26 febrero, 2015

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 New York, 1956 | Vivian Maier (1926- 2009).

24 febrero, 2015

Operación Cicerón

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 ‘Operación Cicerón’ transcurre en Ankara durante la Segunda Guerra Mundial. Al ser una ciudad neutral, británicos y alemanes, aunque enemigos, comparten recepciones diplomáticas y se vigilan mutuamente. James Mason y su cómplice, la condesa Anna Staviska (Danielle Darrieux), una aristócrata polaca exiliada, comienzan a vender secretos a los nazis. Mason posee el toque inquietante de esos tipos que dan la mano blanda. Su mirada de alcayata, que aun si se muestra amistosa parece estar pasando una factura a cobro, y su sonrisa de caimán, suave y retorcida, le han hecho acreedor de una filmografía repleta de villanos refinados e inolvidables. La ambigüedad moral y el fino sentido del humor del protagonista convierten la película en una obra maestra del cinismo: «Por favor, no haga que me sigan, ustedes no valen para ello: siempre intentan adelantar a las personas que siguen», le espeta a unos alemanes empeñados en abrir y cerrar con llave todas las puertas como si al otro lado se estuviese desarrollando una escena de Lubitsch: no se fían de un agente sin amo. No comprenden que sus dos nuevos informadores van por libre y entienden el contraespionaje como una forma de chismorreo y confiesan abiertamente su devoción por lo tangible: el dinero. Ambos son supervivientes sin cegueras ideológicas y con una gran afición a las conversaciones deliciosas y las traiciones tempranas.

 Joseph L. Mankiewicz imita la firma de Hitchcock y dirige una intriga de espías ingeniosa y divertida, donde la pompa inglesa y el virtuosismo prusiano a la hora de entrechocar los tacones quedan ridiculizados por la golfería de un traidor que convierte en minucia cualquier atisbo de patriotismo. El estilo elegante y su manera de acunar las secuencias con movimientos de cámara retratan a Mankiewicz como un hábil planificador de escenas y no solo como un cineasta de la palabra, etiqueta que siempre lo persiguió por ser uno de los tres grandes – con Preston Sturges y Billy Wilder – que llegó a la dirección a través de la escritura. Las frases de sus películas son tan brillantes que no cuesta imaginar a Wilder y a Mankiewicz repartiéndose el vitriolo a medias a la hora de afilar diálogos. No se me ocurre una manera más propicia de fomentar el gusto por viajar que ese parlamento de la condesa cuando le preguntan cómo vino a parar a Turquía y ella responde: «Llovían las bombas y yo estaba debajo».


                                                                              (Publicado en La Voz de Galicia)

22 febrero, 2015



 'Pat Garrett & Billy the Kid' soundtrack | Bob Dylan.

20 febrero, 2015

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 San Francisco, 1946 | Brassaï (1899- 1984).

18 febrero, 2015

Sucedió una noche

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 Resulta muy tentador para todas las tribunas influyentes hablar de nuestra sociedad de consumo como si fuese un fenómeno reciente. ‘Sucedió una noche’ contiene una escena que desbarata la supuesta frescura de este asunto mercantil y lo hace de la manera más efectiva: sin pretenderlo. Clark Gable protagoniza un decoroso striptease y se va quitando prendas de ropa en la habitación de motel que comparte con una melindrosa Claudette Colbert. Primero cae el jersey. Luego la corbata. Retira los tirantes con cuidado, como si fuesen un préstamo de un director de periódico, y a continuación, cuando se quita la camisa, el público americano se queda estupefacto: no utiliza camiseta interior. Tal vez resulte difícil para un espectador actual aceptar que el bigotito, la raya del pelo y el estilo aristocrático de Clark Gable provocaran la misma expectación que ahora el lanzamiento de la última novedad electrónica, pero así era. Se armó tal revuelo que el descenso de ventas de esa prenda fue alarmante. Décadas después repuntarían de nuevo con el advenimiento de James Dean o Marlon Brando, que volvieron a sudar esas camisetas de forma conveniente para tranquilidad de la industria textil. Frank Capra solo deseaba ser ingenuamente transgresor mostrando el torso desnudo de Gable y acabó influyendo en la economía.

 Esta anécdota confirma la pauta de aquellas comedias locas de los años 30: podía suceder cualquier cosa. Por allí brincaban Carole Lombard, Irene Dunne, la domadora de leopardos Katharine Hepburn o el acróbata Cary Grant, que mostraban un mundo de anarquía, de combates entre hombres y mujeres de igual a igual, con una esgrima verbal y unos diálogos soberbios en los que todo el sin sentido adquiría una lógica aplastante. ‘Sucedió una noche’ cuenta la odisea de una chica caprichosa y rica que viaja con cuatro dólares y de un periodista a la caza de reportaje que la acompaña. Por supuesto, el vagabundeo de los protagonistas hace que se vayan enamorando a base de kilómetros  y trifulcas, por algo estamos en una screwball comedy. Esta raza de películas desapareció abruptamente cuando Pearl Harbor fue bombardeada. La guerra cambió el cine americano y estas comedias se extinguieron, convirtiéndose así en el único género cinematográfico destruido literalmente en un bombardeo. Las camisetas, en cambio, sobrevivieron.


                                                                               (Publicado en la Voz de Galicia)

15 febrero, 2015



 'Then I´ll be tired of you' | John Coltrane (1926- 1967).

