31 marzo, 2013

Anyone who knows what love is (will understand)



 Irma Thomas.

 Parecía una semana tranquila con los sospechosos habituales. Corinnas disfrazadas de Milady de Winter, leguleyos de la Unión Europea y políticos en preescrache que chillan como gorrinos porque esta práctica quiebra el «estado de derecho», una expresión a la que le falta la tiza alrededor para ser un cadáver. Piensan que, puestos a hacer un estropicio con la democracia, solo a ellos les corresponde mandarlo todo a la mierda. Tienen el derecho en exclusiva. Pero ¿gente que pulsa el timbre de tu puerta y pone pegatinas? Eso no hay quién lo aguante. Por eso parecía una semana tranquila, lo de siempre, un mundo de gente respetable solo en apariencia.

 Entonces, con una factura digna de un anuncio de «Agua Brava» rodado por una productora de tercera categoría, llegó Alberto Núñez Feijóo y su foto con un contrabandista. Por lo visto nadie ha visto la película «Pat Garret y Billy "The Kid”». Sam Peckimpah contaba la historia de dos amigos que, tras alguna ligera fechoría, terminan en lados opuestos de la ley. ¿Quién no tuvo un amigo en la adolescencia que, con el paso del tiempo (poco), tornó en gánster? Yo lo tuve pero no me aceptaron como «uno de los suyos». «Conspirador, como mucho», me dijeron. Tuve que aceptar ser alguien respetable a la fuerza. Seguramente el presidente de la Xunta de Galicia estaba haciendo obra social, tratando de enderezar el camino de un colega. Nada mejor que un bronceado para «atar flecos».

 Aún hay otro rasgo notable en la fotografía. Si uno desconociese la cara de Alberto Núñez Feijóo no sabría decir quién es el traficante. En «Los Soprano» al primer golpe de vista uno diferencia al mafioso. Sabe a qué atenerse. Pero ¿en Galicia? Somos demasiado difusos.

27 marzo, 2013

Sopa de ganso

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 Leo McCarey es el encargado de dirigir este campo de batalla titulado "Sopa de ganso", una película sin apenas estructura argumental que se pliega a las exigencias iconoclastas de esos genios del humor destructivo que son los hermanos Marx. La sufridora habitual de sus atropellos, Margaret Dumont, interpreta a una millonaria que coloca como primer ministro de Freedonia a Groucho, en sí mismo un incidente diplomático. El embajador del país vecino, en un ambiente prebélico, envía como espías a Chico y Harpo, que convierten la ausencia de esqueleto narrativo en un vodevil de despropósitos que termina en una guerra tan demencial que Gila le pondría su matasellos.

 McCarey eliminó los habituales números de piano y arpa de los Marx, que paraban la historia y reducían la fluidez narrativa. También quitó la relación amorosa previsiblemente aburrida entre el chico y la chica típica del cine de la época. Así la película adquiere una rapidez enloquecida. El humor transgresor de los hermanos Marx dispara una caricatura surrealista del mundo de la política, de la diplomacia o de la guerra, con una sorna de lo más actual. Se ríen con crueldad de los codiciosos, de los pretenciosos, de los bobos, de las apariencias, de la hipocresía. Y en medio de ese humor galopante, son capaces de manejar las pausas y las roturas de cintura con maestría. Poseen ritmo.

 Harpo es el gesto, el circo, el loco. Se pasa la vida sacando un soplete del bolsillo o durmiendo en la cama con un caballo vivo. Chico es el marrullero, el socarrón. Y Groucho ejerce de altavoz y pregona con la desfachatez más absoluta todas las vergüenzas que se ocultan y disimulan. Su gran afición: tirar de la manta en voz alta. Despelleja y capta como nadie la doblez de la política que ahora dice una cosa y en diez minutos la contraria. El caudal de ingenio, los diálogos irreverentes y los chistes de Groucho han tenido sucesores como Luis Sánchez Polack, "Tip", o Woody Allen, que en múltiples ocasiones ha declarado lo mucho que le debe.


                                                                                                                                      (Publicado en La Voz de Galicia)

24 marzo, 2013

The Entertainer



 Uno de los temas más famosos de la historia del cine. Scott Joplin y Marvin Hamlisch fabricaron este ragtime para la película “El Golpe”. Paul Newman y Robert Redford, con su picardía y su afición al chanchullo de categoría, son capaces de crear tal complicidad con el espectador que convierten a los estafadores en gente de bien. Aquí los guionistas juegan con ventaja: ¿Quién no sentiría simpatía por un par de timadores que consiguiesen chulear a Emilio Botín o Mario Draghi?

