Siguiendo el hilo petrolero del anterior post, la actualidad me ha recordado una película con un embrollo parecido a la marea negra que estos días arrasa el Golfo de México. La película es El salario del miedo. Henri-Georges Clouzot. 1953, una historia con una progresión dramática apabullante que, según avanza la película, se convierte en puro placer narrativo a pesar de que el argumento da tanta grima como rascar una pizarra.
Un antiguo dicho taurino asegura que el día que se torea crece más la barba. Es el miedo.
De eso trata esta película, del miedo y de todo lo que orbita en torno a él. De cómo la bravuconería sirve de cortina al miedo, una cortina por la que se desliza sigilosamente la cobardía. De la, casi inexistente, frontera que hay entre la inconsciencia y la valentía; y de cómo, esta última, se puede transformar fácilmente en locura.
El plano inicial de esta película es un plano detalle de un montón de escarabajos hacinados que corren hacia todas partes y, a la vez, hacia ninguna. Recuerda a esas tardes de verano donde el calor insoportable hace que todo esté quieto y en silencio, pero cuando levantas una piedra ves que debajo hay todo un microcosmos de insectos que corren frenéticamente.
En esta película, ese microcosmos es un pueblo tropical, intemporal, ubicado en un sitio del que no se nos da ningún dato, posiblemente Centroamérica. Un pueblo lleno de gente sin oficio ni beneficio, buscavidas de medio pelo masticando la resaca del día anterior y la del siguiente. Un sitio donde se juntan todos los que no van a ninguna parte, un polvorín debido al calor y al tiempo libre que tienen estos vagos y maleantes cuya única ocupación es tirarle piedras a los perros y sacarle brillo a las sillas a base de no hacer nada. Este pueblo es la última parada del camino, donde vienen a parar todos los que no pueden elegir.
Ocurre que, al lado de este pueblo, hay unas instalaciones que pertenecen a una empresa petrolífera americana. Están rodeadas por una valla que se encarga de separar el primer mundo del resto, e incluyen un montón de barracones donde están instalados los técnicos americanos. Estos barracones prefabricados recuerdan sospechosamente a los que hay, hoy en día, en Irak.
La explotación petrolífera está a 50 Km de los barracones, para llegar allí hay que atravesar territorios áridos, paisajes lunares y difíciles caminos entre las montañas. Al igual que ocurrió en la guerra del Golfo (donde prendieron fuego a los pozos de petróleo), un pozo petrolífero está ardiendo debido a un accidente. La única manera de parar el incendio es provocar una explosión de nitroglicerina en el pozo, de forma que la explosión consuma el oxígeno de la combustión y detenga el incendio en el acto. Sólo hay un pequeño problema: la nitroglicerina es extremadamente sensible al calor o a cualquier golpe, y hay que transportarla hasta allí a través de un camino suicida.
Los americanos, fieles a sus costumbres (los que deben morir siempre son otros), van al pueblo a sacudir unos cuantos billetes en las narices de la gente para que todos piensen que “debe de ser maravilloso tener dinero”. Contratan a cuatro parias del pueblo para que lleven hasta el pozo petrolífero dos camiones cargados de explosivos altamente inestables.
Éste es el arranque de la película, cuatro desgraciados aceptan una misión suicida. La película no se ocupa del incendio o del petróleo, sólo se ocupa del camino que recorren estos muertos vivientes, con dos camiones que pueden explotar en cualquier momento, un argumento que haría las delicias del propio Hitchcock.
Es una película escueta, áspera, seca. Tiene una planificación y una forma de narrar prodigiosas, la dosificación de la intriga funciona como un mecanismo de relojería. Hoy en día, las películas que aspiran a poner en tensión a sus espectadores suelen ser thrillers o películas de miedo que usan y, sobre todo, abusan de los efectismos, los ambientes tétricos y oscuros, los efectos de sonido, los sustos y los giros tramposos de guión. Todas estas armas están destinadas a suplir la inoperancia narrativa de estos creadores de precuelas, secuelas o entrecuelas. Suelen acompañar el título de sus películas con un Nº: parte 3, II, the beginning etc.
En esta historia no hay puñetazos visuales ni la pretensión de embaucar a nadie, no hay sustos, no hay efectos de sonido, sólo hay espacios abiertos y, aún así, descubres que estás apretando los dientes y no sabes porqué. La tensión es insoportable, en una atmósfera angustiosa donde la fatalidad está detrás de cada recodo del camino, cuatro personas van acompañadas únicamente por su soledad. Sólo estás tú y el peligro. Tú y tu propio miedo.
“Volvían con el pelo blanco y las manos
temblando. Los que volvían”.
La película ganó la palma de oro de Cannes, lo cual levantó ampollas entre los americanos, no les gustó verse retratados como un país que explota la miseria de países tercermundistas. Afortunadamente, los americanos ya no están solos, actualmente, todos los países desarrollados quieren aprovecharse de la miseria de los pobres. Suerte que aún quedan muchos. Incluso los que hasta hace poco eran víctimas, ahora aspiran a subirse al tren de los verdugos.
Hay un plano donde unos aborígenes miran como arde el pozo de petróleo. Su mirada es la misma que tienen los pescadores de la costa de Louisiana a día de hoy. En ese plano no hay dialogo, sin embargo, la palabra expolio suena como una bofetada. Unos bárbaros arrasan y expolian una tierra con el resultado habitual: para que unos lo tengan todo, otros se quedan sin nada.
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