, gotas de lluvia hechas con una lata de conservas, una roca-monedero o, una pared desconchada que se decide a llamar la atención de la gente y se convierte en atlas. Todos sus objetos tienen el ansia secreta de cambiar de vida y un mago les concede ese deseo.

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Según dicen, cuando yo era pequeño, era muy aficionado a usar las paredes de casa como un lienzo natural que aliviase mi carga artística. Esto, a mis padres, les irritaba bastante, no eran grandes admiradores de la obra de Pollock y, cuando ya tuve uso de razón, borraron todas mis obras pintando de blanco por encima sin ocultar su júbilo. Todavía hoy, cuando me ven con un bolígrafo en la mano, percibo su inquietud.
Quizá debido a lo anterior, mi fotografía preferida de Chema Madoz es esa donde la luz que pasa a través de una ventana dibuja unas cuartillas en la pared listas para que alguien garabatee cosas sin sentido.

 Un último apunte: ninguna de las fotografías de este señor tienen nombre. Esto se debe a que sus objetos pueden cambiar de vida por tercera, cuarta o quinta vez. Mejor no bautizarlos, quien sabe en qué se podrán convertir la próxima vez que salgan de la chistera.

18 mayo, 2010

Buenas noches y Buena suerte

 Últimamente, cada vez que voy a comprar el periódico, me voy acercando al kiosco con una considerable dosis de sangre fría. Siempre me asalta la misma pregunta: ¿En qué momento los DVDs se convirtieron en Kleenex? ¿Por qué los DVDs que antes costaban 10, 15 o 20€, ahora cuestan 50 céntimos o te los tiran a la cabeza gratis con cualquier periodicucho? ¿Los precios de antes eran un tinglado cuyo único fin era estafarnos (así parece), o la caída de Lehman Brothers ha afectado también a los precios de los DVDs?
Como esta cuestión capital me abrumaba, decidí preguntarle a mi kiosquero con la ambición secreta de que me aliviase un pesar de ese calibre.
Mi mejor tono lisonjero nunca funciona con Tobías, el kiosquero; siempre me hace una finta como las de Ronaldinho cuando era bueno, siempre se hace el tonto, sabe que la mejor manera de adquirir cultura es hacerse el tonto. Y todo sin apenas mirarte, no me extrañaría que en el pasado se hubiese dedicado a estafar trileros. Si es que tiene pasado. Tobías es tan hábil que si hubiese ido a la guerra sería el único soldado desconocido vivo.
Al final me marcho pensando si habrá un “corralito” de películas devaluadas y yo no me he enterado. Eso sí, sólo en el camino de vuelta me percato de que, debajo del brazo, llevo cuatro DVDs.
Uno de ellos es Buenas noches y buena suerte. George Clooney. 2005. Una película acerca de un periodismo que ya no existe (si es que ha existido) pero, sobre todo, acerca de gente que intenta ser fiel a sí misma en tiempos difíciles

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 En el año 2005, se obtiene y se secuencia por 1ª vez, en fósiles de la península ibérica, ADN de Neandertales. Si alguien estuviese interesado, podría cotejar los datos y conseguir cantidades ingentes de ese ADN en su ayuntamiento más cercano, ya que ese es el ADN dominante entre nuestra clase política.
En las elecciones al parlamento de Galicia, el PP pierde la mayoría absoluta después de estar 15 años en el poder, es decir, llegaba, por fin, el neolítico.
Entra en vigor el protocolo de Kyoto para reducir los gases que provocan el efecto invernadero. Como el tiempo se ha encargado de demostrar, ha sido todo un éxito, refrendado por la vergüenza del pasado año en Copenhague.
El IRA anuncia formalmente el cese de la lucha armada. Se produce un múltiple atentado terrorista en Londres, en tres vagones de metro y en un autobús urbano. 56 muertos y 700 heridos.
El huracán Katrina arrasa Louisiana, Mississipi y Alabama. Una vez más, se pone de manifiesto la rapidez de reflejos de George Bush, digna de un teletubbie.
Cae el telón para Juan Pablo II y aparece un nuevo maestro de ceremonias, responde al nombre artístico de Benedicto XVI. También murieron Saul Below, el príncipe Rainiero de Mónaco y, el más importante, Pat Morita, el maestro de “Kárate Kid”.
Grecia gana el festival de Eurovisión y el grupo ABBA se reúne, por 1ª vez en más de treinta años, en la premiere sueca de Mamma Mia!.
Comienzan las emisiones de Cuatro. Se crea Youtube. El Barcelona gana la liga y, el Liverpool, la Champions.
La película triunfadora en los Oscars de Hollywood es “Million dollar baby”. Amenábar se llevó el oscar a la mejor película extranjera con “Mar adentro”, una película estruendosamente mediocre, tirando a mala.
El premio Nobel de literatura fue para Harold Pinter.
El estado de forma del “electrodomestico” era pasmoso: Ruffus & Navarro, Splunge, Channel nº4 o Cuatroesfera. También arrancaban Buenafuente, Cuarto Milenio y Callejeros. “Anatomía de Grey” introdujo tanto almíbar en sus tramas, que varios espectadores estuvieron a punto de perecer por una subida de azúcar.
He dejado lo mejor para el final: Un equipo de científicos de la universidad de Cardiff descubre una galaxia formada por materia oscura situada a 50 millones de años luz. En caso de que necesiten más materia oscura, deberían dirigir sus telescopios hacia el ayuntamiento de Valencia, sólo que allí los millones no son de años luz, suelen ser de euros.
Así estaban las cosas, cuando un ex-médico de urgencias se puso a dirigir esta película. Y no lo hizo nada mal.

