28 mayo, 2015

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 Mañana de domingo en Oldham, 1946 | Wolf Suschitzky.

26 mayo, 2015

En tierra de nadie

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 Durante la guerra de los Balcanes, una patrulla de milicianos bosnios viaja de madrugada y la niebla densa, como de noche estraperlista, les impide orientarse. Deciden dormir al raso y esperar al amanecer. Con la primera luz del día descubren que están delante de las líneas serbias y son aniquilados mientras corren prado abajo hasta una trinchera en medio de ninguna parte. Solo uno sobrevive. Los serbios envían a un par de soldados a ultimar el asunto y comprobar si hay supervivientes. Cuando termina la refriega, sobreviven en la trinchera un soldado serbio, uno bosnio, y un tipo tumbado de espaldas encima de una mina a punto de explotar que ejerce de árbitro inmóvil. Ya está montado el teatro del absurdo. El combate en miniatura que se produce a continuación imita el tono de aquellas historias de cañones sin agujero que contaba Gila: «Si está el enemigo, que se ponga». Cada vez que uno de los protagonistas se hace con el poder en la trinchera (la situación fluctúa como un intermitente) le grita al otro: «¿Quién empezó la guerra?». «¡Vosotros!», responde siempre el interpelado. Se comportan con la inercia de dos tertulianos. Ese «y tú más» eterno contiene el sopor cotidiano de cualquier declaración política.

 ‘En tierra de nadie’ posee el cinismo de aquellos cirujanos de ‘MASH’ que regateaban al desencanto con humor negro y esperpento. El asunto de la trinchera deriva en acontecimiento mediático y todos los reporteros corren con la misma prisa con que acudían a aquel agujero de un pozo donde había una persona atrapada en ‘El gran carnaval’, aquel retrato envenenado acerca de los medios de comunicación que Billy Wilder dirigió a puñaladas. Manipulaciones informativas, chantajes, e invitaciones a la prudencia donde negociación deviene en palabra decorativa, son elementos que la película tensa como una pandereta para convertir el relato en una alegoría de los casos sin solución. Sea la desactivación de la mina en particular o la guerra en general. Después de ver la inoperancia absoluta de los cascos azules, con su retórica de «tropas de paz» y «guerras preventivas», que abrazan el eufemismo como figura literaria de cabecera, me gusta pensar que han convertido en realidad las patrañas del general Ripper de ‘Teléfono Rojo’, con su puro y su tratamiento serio del disparate, que, tras provocar una guerra nuclear, decía: «La paz es nuestra profesión».


                                                                                  (Publicado en La Voz de Galicia)

24 mayo, 2015



 'The thrill is gone' | B. B. King (1925- 2015).

21 mayo, 2015

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 Iglesia en la Vía Emilia, Cittanova, 1985 | Luigi Ghirri (1943- 1992).

19 mayo, 2015

Guardias y ladrones

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 Algunos cineastas encontraban ambicioso y un tanto exagerado el retrato que el neorrealismo hacía de Italia. Demasiados escombros. «Nadie se reconocía, salvo un pequeñísimo corro de locos por el cine. Italia estaba representada más bien por sus pícaros», decía Mario Monicelli que, junto con Steno, dirige ‘Guardias y ladrones’, una comedia de risa atragantada donde el humor y la retranca dibujan la miseria de la posguerra y muestran una sociedad que convierte a las personas en polizones forzados a vivir de la astucia.

 Ferdinando Esposito (Totó) es un timador de poca monta que estafa a un turista yanqui. El americano, responsable de las ayudas del Plan Marshall, se topa de nuevo con el ladrón y, con la ayuda del brigadiere Bottoni (Aldo Fabrizzi), intenta atraparlo, provocando una de las persecuciones más heroicas y divertidas de la historia del cine. Empiezan en las calles del centro de Roma, llegan al extrarradio y continúan en campo abierto, atravesando chabolas, descampados y barrizales. La galopada entre este policía gordo y un caco de mediana edad llega a unos niveles de hostigamiento y comicidad asombrosos. Se paran a beber en un grifo, Totó roba una gallina al trote, interrumpen un partido de fútbol, corren, se insultan, discuten, y a pesar de todo, la distancia entre ellos no varía. El cansancio va disminuyendo su velocidad hasta que los dos se detienen a unos prudentes diez metros de separación y proceden al negociado de la rendición. Totó se entrega, pero diez minutos después vuelve a escapar definitivamente (su capacidad de recursos sonrojaría al propio Jason Bourne).

 El americano recurre a las altas instancias, que obligan al policía a atrapar por su cuenta al timador en un plazo de tres meses o ser expulsado del trabajo. Comienza así una investigación urgente y pazguata en la que las familias del brigadiere y de Totó acabarán confraternizando y el policía y el ladrón reconociéndose el uno en el otro. Solo hay una diferencia entre los dos protagonistas: uno de ellos cobra una nómina. Al final, Totó casi se ve obligado a arrastrar al policía hasta la comisaría para certificar su detención. De lo contrario, sabe que su amigo tendrá que afrontar la mayor desgracia de la época: quedarse sin empleo.


                                                                                    (Publicado en La Voz de Galicia)

17 mayo, 2015



 'Tenderly' | Chet Baker (1929- 1988).

14 mayo, 2015

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 Padre e hijo comparten comida en la Puebla de Montalbán, Toledo, 1950 | Francesc Catalá-Roca (1922- 1998).

