14 mayo, 2010

El Cartero y Pablo Neruda

 Hace ya casi un año que no está Mario Benedetti. Cuando murió, me prometí leer un libro suyo y, esta semana, tarde, mal y arrastro he cumplido esa promesa. Era un tipo que poseía el don de ordenar las palabras de forma maravillosa hasta que extraía la genialidad que habita en lo simple. Sus libros eran pequeños, como él, pero inabarcables.
Varias veces, leyendo ese libro, me vino a la memoria una película, también pequeña, que sigue el sendero de la poesía para hablar de las cosas importantes de la vida. Ya hacía años que no la veía. El Cartero. Michael Radford. 1995.

 En el año 1995, mientras rodaban esta película, los franceses hacían pruebas nucleares en Mururoa. En vano, los franceses no van a declarar ninguna guerra a no ser que Carla Bruni se lo proponga. En Rusia no había guerra, simplemente se dedicaban a masacrar Chechenos. Todavía siguen.
La guerra estaba en los Balcanes, fue el año de la matanza de Srebrenica, las tropas serbias asesinaron a más de 8000 civiles bosnios, entre ellos ancianos y niños hacinados en polideportivos. La mayoría estábamos muy ocupados mirando hacia otro lado.
Murieron Lola Flores y Michael Ende, el primero en darse cuenta de la existencia de los hombres grises. Me refiero a los que roban el tiempo, no a los hombres cuya vida está pintada con el color gris. Tanto unos como otros, hoy en día forman un ejercito llamado “mayoría”.
El “electrodoméstico” nos alumbró con un puñado de obras inolvidables, “Esta noche cruzamos el Mississippi”, “Médico de familia”, “Uno para todas” o “¡Que me dices!”. También dio comienzo una de las series más longevas de la televisión “Walker Texas Ranger”, sólo superada por JAG Alerta Roja.
Duran Duran y María Jiménez sacaron un disco, por separado, se entiende. Se casaron la infanta Elena y Marichalar. Tony Rominger ganó el “Giro” y Miguel Induráin su 5º “Tour de Francia”. Qué lejos queda todo esto.
“Braveheart” se llevó 5 oscars y “Babe, el cerdito valiente” ganó uno. Hoy en día, con la gripe porcina, no creo que fuese tan popular, aunque, ¿dónde están ahora los creadores y mercaderes del alarmismo gripal?. Seguramente se han ido a ver “Porky´s”, eso sí, con lo recaudado en los bolsillos.
Al final resultó ser un año bastante banal, la infanta Elena de descasó, los bombardeos de Mururoa no sirvieron para nada y ya nadie se acuerda, afortunadamente, de Pepe Navarro.
Un último apunte. Marcos Llunas ganó el festival de la OTI. Éxtasis.

Photobucket

 Años 50. Una isla, el mar, unos acantilados. Este es el paisaje que aguarda al poeta Pablo Neruda. Le han echado de Chile por sus ideas políticas y no le queda otro remedio que exiliarse en un pequeño pueblo de la costa italiana.
Neruda, tanto entonces como ahora, puede presumir de ser uno de los faros más brillantes que han iluminado la poesía universal. Para millones de personas, sus versos son esquirlas que penetran en la memoria. Le han editado hasta en idiomas que carecen de escritura.
La muralla de su casa en “Isla Negra” era un lienzo para admiradores anónimos: “Neruda no es chileno, Chile es Nerudiano”. En su país fue un ídolo en vida y una leyenda en su muerte, vivió para ver como desaparecía otra vez la libertad en su país con el golpe de estado de Pinochet. Diez días después murió.

 Según Neruda “El niño que no juega no es niño. Pero el hombre que no juega ha perdido para siempre el niño que era y lo extrañará”. En este relato “ese niño” vive en una hermosa y pobre cala de pescadores, es ignorante, ingenuo y a duras penas sabe leer y escribir pero, por encima de todo, es un soñador.
Se llama Mario Ruoppolo. Lo único que posee es la tierra que hay entre los dedos de sus pies y no tiene más trabajo que constatar que el sol sale por las mañanas y se acuesta por las noches. Un día ve un cartel en la oficina de correos del pueblo en el que ofertan trabajo, la única condición es tener bicicleta. Es así como Mario Ruoppolo, en un pueblo de analfabetos, se convierte en cartero con un único cliente: Pablo Neruda.

Photobucket

 La amistad eterna que surge entre estos dos seres desiguales merece que tú la veas y que yo no te la cuente. Una amistad que se forja a golpe de pedal, con los viajes en bicicleta del cartero a lo largo de la isla, arriba y abajo.
Pero el amor llama a la puerta de Mario Ruoppolo. Se enamora perdidamente y le pide ayuda a su amigo, el poeta.
Como consecuencia de esto, el cartero comienza a darle uso a su lengua, y no sólo para pegar sellos. Incluso se apropia de algunas metáforas de su maestro con tal de conseguir a su amada. Cuando Neruda se lo reprocha, el cartero responde con una réplica insuperable: “La poesía no es de quien la escribe, es de quien la necesita”.
No creo que la SGAE esté de acuerdo con esto, pero a quién le importa.

 Finalmente, Neruda es el padrino de la boda entre Mario Ruoppolo y su musa; durante la boda recibe una carta en la que le comunican que puede volver a Chile. La alegría se mezcla con la tristeza, el maestro se va.
La maravillosa columna vertebral de esta historia es el poder de la poesía en la amistad y en el amor. En definitiva, en la vida. De cómo una sola persona puede cambiar la vida de los que están a su alrededor.

Photobucket

 Años después, Neruda vuelve a la isla pero Mario Ruoppolo ya no está. Se ha ido para siempre.
El poeta pasea por los acantilados mientras lee el poema que Mario ha dejado para él. Un poema que no está escrito en papel, está escrito en el tiempo y en el recuerdo. Un poema cuyos versos están en todas partes delante de sus ojos y que poseen el ritmo de la propia vida.
Pablo Neruda sabe que hay gente que posee una extraña poesía que nunca se escribe. Alguien que graba el sonido de “las redes tristes de su padre” lleva un poeta dentro.
Ya no eran dos seres desiguales.

                                                                  Y fue a esa edad…
                                                                  Llegó la poesía a buscarme
                                                                  no sé de donde salió
                                                                  pero allí estaba sin rostro.
                                                                  Y me tocaba.


 El papel de cartero que interpreta Mássimo Troisi es maravilloso. Su salud era precaria, tenía una enfermedad coronaria y le causaban un enorme esfuerzo las tomas en bicicleta.
Al notarlo debilitado, el director Michael Radford le propuso detener por un tiempo la filmación. “Un film no vale una vida”, le dijo. Mássimo Troisi hizo un gesto alegre: “Estamos haciendo un film para que nuestros hijos sientan orgullo de nosotros, ¿cierto?
La ironía de la vida hizo que su corazón le traicionase y murió el mismo día que finalizó el rodaje.
Quince años después, la sombra de Mario Ruoppolo sigue siendo alargada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario