30 agosto, 2011

Extreme Ways



 No tiene pasado ni futuro, sólo presente. Colecciona pasaportes y habla más idiomas que un traductor de la ONU. Le gusta viajar en tren y verse reflejado en la ventanilla. Usa el vodka como desinfectante, pega hostias como panes y tiene la habilidad de matar gente con un boli bic. Practica el balconing y le sale bien aunque prefiere saltar azoteas. Es un hombre triste, torturado, habla poco, la gente que está a su alrededor tiene la extraña manía de morir. Nunca mira a los ojos, siempre mira hacia abajo.
Un tipo al que le han robado la memoria, el nombre e, incluso, la novia. Todos lo persiguen para, a continuación, darse cuenta de que es mejor no tenerlo cerca. Siempre buscando redención, siempre huyendo, siempre perseguido por todos y siempre sólo. Es Jason Bourne, un asesino al que no dejan en paz.

 En cuanto oigo los primeros instantes de esta canción de Moby, recuerdo inmediatamente las películas de Jason Bourne, sin duda, los vehículos de acción mejor rodados de los últimos años, por no decir décadas. En los años 70, las películas de acción siempre contenían una secuencia espectacular, casi siempre, en forma de persecución. Llegado el momento siempre había una persecución en coche como la de "Bullitt", una persecución en dirigible como la de "Domingo Negro" o una persecución en todo tipo de medios de locomoción como en "French Connection". Con las películas de Bourne regresó esa tradición. Las huidas en coche de Jason Bourne atravesando París, Moscú o Nueva York son ya un clásico.

 Esta semana, la canción dominguera se ha retrasado hasta el martes debido a los menesteres laborales del que suscribe. Pensando en llevarme a la boca un mendrugo de pan, me ocurre lo que al Capitán Alatriste: "me alquilo por cuatro maravedíes en trabajos de poco lustre"...

26 agosto, 2011

El viento y el león

 Los americanos han exportado sus series de televisión a la mitad del planeta (la mitad del planeta que puede consumir series, claro) de forma que la gente se acuesta después de ver esas series de fórmula con sus personajes recurrentes y sus normas y patrones predefinidos. Las noches se han convertido en píldoras de episodios de 40 minutos que empiezan y terminan a toda velocidad, donde unos cirujanos se enrollan mientras practican una punción lumbar o unos protagonistas guapetones siempre cogen al malo para que los espectadores se puedan ir a la cama alegres, dopados y, sobre todo, evitando pensar, no sea que cojan la costumbre. Por mucha cámara al hombro y mucho giro de guión tramposo que contengan, todos los CSIs y los Jack- 24 horas- Bauer son tan previsibles como las cápsulas de la Nespresso. Estas series pueden tener unos efectos especiales espectaculares, estar perfectamente rodadas y milimétricamente calculadas pero suelen carecer de su ingrediente más esencial: la emoción. Una magia, sin duda, muy difícil de reproducir en una pantalla y que, en raras ocasiones, consiguen.

 Cuando estas series me aburren, cosa que suele suceder a menudo, me voy de viaje a la infancia y veo una de esas películas que llamábamos "de aventuras". Me encantan las historias de aventuras, esas películas donde se abandona toda lógica y sólo se ven con el corazón.
Los protagonistas de estas películas no tienen miedo a morir, más bien, tienen miedo a vivir aburridos. Parece que la libertad la han inventado ellos, su despreocupación por el futuro o su ansia por disfrutar apasionadamente el presente hace que sean imprudentes por naturaleza. Por esa puerta es por donde se cuela la aventura.
Su vida es el imprevisto, si puede ser temerario, mejor. Normalmente pagan un alto precio por sus temeridades y osadías pero lo asumen como gaje del oficio de aventurero, que, dicho sea de paso, no cotiza a la seguridad social. 

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 La gran mayoría de las películas, de una u otra manera, tratan de lo coñazo que es ser un ser humano. Los personajes se afanan en explicar el porqué de sus actos o en mostrarnos su "yo" interior. Los protagonistas de las películas de aventuras no son "presocráticos", no son colosos intelectuales, no hablan, sólo actúan, muchas veces de forma impulsiva. Sus temeridades son su explicación.
Estos tipos han elevado a categoría intelectual el don de la improvisación ante cualquier problema, son tan buenos improvisando ante cualquier situación inverosímil que uno tiende a pensar que detrás de todo eso puede haber un guionista (o varios).
El asunto es que estos personajes transmiten una enfermedad infecciosa de contagio fulminante, el vitalismo, no sabes cómo pero son capaces de hacerte un poco más feliz. No sabría explicar por qué, pero prefiero un latigazo de Indiana Jones a todas las temporadas de "Perdidos", un golpe de esgrima de Errol Flynn a cualquier CSI o un brinco equilibrista de Burt Lancaster antes que la tensión sexual aplazada hasta que el espectador aguante de "Bones".

 No conozco a ningún actor que interprete de forma  tan magistral a estos fulanos aventureros como Sean Connery. Él es el prototipo de hombre libre, bribón, cuentista y simpático de películas como "Robin y Marian" o "El hombre que pudo reinar". Connery parece haber inventado ese personaje pero tiene  otros ilustres precursores que ya he mencionado antes, Errol Flynn (El halcón del mar), Burt Lancaster (El halcón y la flecha), Stewart Granger (Scaramouche) o seguidores, Harrison Ford (Indiana Jones).

 En el año 1975, terminaba la guerra de Vietnam y los americanos salían por patas de Saigón. Mientras todo eso sucedía, un montón de americanos venían a Granada y Almería para hacer una película. No eran los mismos americanos que se iban de Saigón. Eran otros. Con ellos venía Sean Connery. La película es El viento y el león. John Milius. 1975. 