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 La película transcurre en los años 50 y me voy a permitir la licencia de ser pesado unos párrafos contando brevemente lo penoso que podría haber sido vivir en EEUU en ese momento.
Más o menos, en esa época comenzó la guerra fría y surgió uno de los personajes más lamentables de la historia: el senador Joseph McCarthy. Este tipo puso en marcha lo que la historia ha llamado "caza de brujas" que no era más que la eliminación sistemática de gente que simplemente no opinaba como tu o no estaba de acuerdo con lo que estos impresentables proponían.
Tomando como excusa la “amenaza comunista”, constituyeron un comité -llamado comité de actividades antiamericanas- destinado a destapar a todos los comunistas ocultos y que "pretendían" (según ellos) dinamitar el sistema de vida americano. Su premisa fundamental era muy simple, todo el que este en desacuerdo con lo que promulga McCarthy es comunista. Y punto.

 Sus métodos consistían en llamarte a declarar ante el comité para que reconocieras que eras comunista y te “redimieras” delatando a otros comunistas. ¿Que te negabas a declarar?, en el mejor de los casos te ponían en la llamada "lista negra" y no volvías a trabajar en 20 años. En el peor de los casos ibas a la cárcel.
Arruinaron la vida de miles de personas, militares, profesores, médicos, pero, sobre todo, se dieron cuenta de que era mucho más llamativo y mediático ir a por gente famosa, o sea, la industria del cine. Y fueron a por ellos.
Directores, actores y, sobre todo, guionistas. Para todos estos inquisidores lamentables, los escritores eran unos pequeños hijos de puta que intentaban meter de contrabando ideas subversivas en los guiones.

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 Por aquel entonces, el cine americano estaba dominado por lo que llamaban "majors", o sea, las grandes productoras. Estas majors estaban en guerra con los guionistas porque estos se estaban sindicando y presionando por sus derechos, con lo cual les vino muy bien el senador McCarthy.
Discretamente y solapadamente se limitaron a obedecer al comité y nunca más volvieron a dar trabajo a alguien que estuviese en la "lista negra". Cualquiera que estuviese en esa lista no podía trabajar, pero tampoco le daban un pasaporte para que se marchase de EEUU y pudiese seguir con su vida en Francia o Inglaterra. Preferían que se convirtiese en un vegetal.
Muchas de esas personas acosadas y presionadas acabaron delatando a amigos y compañeros de trabajo, fuesen comunistas o no. Tanto los delatores como los delatados nunca volvieron a ser los mismos. Se rompieron las carreras de directores y guionistas que habían hecho películas excepcionales y vivieron el resto de su vida con la oscura sombra de la delación o haciendo películas mediocres que intentaban justificarla.
Quizá el caso mas llamativo fue el de Elia Kazan con "La ley del silencio".

 Imagínate que vas a comer a un restaurante y hay alguien allí que está en la lista negra. Por el mero hecho de estar allí podías convertirte en comunista. Se podía condenar a alguien por un rumor o una habladuría. Así estaban las cosas en el país de las libertades, la mejor democracia del mundo. Y lo mejor de todo era que el partido comunista ni siquiera era ilegal.
Aquello era la puta locura. Dalton Trumbo, uno de los mejores guionistas que ha dado la historia del cine (fue uno de los 10 que fue a la cárcel por negarse a delatar a nadie) escribía guiones
mal pagados desde México a las productoras americanas, que se negaban a ponerle en los créditos por ser uno de los "blacklisted" más famosos. Esta hipocresía condujo a que uno de los guiones de
Dalton Trumbo, firmado con seudónimo, ganó el oscar y todos en la ceremonia se miraban con estupor porque nadie subía a recoger el premio. Nadie sabía quien era ese guionista.

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 Fue una época donde no hubo héroes, solo tristeza. Unos, de un día para otro, dejaron de coger el teléfono a amigos que necesitaban su ayuda y los delataron, los delatados aborrecieron a los delatores y la mayoría escurrió el bulto... y calló.
Así funciona todo cuando te inoculan el miedo. Lo más escalofriante fue lo que dijo Orson Welles: en la alemania nazi o en la rusia de Stalin hubo la misma persecución, pero en América nadie puede poner la excusa de que tenía que salvar el pellejo. La mayoría delataron a sus amigos para salvar sus piscinas y para no dejar de ganar los mismos millones de dólares.
¿Que como acabo la cosa? Unos sucumbieron y delataron, otros se suicidaron y los más fuertes malvivieron o desaparecieron junto con su dignidad en un tiempo donde la palabra dignidad estaba proscrita. Sólo hubo victimas.

 Después de unos años de ignominia, miseria moral, paranoia e injusticia, el senador McCarthy quedo desacreditado y la mayoría de los miembros del comité acabaron en la cárcel al comprobarse
que eran unos chorizos. Los guardianes de la moral robaban dinero de los presupuestos. Uno de los miembros del comité que consiguió evitar el trullo sigilosamente fue un tal Richard Nixon.
Aun no era su momento. A él le tocaba cubrirse de gloria mas tarde.
Uno de los primeros actores que fue corriendo a delatar a decenas de compañeros fue un tal Ronald Reagan. Quizá te suene de algo.
Como ha quedado patente a través del tiempo, la única condición para ser presidente de Estados Unidos es ser un genuino miserable.
Este era el clima que se respiraba en América al principio de los años 50. En esta película alguien dice "pasaremos a la historia por nuestros actos". Tenía razón.
Esta película cuenta la historia de alguien que se atrevió a desafiar al senador McCarthy. Y parece ser que fue cierto.

 Edward R. Murrow es el periodista responsable del programa más visto de la cadena CBS. Un día decide hacer un programa cuyo contenido va en contra de los intereses de la cadena. Esto provoca que todo se ponga al rojo vivo. Aunque la palabra "rojo" era mejor no mencionarla.

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 La película comienza con el perfil del protagonista en la sombra mientras escucha lo que dicen de él en un discurso. Lo maravilloso de como esta presentado este periodista es que lo conocemos por lo que dicen de él los demás y por el respeto que le muestran. Enseguida ves que es alguien con aplomo, que representa el periodismo comprometido. Alguien que no condena a nadie por habladurías o rumores.
Hay una secuencia donde el equipo que hace el programa discute acerca de si deben tomar partido o no con todo lo que esta sucediendo. Edward Murrow sabe que es un camino sin retorno. Y se moja. Decide ir a por McCarthy.
Quizá se da cuenta de que una guerra perdida también merece ser luchada.
Consciente de lo que se juega, a lo largo de la película va a tener que poner a prueba su estatura moral y estar a la altura de las circunstancias. Es decir, hacer honor a su leyenda de periodista insobornable. Aún tiene otra cualidad extraordinaria -al menos para mí- no juega de cara a la galería, se comporta como si no tuviera nada que demostrar, sin adornos. Es de esas personas que son el corazón de todo pero que actúan como si sus latidos no tuvieran importancia.

