27 octubre, 2011

Milagro en Milán

 Por lo que parece, estamos asistiendo al espectáculo de lo que ocurre cuando la gente influyente se aprovecha de una crisis en lugar de intentar resolverla. Vivimos una época donde cualquiera rezuma heroicidad y recibe sonoros aplausos por parte de las instituciones si promueve el quitarle el pan de la boca a los pobres, ya sabéis, esos aprovechados que, en lugar de gastar lo que no tienen, se niegan a consumir. Cuando llegan los malos tiempos y la pobreza aumenta, la cosa no da para tanta gente y, en lugar de solucionar, los grifos se cierran. Lo de antes no era caridad o solidaridad. Eran las sobras.

 En los años posteriores a la segunda guerra mundial, surgió en Italia un cine que, de múltiples maneras, se ocupaba de los desamparados. Se le puso una etiqueta, Neorrealismo italiano, y tuvo grandes cultivadores: Roberto Rossellini, Luchino Visconti o Suso Cecchi d'Amico. Posiblemente el más famoso e influyente de todos ellos fue Vittorio De Sica que, junto con su guionista habitual, Cesare Zavattini, fabricaron cuatro de las películas más famosas de esa época.
Juntos, hicieron "El limpiabotas", que se ocupa de la situación de los huérfanos después de la guerra, "El ladrón de bicicletas", que habla sobre el paro, sobre la falta de trabajo o de futuro y "Umberto D" una película acerca de los pensionistas y los jubilados acorralados cuya pensión no les llega para sobrevivir. La cuarta, es de la que escribiré hoy un ratillo, la peli rara del neorrealismo: Milagro en Milán. Vittorio de Sica. 1951. Un canto a la gente humilde, donde los pobres tienen derecho a la vida.
 
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 El origen de la película fue una fábula que versaba sobre la bondad de los seres humanos. Zavattini la escribió para contársela a sus hijos y De Sica la convirtió en una película que trata sobre la buena gente. Una especie de cuento social dotado de un humor absurdo y donde predomina la magia pero sin Harry Potter. Aparentemente es una historia ingenua e idealista pero por debajo es una sátira feroz acerca de la realidad de su tiempo, la miseria de la posguerra en Italia.

 El argumento, surrealista, es como sigue. Una anciana encuentra un bebé en la huerta como si de Moisés se tratase, sólo que, en lugar de cesta y río, el niño nace entre repollos. La anciana lo adopta y lo bautiza con el extraordinario nombre de Totó. A la edad de diez años, el niño está recitando la tabla de multiplicar a su madre adoptiva postrada en la cama. Totó se da cuenta de que la anciana se dispone a morir, tú también lo sabes, lo que no sabes es cómo demonios se puede utilizar la tabla de multiplicar como premonición de la muerte, pero el caso es que lo intuyes.
Totó, único asistente al entierro de su madre, va siguiendo la carroza fúnebre en un ambiente fantasmagórico de calles lluviosas y desoladas en unas imágenes que llevan la congoja pegada. A continuación, lo internan en un orfanato.

 En el siguiente plano, Totó sale del orfanato hecho un hombre pero, a la vez, convertido en alguien inocente, simple, que no tonto. Su ingenuidad y su escasez de malicia acaban llevándolo a un poblado de los arrabales donde la película se vuelve tan surrealista que parece una especie de "Amanece que no es poco" chabolista. Hay una escena en la que Totó está jugando con una niña alrededor de una puerta clavada en mitad de un descampado que parece una secuencia arrancada de una película de Chaplin e incrustada en esta historia por un montador que, como pegamento para los planos, utiliza la tristeza.
El parecido con Chaplin no es casual, toda la película tiene una corriente subterránea dominada por el cine de Chaplin, con su humor, su picaresca, su ingenuidad y su profunda amargura. Esta, es una de esas películas que ponen de relieve los vasos comunicantes que hay entre los diferentes creadores de cine. Cómo hay películas que les entusiasman y toman cosas que luego adaptan en sus trabajos y lo denominan influencia. Muchos elementos que aparecen en esta historia han sido copiados luego en películas de Fellini, Berlanga o Woody Allen.

