03 octubre, 2013

Cuando Harry encontró a Sally

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 Una carrera a toda prisa no garantiza la puntualidad; sin embargo, es un remedio excelente para los indecisos. A menudo olvidamos lo más importante del hecho de correr: uno toma impulso aunque ignore hacia dónde. Si nos ceñimos al territorio amoroso, correr a lo loco, sin pensar, es sanísimo. Pensar es malo para el amor, resta empuje al llegar a meta.

 En el cine, este tipo de fenómenos trotadores ocurren con cierta frecuencia. Sucede, por ejemplo, en el final de ‘El apartamento’, cuando Shirley MacLaine corre desesperada hacia un Jack Lemmon con la dignidad recién recuperada, y se ponen a barajar sus expectativas. Woody Allen también le da un espaldarazo definitivo a este gusto por el maratón en el último suspiro de ‘Manhattan’, cuando su novia Tracy, más pequeña pero mucho mayor, le dice que debe confiar más en las personas. ‘Cuando Harry encontró a Sally’ continúa esta tradición tan asentada del sprint final y hace que Billy Crystal atraviese corriendo Nueva York para que los coches le piten, pero sobre todo porque la película se está acabando y es necesario un clímax. Para llegar a esta escena culminante antes debe atravesar toda una serie de obstáculos. Nada hay tan saludable para el amor como los tropiezos. A poder ser, en las películas.

 Todos sabemos que el amor es eterno mientras dura. A Harry y a Sally nunca les dura. Pertenecen a esa raza de neoyorquinos que van saltando de cita en cita, en busca de una pareja ideal que nunca llega. Todo un género narrativo. Desde el inicio sabemos que están destinados a chocar, sobre todo si uno ha leído el título, pero el asunto es cómo, cuándo, dónde y por qué. Todas estas cuestiones las resuelve el guión espléndido de Nora Ephron, lleno de diálogos trabajadísimos y pequeñas escenas ingeniosas en las que todos brillan a gran altura. Contra todo pronóstico, la película fue un éxito comercial en su época. Si entonces era buena, lo que vino luego la ha convertido en una joya. Cualquier osado que vea una comedia romántica actual corre un serio peligro de muerte cerebral por ataque de guión insustancial. Alcanzan tales cotas de estupidez que parecen ideadas para chimpancés.


                                                                                                                               (Publicado en La Voz de Galicia)

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