 La película es el ejemplo de como se puede hacer una película barata, inteligente, valiente, con una economía narrativa que juega a su favor. Casi ni hay travellings. Es una historia de miradas, de silencios, de interludios musicales de jazz, de escasos (y bien escogidos) primeros planos. Todos en el momento preciso.
El guión esta repleto de frases y diálogos fantásticos, incluso vergonzosamente actuales: "la gente se traga lo que sea", “… no podré ir a ver a los Knicks, estaré ocupado hundiendo la cadena”.
Hay momentos de cine maravillosos, como cuando el jefe del estudio baja y ve las instalaciones vacías, como si fuera la última vez que las ve. Realmente no sabes si va a cerrar el estudio o esta orgulloso de él.
Y el humo. Es una de esas películas donde la gente aun fumaba, el humo del cigarrillo del protagonista lo impregna todo, como el miedo.

 En esta historia dicen que los 50 son el principio de la decadencia de la televisión, irónico, teniendo en cuenta que la televisión casi que arranca en los 50. ¿Puede ser alguna cosa decadente antes de comenzar?. Parece que sí.
Realmente, la película es muy inteligente al hacer una radiografía de la TV de hoy en día remontándose al inicio, lo cual hace que nos expliquemos porque estamos donde estamos.
De un lado hay un periodista fiel a sus principios y del otro un jefe de un estudio que persigue sus propios intereses. Este jefe quiere renunciar a la polémica y al periodismo comprometido, a cambio del entretenimiento y los ingresos publicitarios. Qué pavero... y qué actual.
Al fin y al cabo lo que antes eran corrupción y gangsters ahora son financieros y hombres de negocios. Perdón, ha sido un lapsus, ahora sigue siendo corrupción y gangsters. Hoy en día todas las decisiones se toman en aras del dinero de los más ávidos.

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 Pues este periodista -que hoy seria un soñador de utopías- creía que "la TV puede enseñar, puede arrojar luz e inspirar sobre muchas cosas, pero solo lo hará en la medida en que nosotros estemos dispuestos a utilizarla con estos fines, de lo contrario solo es un amasijo de cables".
Posiblemente ya no quede nadie así, yo hasta dudo que haya existido, pero quizá no este demás soñarlo.
Al final de esta película alguien dice: "este hombre lucho contra gigantes". Podía hacerlo.
Porque él también era un gigante.

                     "No decir nunca que no, no es lo mismo que no censurar"

14 mayo, 2010

El Cartero y Pablo Neruda

 Hace ya casi un año que no está Mario Benedetti. Cuando murió, me prometí leer un libro suyo y, esta semana, tarde, mal y arrastro he cumplido esa promesa. Era un tipo que poseía el don de ordenar las palabras de forma maravillosa hasta que extraía la genialidad que habita en lo simple. Sus libros eran pequeños, como él, pero inabarcables.
Varias veces, leyendo ese libro, me vino a la memoria una película, también pequeña, que sigue el sendero de la poesía para hablar de las cosas importantes de la vida. Ya hacía años que no la veía. El Cartero. Michael Radford. 1995.

 En el año 1995, mientras rodaban esta película, los franceses hacían pruebas nucleares en Mururoa. En vano, los franceses no van a declarar ninguna guerra a no ser que Carla Bruni se lo proponga. En Rusia no había guerra, simplemente se dedicaban a masacrar Chechenos. Todavía siguen.
La guerra estaba en los Balcanes, fue el año de la matanza de Srebrenica, las tropas serbias asesinaron a más de 8000 civiles bosnios, entre ellos ancianos y niños hacinados en polideportivos. La mayoría estábamos muy ocupados mirando hacia otro lado.
Murieron Lola Flores y Michael Ende, el primero en darse cuenta de la existencia de los hombres grises. Me refiero a los que roban el tiempo, no a los hombres cuya vida está pintada con el color gris. Tanto unos como otros, hoy en día forman un ejercito llamado “mayoría”.
El “electrodoméstico” nos alumbró con un puñado de obras inolvidables, “Esta noche cruzamos el Mississippi”, “Médico de familia”, “Uno para todas” o “¡Que me dices!”. También dio comienzo una de las series más longevas de la televisión “Walker Texas Ranger”, sólo superada por JAG Alerta Roja.
Duran Duran y María Jiménez sacaron un disco, por separado, se entiende. Se casaron la infanta Elena y Marichalar. Tony Rominger ganó el “Giro” y Miguel Induráin su 5º “Tour de Francia”. Qué lejos queda todo esto.
“Braveheart” se llevó 5 oscars y “Babe, el cerdito valiente” ganó uno. Hoy en día, con la gripe porcina, no creo que fuese tan popular, aunque, ¿dónde están ahora los creadores y mercaderes del alarmismo gripal?. Seguramente se han ido a ver “Porky´s”, eso sí, con lo recaudado en los bolsillos.
Al final resultó ser un año bastante banal, la infanta Elena de descasó, los bombardeos de Mururoa no sirvieron para nada y ya nadie se acuerda, afortunadamente, de Pepe Navarro.
Un último apunte. Marcos Llunas ganó el festival de la OTI. Éxtasis.