 Ahora que la omnipresencia vaticana ha aflojado un poco y el nuevo Papa está debidamente instalado, ya se puede hablar del publirreportaje de las dos últimas semanas. Con gran presupuesto, vestuario fastuoso, pujas on-line y un desarrollo trabajadísimo desde el minuto uno en el que Benedicto colgó el cartel de “se traspasa”, la elección del nuevo Papa ha seguido las reglas narrativas que imperan en el ámbito del thriller: la idea falsa de que nada está calculado y puede ocurrir de todo, un cónclave lleno de fulanos que creen que “El príncipe” de Maquiavelo lo han escrito ellos, una chimenea misteriosa para católicos cardíacos que esperan un humo blanco de la misma forma que aguardan que un trapecista finalmente caiga al suelo del circo y un balcón por donde aparece el nuevo “genio del mal” con una identidad de estreno, en su caso, Francisco. Hitchcock hubiese firmado el evento.

 Tras la puesta en escena llega, por supuesto, la propaganda. Comienzan a filtrar los detalles y nos dicen que Bergoglio, al saberse nuevo pastor de almas, dice frases del tipo: “Perdónales Padre porque no saben lo que hacen” o “han ido a buscarme al fin del mundo”. Además de hablar con el altísimo ya desde el primer instante, es un tipo de frase humilde. Como Michael Corleone en “El Padrino III” cuando, de repente, tenía el ansia de hacerse respetable.

 Desde aquel “pequeño paso para el hombre, gran paso para la humanidad” de Neil Armstrong (otro ocurrente), los humanos sabemos que esas frases casuales son diseñadas por un tipo que sale en “Mad Men” y se pronuncian para un destinatario más ambicioso: la posteridad. Que la Iglesia piense que, lejos de la propaganda pretendida, la gente va a creer en casualidades no deja de ser un detalle tierno por su parte.

 A continuación se aplicó otro de los puntales de la publicidad: la insistencia. Bombardeo sin piedad acerca de la extraordinaria humildad del pontífice. Cualquiera pensaría que esa cualidad se le presupone, pero no. La sensación que transmite el nuevo Papa es la de ser humilde como solo los muy ambiciosos pueden serlo.

 Ahora estamos con los baños de multitudes. Se pone de moda lo blanco y lo campechano y todo se reduce a hablar del peso de su sencillez. Tarde o temprano tendrá que aligerar para aliviarse, como un globo aerostático. Es posible que haya que atar un hilo al tobillo de su santidad para sujetarlo como a una cometa. Eso o empezar a ponerle anillos que contrapesen.

21 marzo, 2013

Cantando bajo la lluvia

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 Don Lockwood y Lina Lamont son dos estrellas del cine mudo a las que el tiempo se les echa encima. El estreno de su última película coincide con el éxito de "El cantor de jazz", la primera película sonora, y en un momento de incertidumbre provocado por el auge de las nuevas tecnologías tienen que reciclarse si no quieren desaparecer y convertirse en pasado. No les queda otro remedio que adaptarse a esa época bisagra y afrontar un nuevo reto: las películas habladas.

 Stanley Donen y Gene Kelly dirigen esta incitación a la alegría titulada "Cantando bajo la lluvia", una comedia musical con el color  de un cromo de los años 50, que ilustra con ligereza el tránsito del mudo al sonoro. Los dos gigantes del cine musical de esa época, Fred Astaire y Gene Kelly, son a este género lo que Rafa Nadal y Roger Federer al tenis: dos estilos magníficos y opuestos. Astaire representa la técnica, la filigrana, la elegancia. Kelly es una fuerza de la naturaleza, un prodigio de energía y destreza a la hora de proporcionar vitaminas de optimismo. En esta película, su sonrisa, omnipresente e incapaz de ocultar una dentadura tan exhibicionista, se complementa con la risa de comadreja de su compañero y escudero en la ficción: Cosmo Brown, otro superdotado de las acrobacias.

 Ambos nos acompañan por algunos de los números musicales más logrados y mejor integrados en el argumento de la historia del cine mientras dan una lección acerca de cómo se hacen las películas. Con la excusa de adaptarse a los nuevos tiempos, destripan todos los trucos del mundo del cine y nos enseñan cómo se genera el sonido, el doblaje, la brisa de ventilador o los atardeceres infinitos pintados en decorado. La Metro Goldwyn Mayer pone toda su maquinaria, su equipo técnico y su trampantojo al servicio de esta declaración de amor al arte de fabricar historias y nos hace comprender que cantar o bailar nos convierte de nuevo en niños. Consiguen lo más difícil, algo que se logra en contadas ocasiones: filmar la felicidad.


                                                                                                                                     (Publicado en La Voz de Galicia)

17 marzo, 2013

Blueberry Hill



 El fragmento que aplasta estas líneas pertenece a la serie “Treme”, famosa por sus cameos. A lo largo de los episodios aparecen músicos como Elvis Costello, Allen Toussaint, Trombone Shorty o Kermitt Ruffins interpretándose a sí mismos.

 ¿Qué ocurre en ese trozo de vídeo? Un fulano llamado DJ Davis (uno de los personajes de la serie que se pasa la vida levantando proyectos que harían historia en los anales del ridículo) intenta venderle una insensatez a una leyenda del jazz. Se propone convencerlo para cantar en una opera. Al entrar en la casa del músico vemos a Fats Domino con sus 85 años, afable, sentado en un trozo de coche que oficia de sofá.

 Ni siquiera le hace falta decir “no”. Simplemente se pone a cantar “Blueberry Hill”, uno de sus temas más famosos, y todos entienden. Es uno de esos tipos que se definen al actuar: son lo que hacen. Saben cual es su territorio. Fats Domino ya está al otro lado del viento, tiene el peso de la sencillez. Uno se da cuenta al verlo asentir levemente con la cabeza.

 En el vídeo hay otra historia. La de un profesor de música que descubre con resignación que una de sus alumnas de doce años apenas sabe leer y escribir. Esta pequeña escena no está intercalada en la secuencia de Fats Domino solo por azar. Su significado reside en su orden en el montaje, está colocada en su sitio con intención. La secuencia, con ese añadido, y lejos de quedarse en el mero homenaje, habla de un pasado de músicos que tocaban para sobrevivir y de un presente de músicos vendedores de humo en mercado mayorista. Contiene la definición de garito y la definición de industria sin hacer mención de nada.

13 marzo, 2013

Snatch, cerdos y diamantes

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 Un recurso muy viejo para fabricar historias consiste en utilizar un objeto como hilo conductor que atraviese, conecte y ate los nudos de la narración. Un anillo de Frodo. Aquí, un diamante que va pasando de mano en mano sirve de excusa para conocer los bajos fondos de Londres. Un mundo de ladrones, apostadores ilegales, matones a sueldo que escuchan a Madonna y genios del boxeo clandestino. Tipos como Franky "Cuatro Dedos", Doug "el Cerebro" o Tony "Dientes de Bala" protagonizan las situaciones más descabelladas. Son personajes de Tarantino pero sin la verborrea de Tarantino, es decir, mejores. Para que todos estos gánsteres chapuceros hagan gracia, siempre es necesario un personaje pragmático que actúe como contrapunto. Ese personaje es "el Turco", un estoico en medio de este hampa de taladrados que cuida de Tommy, el habitual colega desastroso que le complica la vida al amigo sensato. Ambos son timadores de tres al cuarto y, debido a uno de esos amaños que solo conducen hasta el siguiente amaño, han contraído una deuda con "el Ladrillo", un jefe mafioso de cara abesugada que se deshace de sus víctimas dándoselas de comer a sus cerdos.

 Guy Ritchie es el director de esta gamberrada inteligente, una historia de cerdos y diamantes en la que "el Turco" y Tommy intentan evitar una muerte porcina al ritmo de una banda sonora repleta de canciones de éxito. Cine británico de gánsteres con una forma de narrar publicitaria, por momentos enloquecida y con un fulminante humor negro. A pesar de parecerse en tono y violencia a "Uno de los nuestros", no participa de los derechos de autor geográficos —sobre todo italianos— tan típicos del cine mafioso. Despojado de los códigos habituales de este género, el guión cambia los rituales de iniciación, el culto a la familia, el secretismo y la liturgia de los Corleone por una aproximación a la comedia sin demasiadas pretensiones. "Snatch" posee la ligereza de una travesura. Uno tiene la sensación de que la película es un Rat Pack de mafiosos empecinados en matarse entre ellos que han cambiado Las Vegas por Londres.