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 Totó, que posee una extraña cualidad celestial (es algo así como una especie de ángel o santo) se convierte en el centro de un poblado donde, a saber por qué, los pobres tienen globos atados a los techos de hojalata de las chabolas. En un mundo de calor para unos pocos y frío para la inmensa mayoría, los pobres frioleros corren detrás de un rayo de sol para poder calentarse. No se pronuncia la palabra hambre pero, cuando alguien coge un globo, los demás deben agarrarlo ya que su peso hace que se levante en el aire. De Sica, hace visibles a los que habitualmente tratamos como invisibles, nos pone delante a los mudos haciéndose escuchar sin que griten, aquí no hay ira e indignados, todo es pureza e inocencia.

 La madre fallecida de Totó, se aparece en el cielo del poblado (algo que retomaría Woody Allen en "Historias de Nueva York") y le regala una paloma capaz de hacer realidad los deseos de todos y cada uno de los pobres, que se ponen en fila para hacer su petición. Esta escena la repetiría Berlanga en "Bienvenido Mr Marshall" cuando se supone que van a venir los americanos dejando regalos a diestro y siniestro y todo el pueblo hace cola para cumplir sus sueños, aunque estos consistan en un tractor o en convertir en sheriff a Pepe Isbert.

 Cuando se descubre petróleo en el poblado, los ricos y los policías intentan desalojar a los pobres, de forma que la paloma se convierte en un arma (peculiar, eso sí) de resistencia para evitar la evacuación, haciendo posibles unas triquiñuelas y unos efectos especiales que hoy se nos antojan como cutres pero que no son, ni de lejos, lo más surrealista de toda esta historia. Porque hay que ver a una delegación de pobres que va a visitar al rico propietario del terreno en el que se ubica el poblado (un ricachón sospechosamente parecido a Mussollini) para descubrir que tiene a un hombre colgado de la fachada de un tercer piso, cuando lo acercan a la ventana mediante una polea, el hombre les dice el grado de humedad ambiental. Es un hombre termómetro.
A continuación, el rico les da lecciones de igualdad. Nada hay tan desigual como ver a un rico afirmando que todos somos iguales.
Pese a lo estrafalario de la situación, los personajes son tratados por la película con una enorme dignidad. Quizá sea esa la mayor característica del neorrealismo italiano, la piedad y el respeto con el que tratan a sus personajes. Si alguien quiere saber en qué acaba la cosa, tendrá que ver la película.
 
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 Para comprender por qué esta película, pese a su antigüedad, sigue vigente, sólo hay que echar un vistazo a nuestro alrededor y ver cuanto hemos mejorado en 60 años.
Si alguien no tiene a dónde ir, cualquier habitante de una ciudad debería alegrarse de que, al menos, pudiese dormir en los bancos, los parques o las vías públicas. Los indigentes, en numerosas ciudades, prefieren dormir de día. De noche, temen ser robados o que les prendan fuego.
No hace mucho, leía en el periódico que nadie sabe qué hacer con unos indigentes a los que se considera desechos. "El pobre es el equivalente del objeto después del consumo: un resto que fastidia. Tal vez este problema social pueda coincidir en breve con el tratamiento de las basuras domésticas: un problema de ecología y gestión de sobrantes humanos y materiales".
Una posibilidad sería poner a los pobres en órbita. El problema es el coste.

2 comentarios:

  1. Señorita Trascendental: Me has regalado dos cosas!La segunda es volver a encontrar el Refugio!

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  2. Luis Manteiga Pousa02 enero, 2021 21:37

    "Milagro en Milán" me parece una película maravillosa, muy original, tierna y divertida, sarcástica y surrealista.Adelantada a su tiempo.

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