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 Años 50. Una isla, el mar, unos acantilados. Este es el paisaje que aguarda al poeta Pablo Neruda. Le han echado de Chile por sus ideas políticas y no le queda otro remedio que exiliarse en un pequeño pueblo de la costa italiana.
Neruda, tanto entonces como ahora, puede presumir de ser uno de los faros más brillantes que han iluminado la poesía universal. Para millones de personas, sus versos son esquirlas que penetran en la memoria. Le han editado hasta en idiomas que carecen de escritura.
La muralla de su casa en “Isla Negra” era un lienzo para admiradores anónimos: “Neruda no es chileno, Chile es Nerudiano”. En su país fue un ídolo en vida y una leyenda en su muerte, vivió para ver como desaparecía otra vez la libertad en su país con el golpe de estado de Pinochet. Diez días después murió.

 Según Neruda “El niño que no juega no es niño. Pero el hombre que no juega ha perdido para siempre el niño que era y lo extrañará”. En este relato “ese niño” vive en una hermosa y pobre cala de pescadores, es ignorante, ingenuo y a duras penas sabe leer y escribir pero, por encima de todo, es un soñador.
Se llama Mario Ruoppolo. Lo único que posee es la tierra que hay entre los dedos de sus pies y no tiene más trabajo que constatar que el sol sale por las mañanas y se acuesta por las noches. Un día ve un cartel en la oficina de correos del pueblo en el que ofertan trabajo, la única condición es tener bicicleta. Es así como Mario Ruoppolo, en un pueblo de analfabetos, se convierte en cartero con un único cliente: Pablo Neruda.

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 La amistad eterna que surge entre estos dos seres desiguales merece que tú la veas y que yo no te la cuente. Una amistad que se forja a golpe de pedal, con los viajes en bicicleta del cartero a lo largo de la isla, arriba y abajo.
Pero el amor llama a la puerta de Mario Ruoppolo. Se enamora perdidamente y le pide ayuda a su amigo, el poeta.
Como consecuencia de esto, el cartero comienza a darle uso a su lengua, y no sólo para pegar sellos. Incluso se apropia de algunas metáforas de su maestro con tal de conseguir a su amada. Cuando Neruda se lo reprocha, el cartero responde con una réplica insuperable: “La poesía no es de quien la escribe, es de quien la necesita”.
No creo que la SGAE esté de acuerdo con esto, pero a quién le importa.

 Finalmente, Neruda es el padrino de la boda entre Mario Ruoppolo y su musa; durante la boda recibe una carta en la que le comunican que puede volver a Chile. La alegría se mezcla con la tristeza, el maestro se va.
La maravillosa columna vertebral de esta historia es el poder de la poesía en la amistad y en el amor. En definitiva, en la vida. De cómo una sola persona puede cambiar la vida de los que están a su alrededor.

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 Años después, Neruda vuelve a la isla pero Mario Ruoppolo ya no está. Se ha ido para siempre.
El poeta pasea por los acantilados mientras lee el poema que Mario ha dejado para él. Un poema que no está escrito en papel, está escrito en el tiempo y en el recuerdo. Un poema cuyos versos están en todas partes delante de sus ojos y que poseen el ritmo de la propia vida.
Pablo Neruda sabe que hay gente que posee una extraña poesía que nunca se escribe. Alguien que graba el sonido de “las redes tristes de su padre” lleva un poeta dentro.
Ya no eran dos seres desiguales.

                                                                  Y fue a esa edad…
                                                                  Llegó la poesía a buscarme
                                                                  no sé de donde salió
                                                                  pero allí estaba sin rostro.
                                                                  Y me tocaba.