                                                                                                                                    (Publicado en La Voz de Galicia)

10 marzo, 2013

Midnight city



 El tema de este domingo pertenece a un grupo francés de música electrónica llamado M83. "Midnight city" es el primer sencillo del álbum que sacaron en 2011 y pertenece al género denominado (solo por mí) "canciones que los enterados llevan antes que nadie en sus teléfonos de escuchar música por la calle".

 El videoclip es un guiño, redundancia, versión, homenaje...  a una película, perturbadora e inquietante, de 1960 titulada "Village of Damned". La película, una de las cimas de aquel cine entrañable de serie B, consigue una extraordinaria atmósfera de amenaza e inquietud dosificando el miedo ambiente con eficacia e inteligencia.

 Con una ausencia de pretensiones solo comparable a la ausencia de efectos especiales, "Village of Damned" es una obra maestra de la ciencia ficción de presupuesto ajustado. Muy por encima de la cosa telequinética y los juegos malabares un tanto chapuceros del vídeo.

06 marzo, 2013

La ruta del tabaco

 Hubo una época en la que todo el comercio derivado de los cultivos pasaba por la ruta del tabaco y por los pueblos que nacían en su cuneta. Ahora, en plena Gran Depresión, de la prosperidad de antaño solo quedan perros flacos, caminos polvorientos, chabolas de madera inclinadas y haciendas del tipo "Lo que el viento se llevó" llenas de telarañas y con las columnas mordidas por el tiempo. Los bancos se quedan con las tierras y desahucian a los pocos que no se han ido a trabajar a las fábricas.

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 Jeeter Lester, un antiguo labrador, se niega a vivir en el presente y sigue pensando en recolectar cosechas imposibles cuando la única tierra que posee es la que lleva entre los dedos de los pies. Su familia está formada por una mujer obsesionada en mascar tabaco, una hija que se reboza por el suelo de forma insinuante y un hijo que, a cambio de un coche, se casa con una viuda rica de la que todos huyen, debido a su afición a cantar salmos de repente. En realidad, el chico no quiere el vehículo, solo le vuelve loco tocar el claxon. Algo absurdo, teniendo en cuenta que los alaridos desquiciados que emite al hablar ya son muy similares a una bocina. A veces, con "La ruta del tabaco" uno tiene la sensación de estar observando a los granjeros de las fotos de Walker Evans como protagonistas de una comedia demente.

 John Ford filma el mayor fracaso de público de su carrera con esta película de gags descabellados, una vuelta de tuerca disparatada y cruel de "Las uvas de la ira". Coge a unos paletos de Georgia, los disfraza de irlandeses y crea unos personajes que, pese al hambre y la miseria, solo sienten apego por la tierra. Inventa el neorrealismo cómico. Rueda un relato de tono elegíaco que contiene todos sus temas predilectos: la familia, los puñetazos, la vejez, las raíces y el paso del tiempo. Dirige esta pequeña historia con el espíritu de los grandes narradores de epopeyas que de vez en cuando escriben un cuento ligero y precioso que tiene algo de iglesia en día de calor. Entras, y sientes el fresco de inmediato.


                                                                                                                                         (Publicado en La Voz de Galicia)

03 marzo, 2013

Mack the Knife



 Louis Armstrong.

 Esta semana, gracias a la serie “Treme”, he estado viajando a Nueva Orleans desde mi sofá. En los títulos de crédito finales de uno de los episodios aparece este tema versionado por Armstrong, ese señor de sonrisa aumentativa, soplador de cornetas o trompetas y capaz de rascar alegría en todos los temas.

 “Es curioso que en tiempos de guerra, la música sea una de las poquísimas cosas que parecen indestructibles”. Esta frase de John Berger parece el vehículo elegido por David Simon para explicar el abandono a su suerte de una ciudad que pretende resucitar de entre los escombros.

 “Treme” es la historia de una traición, la del gobierno americano después de la desgracia del “Katrina”. Las promesas de reconstrucción pasan a un estado gaseoso y los habitantes, resistentes en realidad, se percatan muy pronto de que están solos. También es una historia sobre las raíces, la tradición, el sentido de pertenencia y, ante todo, la música. Aquí la música no acompaña a las personas, es la gente la que acompaña a la música. La banda sonora de su ciudad es supervivencia.

 En tiempos de tanto desprecio hacia la cultura, esta serie plantea la música como elemento unificador. A nadie le parece que una ciudad devastada sea motivo suficiente para no celebrar el Mardi Gras.

 Pelear las cosas que carecen de épica, ahí reside lo heroico. “Treme” se concentra en un tema único, que a su vez los engloba todos: el hecho de salir adelante.