13 febrero, 2015

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 A photographer uses his own backdrop to mask Poland's World War II ruins while shooting a portrait in Warsaw in November of 1946 | Michael Nash.

11 febrero, 2015

Yojimbo

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 Cada vez que alguien se siente abrumado por una duda siempre le aseguro que es mucho peor tener certezas que indecisiones. Uno comienza estando seguro de todo y enseguida se descubre dando discursos, como un político, un taxista, o un experto en nada. Los indecisos, apadrinados por el monólogo de Hamlet – esa obra cumbre del titubeo de la que Lubitsch ya extrajo su más alta expresión: la risa – suelen buscar a una persona que les aporte una solución llena de interrogantes. Para poder desecharla a gusto, se entiende. Por eso a menudo recomiendo la escena más lúcida y concisa, en lo que a toma de decisiones se refiere, de la historia del cine. Un momento tan leve como definitivo que contiene incluso la definición de aventura.

 Sucede al inicio de ‘Yojimbo’, cuando un samurai errante llega a una encrucijada, lanza una rama al aire y escoge el camino que ésta le señala al caer al suelo. Todo un alegato a favor de la incertidumbre. El mercenario interpretado por Toshiro Mifune, siguiendo su resolutivo método de arbitraje, llega a la calle central de un pueblo azotado por el viento y el polvo. Los caballos y los revólveres son sustituidos aquí por kimonos y espadas, pero no hay duda: estamos en un western. A continuación vemos un plano, casi surrealista, que atornillaría a la butaca tanto a Buñuel como a Peckinpah: un perro se acerca al protagonista con una mano humana en la boca y pasa de largo. Solo van cinco minutos de metraje pero ¿quién podría dejar de ver esta película?

 Si Ulises vagaba por el mundo obedeciendo los designios de Homero y su caprichoso itinerario, Akira Kurosawa dirige de igual modo el rumbo de Mifune, señor feudal de su filmografía, y lo sitúa en un lugar dominado por dos sátrapas enfrentados por el control de una aldea. La astucia de perro callejero con que siembra la disensión entre las dos bandas hasta que se destruyen entre sí y el pueblo queda cubierto por una alfombra de cadáveres, nos remite a ‘Cosecha Roja’ de Hammett, que Kurosawa adapta sin disimulo y convierte en una comedia negra repleta de traiciones, bufonadas, cizañeos y odios shakespearianos. El tempo narrativo, la belleza plástica de los encuadres, y esa escena final en la que un samurai vagabundo se enfrenta a todo el pueblo con una liturgia que transforma el duelo final en una danza, retratan a Kurosawa no solo como un gran cineasta o un buen narrador, sino como un artista que ejerció siempre de escalón alto.


                                                                                (Publicado en La Voz de Galicia)

08 febrero, 2015



 'Hard to handle' | The Black Crowes.

06 febrero, 2015

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 Scene at the School of American Ballet, New York, 1936 | Alfred Eisenstaedt (1898- 1995).

03 febrero, 2015

Ida

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 Poco después de nacer, Anna fue entregada a un convento católico durante la ocupación nazi. Ahora, a punto de tomar los votos, es invitada por la superiora a visitar a su único pariente vivo y, aunque brevemente, medir la temperatura de la vida antes de renunciar al mundo exterior. Esta prueba de fe se convierte en búsqueda cuando conoce a su tía Wanda y ésta le revela que es judía: su nombre verdadero es Ida Lebenstein. La voluntad de la joven novicia por descubrir cómo murieron sus padres y dónde están origina un viaje por una desangelada Polonia en el que las dos protagonistas van rastreando pistas hasta encontrar a esos nadie que después de la guerra terminan bautizados como ‘desaparecidos’.

 El hábil manejo de la sugerencia y la estructura elíptica de la película recuerdan a ese principio del iceberg tan cacareado por Hemingway cuando hablaba de la arquitectura narrativa de sus cuentos. Por cada pedazo que muestra, siete octavos del bloque de hielo están debajo del agua. Es ahí donde se multiplica la tensión de la superficie: al imaginar lo subyacente. El pulso dramático de ‘Ida’ reside en lo que no se ve. Su témpano subterráneo, oculto y a la vez presente, habla de la memoria, de las víctimas, de los escarceos entre el olvido y la impunidad, de bosques que esconden cosas terribles en el subsuelo y, ante todo, de desenterrar el pasado.

 Sin tremendismos ni aspavientos, Pawel Pawlikowski construye con sencillez un relato tan escueto y elocuente como un monosílabo. La pulcritud extrema de sus fotogramas, rodados en 4:3 como si necesitase verticalidad y aire en los encuadres para favorecer la presencia de cielos o techos con los que aplastar a los personajes, y el severo blanco y negro, de una belleza implacable, convierte la película en un fogonazo estético por el que circulan los rostros de Bergman o las paredes dibujadas con la luz que entra a través de una ventana, sin líneas marcadas ni jugueteo expresionista, sino con esos bordes difuminados, casi abstractos, tan del gusto del director de fotografía de los últimos trabajos de Dreyer. Este iluminador, Henning Bendtsen, aseguraba que Dreyer hacía hincapié en dos cosas: cuidar el retrato de los actores y crear una luz que aportara calma al ambiente de las escenas. Dos pautas que riman con la sensación de reposo absoluto que desprenden las imágenes de ‘Ida’.


                                                                                           (Publicado en La Voz de Galicia)

01 febrero, 2015



 'Find the river' | R.E.M.