 El papel de cartero que interpreta Mássimo Troisi es maravilloso. Su salud era precaria, tenía una enfermedad coronaria y le causaban un enorme esfuerzo las tomas en bicicleta.
Al notarlo debilitado, el director Michael Radford le propuso detener por un tiempo la filmación. “Un film no vale una vida”, le dijo. Mássimo Troisi hizo un gesto alegre: “Estamos haciendo un film para que nuestros hijos sientan orgullo de nosotros, ¿cierto?
La ironía de la vida hizo que su corazón le traicionase y murió el mismo día que finalizó el rodaje.
Quince años después, la sombra de Mario Ruoppolo sigue siendo alargada.

12 mayo, 2010

Los valientes andan solos

 La tinta se escapa entre los dedos. Según dicen, estamos asistiendo a la desaparición progresiva e inevitable de la prensa escrita, mientras los grandes mercaderes de la información están paralizados porque no saben hacia donde evolucionar ni cómo emprender el camino hacia el futuro. Entiéndase, no tienen problema con la información, tienen problema en cómo sacarle beneficio, es decir, con el modelo de negocio ahora que Internet ha llegado. Mientras esperan a que llegue un visionario que alumbre el camino y les enseñe cómo conservar sus piscinas se limitan a cerrar periódicos en EEUU (de momento) y a pregonar el Apocalipsis.
Estaba leyendo todo esto en el periódico y se me ocurrió que hay un montón de películas que retratan el fin de una época, algunas de ellas muy buenas. Los valientes andan solos. David Miller. 1962. Esta historia viene con el premio añadido de que las páginas desechables a las que suelen llamar guión vienen firmadas por uno de los mejores guionistas que ha habido. Su nombre es Dalton Trumbo.

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 Mientras se rodaba esta película en 1962, el Papa excomulga a Fidel Castro. No sé si tuvo algo que ver el Papa, pero en octubre comienza la “crisis de los misiles” cubanos y entra en vigor el bloqueo económico de EEUU a Cuba. Ahí siguen.
A la “Guerra Fría” se le queda pequeño el planeta Tierra y la estupidez la traslada también al espacio, los Apolos compiten con los Sputniks. El rey Juan Carlos y Sofía de Grecia protagonizan la boda del año, Aznar y Correa no acudieron. Que se sepa.
Ya en esta época, los brasileños coleccionaban mundiales de fútbol, Spiderman aparece por 1ª vez en un cómic y los Beach Boys nos regalaban Surfin´Safari. De la televisión no hay nada que comentar, en España nos gustaba la radio.
En Israel ahorcaban a Adolf Eichmann, un nazi extremadamente competente en “su trabajo”. Hoy en día los israelíes han conseguido ponerse a su altura, han pasado de víctimas a verdugos. Y se les ve contentos.
El premio Nobel de literatura fue para John Steinbeck, el autor de “La Perla” una novela pequeña en tamaño y enorme en sabiduría.
Murió Marilyn Monroe. Posiblemente fue el objeto erótico más rentable del mundo en su momento. Ha pasado a la historia como el máximo exponente de mujer tonta, frívola y superficial pero hacía preguntas como ¿por qué me quieren obligar a vivir como ex puta, sin haber sido puta?. Alguien que se refiere a Hollywood como el burdel más abarrotado que ha conocido no creo que sea tan tonto como aparenta. Quizá nadie la conoció.
“Lawrence de Arabia” ganó siete oscars y, un polaco con la biografía más increíble de la historia del cine, hacía su primera película: Roman Polanski.
He dejado lo mejor para el final: nacían en España Vicky Larraz, Pocholo Martínez-Bordiu y Juan y Medio. Ole.

 Pues este año, Dalton Trumbo afilaba su lápiz y escribía una historia de vaqueros que nada tiene que ver con un western. Una historia donde el guión está lleno de acotaciones en tinta invisible que hablan de la confrontación entre lo nuevo y lo viejo, lo bueno o lo correcto, mantener tu pureza o adaptarte. Un guión en el que apenas se ven los hilos con los que se ha unido el collar.

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 Un hombre baja la montaña en su caballo y aparca su vida al aire libre para visitar a un amigo en un pueblo fronterizo. A ese hombre no le gusta que cierren los espacios abiertos con alambradas, ha crecido en un mundo donde no había vallas con alambre de espino en el horizonte. Y corta el alambre.
Por encima de su cabeza, un avión reactor atraviesa el cielo. No estamos en los años del salvaje oeste, estamos en los años 60, los coches circulan a toda velocidad como si fuesen a algún sitio y la carretera se ha convertido en otra valla difícil de cruzar.