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 Tánger. 1904. Mulay Hamid el Raisuli, señor de los bereberes y último pirata berberisco, rapta en la embajada americana a Mrs Eden Pedecaris y a sus dos hijos. En una situación política donde el gobernador de Marruecos es una marioneta y Francia y Alemania quieren controlar el país, El Raisuli es el pirata rebelde que incordia a todos. Aprovechando el secuestro de una ciudadana americana, el presidente americano Theodore Roosevelt, decide aprovechar el incidente para aumentar su popularidad y proclama de forma populista: “Quiero a la sra Pedecaris viva o al Raisuli muerto”.

 La película cuenta la historia de Eden Pedecaris, del Raisuli y de Theodore Roosevelt. Una historia con el perfume de los viejos relatos de aventuras, salidos de “Las mil y una noches” o de las novelas de Rudyard Kipling, con personajes vitalistas que te transmiten la alegría de vivir y que aceptan y le plantan cara a la muerte como si ésta fuese parte de la vida, como si no tuviese importancia.
Tanto Theodore Roosevelt como El Raisuli, defienden una forma de vida ya en vías de extinción por el auge del desarrollo industrial, los medios de comunicación y una forma diferente de hacer política. El honor ha quedado atrás y la modernidad comienza a lanzar a la cuneta los antiguos modos. Ambos pertenecen a otra época, ya casi perdida en la noche de los tiempos.
 Al Raisuli le gusta combatir mirando a su enemigo a los ojos. Al presidente Roosevelt, que comparte un credo parecido, le gusta cazar osos en Las Rocosas arriesgando su vida de igual a igual.
Hay una secuencia maravillosa, después de abatir un oso, donde Teddy Roosevelt le cuenta a los dos periodistas que le acompañan, las cualidades que él admira en el oso: “fuerza, inteligencia, ferocidad, indomable y algo temerario a veces, con gran coraje… pero siempre sólo. No tiene aliados, sino enemigos. Pero ninguno es tan grande como él”. Habla del oso pero tú, como espectador, sabes que esas cualidades son las que posee El Raisuli. Así ocurre siempre con los grandes guiones, dicen una cosa pero, en realidad, cuentan otra.
Roosevelt sabe que, a veces, un hombre se mide por la grandeza de sus enemigos y que, en muchas ocasiones, te das cuenta de que tus enemigos son mucho más admirables que tus amigos.

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 Por su parte, Eden Pedecaris es arrastrada con sus hijos al corazón del Rif marroquí. En los campamentos nocturnos, a la luz de las hogueras, descubren otra forma de vivir y contemplan el mundo de El Raisuli, el amo del Rif. Su miedo inicial se transforma en curiosidad, luego en aprendizaje y finalmente en amistad. Incluso en amor, a pesar de que es una historia no contada pero sí intuida en la película.
A lo largo de esta historia, vemos al Raisuli a través de la mirada del hijo de diez años de la sra Pedecaris que, naturalmente, a sus ojos comienza siendo un extraño y acaba siendo un héroe. Cuando El Raisuli es traicionado, pasan de cautivos a rescatadores, y el niño observa como El Raisuli monta a caballo, galopa hacia él a toda velocidad, se descuelga del caballo –a cámara lenta- y le arrebata el rifle que sostiene en la mano con una sonrisa, mientras se va hacia el horizonte.
Ese plano contiene dentro la esencia misma de la aventura, e hizo que, hace muchos años, el cine de aventuras atravesase el corazón de un niño como yo mientras miraba hacia un pequeño televisor en blanco y negro. A veces ocurre que los recuerdos son traicioneros, nuestra memoria tiende al adorno y lo que creíamos maravilloso en el pasado se nos revela como desastroso visto con los ojos del presente. Esto no me ocurre con este plano.

 Hacia el final de esta historia, Theodore Roosevelt pide que le dejen sólo y se sienta debajo del oso disecado a leer una carta. Se la escribe un hombre al que no conoce, al que no ha visto ni verá nunca, un hombre que ha sido su rival pero al que respeta y admira sintiéndole, considerándole un igual:

             “Vos sois como el viento, y yo soy como el león. Vos formáis la tempestad. A mí 
              la arena me hiere los ojos. Yo rujo de furia, pero vos no me escucháis. Mas existe
              entre nosotros una diferencia: yo, como el león, debo permanecer en mi puesto.
              Mientras vos, como el viento, jamás sabréis cual es el vuestro”.

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 En el último plano de la película hay un atardecer y la silueta de dos jinetes: El Raisuli y su lugarteniente.
    -Gran Raisuli, lo hemos perdido todo. Todo se lo ha llevado el viento tal como dijiste.
    -Qué importa, ¿No hay en tu vida una sola cosa por la que valga la pena perderlo todo?
    Y ríen. Y esa risa es la de la aventura en estado puro.

21 agosto, 2011

Summer Wine



 Nancy Sinatra & Lee Hazelwood. Uno coge cualquier canción conocida de Nancy Sinatra y viaja en el tiempo hasta las canciones de las películas de James Bond de los 60. En "Mad Men" no le han sacado ningún partido.

14 agosto, 2011

Stand by me



 Le ocurrió a Ernest Hemingway. Un día despertó y cuando fue a leer los periódicos supo que estaba muerto, que había fallecido en un accidente de avioneta en África. Durante mucho tiempo, cuando almorzaba, leía su necrológica y tomaba una copa de champán. Lo mismo le ocurrió a John Lennon, sólo que en su caso era verdad.

07 agosto, 2011

Crazy



 Gnarls Barkley. Un amigo mío, tiene la teoría de que todas las canciones del pop podrían transformarse en Gospel simplemente cambiando la palabra "crazy" o la palabra "baby" por "Jesus". Pronunciado "jísus", obviamente.