11 enero, 2012

Las vacaciones de M. Hulot

 Seguro que, en las últimas semanas, habéis oído hablar de una película titulada "The Artist". Un tipo se atreve a rodar una historia con el sabor y la ingenuidad de las viejas películas mudas. En blanco y negro y sin sonido. Aún mejor, después de escuchar durante diez años el sonido de puertas cerradas a su espalda, encuentra un productor que se atreve a financiarla y la historia se convierte en un éxito. Todos los medios de comunicación han destacado la osadía de la empresa, este periplo de ir a contracorriente hace que la película se venda muy bien, pero todos pasan de puntillas a la hora de valorar el resultado final. Es de suponer que la historia tendrá también algo de enjundia, además del entusiasmo que fomenta el que alguien haga cine a contrapelo.

 Pese a la audacia de la propuesta (la cara de los productores enmudeciendo cuando alguien les propone hacer una película muda, daría para otra película), la idea no es nueva, ya hubo algún otro ejemplo con anterioridad: Las vacaciones de M. Hulot. Jacques Tati. 1953.
Buster Keaton decía que el único director que continuaba la tradición del cine mudo era Jacques Tati. Sus películas son mudas sin serlo. Los personajes de sus historias rara vez pronuncian una frase y, cuando lo hacen, dicen cosas insignificantes o frases hechas que no tienen relación con el argumento. Sin embargo, la banda sonora de cualquiera de sus películas es excepcional. A menudo, la importancia de cada sonido, de cada ruido, es capital para los gags que construye.

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 En la actualidad, la gente va a la playa con sus ruidos incorporados, los traen de casa. En el primer plano de esta película vemos una barca en una playa. Esa imagen dura varios segundos, un poco más de lo que nos tiene acostumbrados el montaje de las películas de hoy en día. La razón: que podamos apreciar la quietud del sonido del mar, porque, a continuación, la siguiente imagen nos muestra el caos de una estación de tren donde los pasajeros viajan hacia su lugar de veraneo. Esta contraposición entre un paisaje apacible y la vida ajetreada de la ciudad nos resume en unos instantes lo que nos quiere transmitir esta historia: la sensación de "así eran las cosas entonces", antes de la llegada del turismo de masas a cualquier pequeño pueblo de veraneo.

 Los primeros minutos de la película nos muestra a los veraneantes llegando a su destino. Unos niños viajan en coche mirando por la ventanilla con aburrimiento cuando, al pasar una curva, el entorno cambia abruptamente y se descubre la playa mientras los niños miran con asombro el paisaje que se abre ante ellos de repente. Esa mirada de sorpresa es el motor de esta historia. La mirada con la que Jacques Tati, un niño grande, amante de la travesura, nos cuenta esta película de brisa playera, de siestas estancadas en el tiempo y de manteles a cuadros que compiten con las rayas verticales de las casetas de playa.

 El último en llegar a ese pueblo costero de la Bretaña francesa, con su hotel a pie de playa y su carrito de helados, aparece en un coche viejo y destartalado que ha tosido varias veces con el polvo que levantaban los coches modernos al adelantarle con insolencia. Dentro de ese coche antiguo que tiene como estandarte un cazamariposas (nunca tantas personas cargaron con un cazamariposas en una película sin que estas hicieran acto de presencia) viene el señor Hulot, un tipo alto, desgarbado, con pantalones pesqueros y pipa. Al igual que los cómicos más famosos del cine, Tati, antes de hacernos reír crea sus señas de identidad, su propio mundo. Este señor protagonizará cuatro de las seis películas que dirigió Jacques Tati sin que jamás lleguemos a conocer su nombre de pila.

 La comedia, siempre ha sufrido en el cine un sutil menosprecio, parece que hacer reír es considerado un arte menor por los imbéciles. Para mí, el humor es una de las más altas expresiones de la inteligencia y tengo de mi parte a muchos directores de cine que afirman que hacer una buena comedia es, probablemente, el reto más difícil e ingrato. No es una labor sencilla, a menudo, los mejores humoristas además de hacer reír pretenden hacer pensar. El humor de Jacques Tati no tiene una línea argumental, hace literalmente lo que le da la gana, es libre. Está basado en la observación de lo cotidiano, en los engaños de las apariencias, en los equívocos, por lo tanto no está exento de una peculiar mirada crítica, con algunos personajes hace una fina caricatura. Tati, es uno de esos fulanos que encuentra recovecos desde los que mirar la realidad con otros ojos.

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 Otro tema de la película es el tiempo, ese colgajo de caramelo en el carrito de helados alargando el tiempo y que tortura al señor Hulot, el mecanismo acompasado de la puerta batiente del restaurante. Todos pretenden introducir a M. Hulot dentro de un cronómetro, esclavizarlo, que respete las normas, las convenciones sociales y se atenga a un orden rígido de tiempos y horarios que el señor Hulot va destrozando a la vez que crea inmensos desaguisados a su alrededor.

 Hacia el final de la película, cuando los veraneantes se marchan, el señor Hulot se va quedando sólo, ignorado por todos, que consideran una afrenta los líos que ha provocado. Sin embargo, algunas personas vienen a despedirse de él casi a escondidas: la señora que cuenta los puntos en el gag inolvidable del partido de tenis, ese marido (con el que Tati hace una radiografía del matrimonio) observador que pasea todo el rato con su esposa, pero siempre tres metros detrás y los niños, que ven a M. Hulot como uno de ellos, alguien que no siente vergüenza de participar en la inocencia de los juegos. Sólo le reconocen una complicidad aquellos que en los que resiste, todavía, un pequeño rincón reservado a la libertad y a la rebeldía.

 La película tiene algo de intemporal, como de una postal de su tiempo. Cuando todos se marchan, se van los gritos en la playa, el ruido, el gentío, queda un silencio que percibimos como sonoro. De esa ausencia, nace una tristeza, una melancolía que estuvo ahí todo el tiempo y no lo supimos.

 Cuando eres niño, la vida se mide por los veranos que pasan. Después llega el viento del otoño.

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