 Ella oye ruido de cascos de caballo y ya sabe quien viene. Alguien a quien siempre espera. Al amigo que venía a visitar lo han metido en la cárcel por ayudar a unas personas y, en la secuencia más maravillosa de la película, su mujer hace que conozcamos a Jack Burns, un solitario, un inadaptado, un tipo que sólo puede vivir consigo mismo, a su manera. Las reglas de la sociedad no han podido domarlo y se ha convertido en un héroe solitario que lucha contra los nuevos tiempos.
Ella es práctica, él un rebelde idealista. Cuando llegó la hora de elegir, ella escogió al hombre que abandonó la vida de vagabundo por la vida familiar; escogió lo seguro y dejó en libertad a quien amaba de verdad. Nada de esto se dice con palabras en la secuencia.

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 Jack Burns provoca una trifulca para que lo metan en la cárcel y así poder hablar con su amigo, un amigo que ha cambiado, se ha adaptado y renuncia a escapar de la cárcel con nuestro protagonista. Alguien que tiene sus propias leyes, y que no se atiene a las reglas del juego, es incapaz de vivir encerrado detrás de unos barrotes. Y Jack Burns se escapa.
Así comienza la caza de un hombre que no ha hecho daño a nadie, pero que ha cometido el peor de los errores: no respetar las reglas sociales ni las leyes.
Vuelve a casa de ella a buscar su caballo y se aleja hacia la montaña, sabe que si logra atravesarla antes de que le atrapen no podrán perseguirlo. Pero el futuro es avaro, a Jack Burns ya le está escatimando el tiempo.
Mientras ve cómo cabalga hacia el amanecer, un travelling se acerca a ella, un travelling antiguo, uno de esos movimientos de cámara que hacen que sepas lo que está pensando ese personaje. Ella sabe que no lo volverá a ver.

 El “perseguidor” es el sheriff de un pueblo pequeño, hastiado, irónico, descreído, a cargo de un montón de policías patanes e inútiles. Un sheriff que siente más respeto por un fugitivo, que no consigue ver a pesar de estar peinando una montaña, que por la gente que tiene a su alrededor. Si pudiese haría la vista gorda.

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 El final de la película tiene dentro todo el fatalismo que es marca de género del cine negro, cuando llega la hora, el destino siempre sale a tu encuentro y te atrapa. En los últimos instantes se oye un disparo, ese disparo marca el fin de una época.
El plano que cierra esta historia es una elegía en sí mismo, inolvidable, lleva dentro toda la película: en una autopista, azotada por la lluvia, un sombrero de cowboy se queda para siempre en la cuneta. Sólo.

                                            “Oí el ruido de un caballo y supe que era el tuyo”

 Contar una historia en imágenes. Eso es una película. La gente que lleva dentro la enfermedad del cine, a menudo recuerda las grandes películas por una imagen que se quedó agarrada en la memoria. Un buen guión siempre contiene dentro algún objeto, alguna situación, algún plano que cuenta toda la historia de la película en un par de segundos; ahora mismo se me ocurren, por ejemplo, el espejo roto de la señorita Kubelik en “El apartamento”, el marco de la puerta de “Centauros del desierto” o el sombrero de cowboy de esta película, una imagen que sigue contigo en el curso del tiempo.
En el momento en que se rodó esta historia, el cine estaba atravesando una grave crisis. La televisión había desembarcado en los hogares de toda América y las salas de cine se quedaban vacías ante el empuje de ese nuevo medio con el que no sabían como competir.

 Quizá esta película se puede leer también como una metáfora del cine y su encanto perdido, como la pérdida de algo que ya nunca podrá ser recuperado. Es muy posible que esta historia abriese el camino de otras películas que trataban temas similares: Junior Bonner (Sam Peckimpah), La última película (Peter Bogdanovich), Network (Sidney Lumet)…

09 mayo, 2010

Robin y Marian

 Siempre me ocurre. Una situación de la vida cotidiana, algo que se cruza en mi camino, una frase de alguien, un sueño, un accidente, un acontecimiento… siempre hacen que el recuerdo me transporte hacia alguna película. Es de esas películas (y de otras cosas) de las que voy a hablar, de vez en cuando, en este refugio intrascendente. Intentaré que sean películas poco conocidas, olvidadas y que no pertenezcan a ese género tan manido de las grandes (y típicas) obras maestras del cine, ya comentadas y trilladas por todos. Digo intentaré porque, a menudo, este tipo de declaraciones de intenciones se quedan en eso, en intenciones. Y también porque los recuerdos son caprichosos, aleatorios y nunca sabes a donde te pueden llevar. Serán películas blancas, negras, de colores y de cualquier época o nacionalidad; el único requisito común que tendrán estas películas es que serán maravillosas, por supuesto, en mi opinión. Sólo a eso me comprometo.