12 mayo, 2015

El sol siempre brilla en Kentucky

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 ‘El sol siempre brilla en Kentucky’ es una película de pipa, porche y mecedora, es decir, está escrita con el alfabeto de Jonh Ford. En un pequeño pueblo del condado de Fairfield, otro de esos paraísos desaparecidos fordianos como Innisfree o la Irlanda de ‘La salida de la luna’, con la melancolía del viejo sur y la nostalgia de esos personajes sobre los que el tiempo ya ha hecho su trabajo, el juez Priest aplica su justicia excéntrica, quizá ideal, en la que todavía hay sitio para el revuelo y el divertimento.

 Cuando el tribunal debe mediar entre un joven trovador y su tío, el músico toca ‘Dixieland’ y, al escuchar la melodía, acude la mitad del pueblo y se improvisa una verbena asombrosa en la sala de juicios mientras el relato, de contrabando, nos presenta al séquito del protagonista: el médico, el sheriff, el sastre y, más tarde, dos cazadores con gorro de cola de mapache y sonrisa de Walter Brennan. Ambos circulan por la película sujetando una garrafa de whisky para cualquier tipo de por si acaso y anticipan a Ditto, aquel personaje de ‘El último hurra’, el más menguado y gracioso del reparto, con su sombrero apretado contra el pecho y ojos de no entender nada pero fiel como un perro labrador, al que Spencer Tracy, despidiéndose de todos sus amigos en su lecho de muerte, le pide que se acerque para decirle: «¿Cómo agradeces a un hombre por un millón de sonrisas?». A lo que Ditto responde: «¿A quién, jefe?». El cine de Ford está repleto de personajes que arrojan sentencias y sustraen la cartera del espectador para dejar en su lugar algo de humanidad.

 Las posibilidades de Billy Priest para ser reelegido juez se echan a perder cuando impide el linchamiento de un negro con el ímpetu de aquel coronel de ‘Huckleberry Finn’ que abochornaba a una muchedumbre desde su tejado, pero sobre todo cuando encabeza la comitiva fúnebre de una prostituta, ante el silencio aplastante y el estupor puritano de sus electores. Más tarde, en el porche de su casa, ve pasar las celebraciones de la jornada electoral. El juez se da la vuelta, entra en casa, abre una puerta y enciende la luz. El dintel de la puerta queda oscuro, silueteado, él se pierde en el interior ¿Les suena? Claro que les suena. Un par de años más tarde, un centauro del desierto llegará al quicio de una puerta parecida para acabar disolviéndose en la historia del cine.


                                                                                       (Publicado en La Voz de Galicia)

10 mayo, 2015



 'Laura' | Charlie Parker (1920- 1955).

07 mayo, 2015

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 'Un cigarrillo en la escalera' | Martin Martinček (1913- 2004).

05 mayo, 2015

Cadena Perpetua

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 El mundo está lleno de expertos en decir hoy que sí, mañana que no y pasado a lo mejor. Luego están las personas, mucho más escasas, que cuando afirman algo o trazan un plan lo llevan hasta sus últimas consecuencias, que además aceptan. A menudo, la coherencia suele denominarse dogmatismo, obstinación, con suerte, tozudez. Este tipo de personajes, con paciencia de enterrador y rácanos con las palabras, suelen protagonizar películas en las que su llegada hace mejores a los demás. Andy Dufresne (Tim Robbins) es uno de estos empecinados. Con su mirada de párvulo y su silencio elocuente se dispone a cumplir condena en el presidio de Shawshank.

 En su primera visita al comedor encuentra un gusano en la comida. El anciano que está enfrente lo guarda rápidamente en su bolsillo interior, del que asoma la cabeza de un pajarillo que se apresura a engullirlo. Ese anciano se llama Brooks y lleva cincuenta años de cautiverio. Su bolsillo interior contiene la negativa a ser reducido a la condición de animal, de mero ganado, y su vida es la de alguien tan acostumbrado al encierro – el guión lo denomina pulcramente «estar institucionalizado»– que su puesta en libertad supone su condena a muerte. La manera con que el sistema le retira la jaula y le roba su mundo se antoja cruel y gratuita. Como matar a un ruiseñor, diría Atticus Finch. La pequeña (por corta) historia de Brooks calienta de tal forma el horno de esta película que el relato crece de forma imparable. ‘Cadena perpetua’, rodada por Frank Darabont con una destreza incuestionable, contiene todos los lugares comunes del género: el jefe de celadores sádico, el alcaide corrupto, el reo-empresario o ‘conseguidor’ de la penitenciaría (Morgan Freeman), la pelea diaria por la supervivencia y la dosificación de la esperanza.

 Si queda alguien que desconoce la amistad que surge entre Tim Robbins y Morgan Freeman, narrada con una voz en off profunda, lúcida y evocadora, y lo que ocurre con un póster de Raquel Welch, merece la pena que ese alguien la vea y yo me calle aquí mismo. Billy Wilder rubricaría con gusto la audacia del truco narrativo que muestra el correr del tiempo con el póster de la actriz de moda, reutilizado en la resolución final de la película. Una idea que comienza con la proyección de ‘Gilda’ y el póster de Rita Hayworth colgado en la celda del protagonista. Si el cine es sinónimo de evasión, pocos sitios tan adecuados como una cárcel para proyectarlo.


                                                                         (Publicado en La Voz de Galicia)

03 mayo, 2015



 Roll Jordan Roll | Topsy Chapman.