 Puesto que estamos a punto de sufrir el desembarco y el bombardeo mediático del nuevo “Robin Hood”, he pensado que podía inaugurar este blog con la adaptación más espléndida del bosque de Sherwood. La película de la que voy a susurrar hoy un poco es Robin y Marian. Richard Lester. 1976. Muy bien lo va a tener que hacer Ridley Scott (que no lo creo) para poder, al menos, compararse con esta pequeña historia.

 La película se abre con un bodegón de Cezanne donde hay dos manzanas y un cáliz parecido al santo grial, y se cierra con una naturaleza muerta. Entre un plano y otro viaja la película. Ocurre todo.
La historia comienza cuando Robin Hood, con el rostro de Sean Connery, vuelve de las cruzadas con Litle John después de servir al rey Ricardo "corazón de león". Veinte años después vuelven a Nothinghan y a Sherwood y se reencuentran con Lady Marian, la cual tiene el extraordinario rostro (al menos para mí) de Audrey Hepburn. Todo este argumento disfrazado de película de aventuras (que lo es) parece una excusa, el verdadero protagonista de la película es el paso del tiempo.

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 Siempre me he preguntado que ocurre con los héroes cuando acaba la película, ¿como es su vida cotidiana?, ¿que ocurre después?. Esta película es la respuesta, es un veinte años después en la vida de Robin y Marian donde vemos que se han convertido en personas comunes. Sus hazañas de entonces son recordadas hoy como leyendas y ya se duda de que hayan sido realidad. Casi viven por delegación, en el recuerdo de la gente.
Los protagonistas redescubren el amor a una edad tardía, cuando su tiempo ya ha pasado y, durante un breve lapso de tiempo, retoman el tiempo perdido que ha atravesado sus vidas.

 Hacia la mitad de la película hay una secuencia insuperable cuando caen al río con un carromato. Marian, que ahora es abadesa, al salir del agua, se quita la parte de su traje de monja que le cubre la cabeza dando lugar a uno de los striptease más emocionantes que he visto en una película. Robin, cuando se quita la ropa, vemos (junto con Marian) que tiene el cuerpo lleno de cicatrices que antes no estaban.
Quizá el tiempo se compone de cicatrices.

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 Otro personaje maravilloso es el sheriff de Nothinghan (Robert Shaw, el actor de "el golpe" y "tiburón") perteneciente a esa casta de villanos que estaban a la altura del protagonista. A pesar de ser el enemigo de Robin, tiene una relación con él donde se admiran y se respetan mutuamente. Una de esas historias de amor entre profesionales como las que aparecían en muchas películas de Howard Hawks. Ambos tienen nostalgia de una época pasada, ya en vías de extinción; pertenecen a otro tiempo y se sienten iguales, aunque en bandos contrarios.
Yo apostaría a que él echaba de menos a Robin.

 Es una película crepuscular, otoñal. Cuando Robin y el sheriff se pelean, vemos que se fatigan, están viejos. Los dos son el claro exponente del fin de una época. Todos los personajes de esta película saben que están apurando el último trago en la vida, saben que están en la última curva del camino, pero no son trascendentes ni pesados, no ponen énfasis en ello. Aceptan la muerte como parte de la vida, le plantan cara con una sonrisa.

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 He visto esta película varias veces y en la última secuencia siempre me quedo pasmado con el final, tiene uno de los finales más conmovedores que recuerdo; para saber por qué conmueve tanto hay que recorrer antes todo el camino de la película hasta llegar a él. Algo parecido a lo que pasa en la vida. Posiblemente es la historia mas romántica que visto, una historia donde dos manos esperan décadas para volver a tocarse con las puntas de los dedos.
Al final se dispara una flecha. Y es la flecha más emocionante que he visto en una sala de cine.


                                                                     "Donde caiga la flecha, John".