18 mayo, 2016

Get Carter

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 Eres Cary Grant. Estás rodando 'Con la muerte en los talones' y te obligan a lucir un traje especialmente diseñado para intrigas internacionales que resiste sin mácula el ataque de una avioneta inverosímil, ¿qué puedes hacer? Nada, aparte de combinarlo con tu bronceado y asumir que te vas a convertir en un icono del espionaje. ¿Y si te llamas Steve McQueen? Lo mismo. Te contratan para hacer 'Bullitt' y tienes que guapear por las calles de San Francisco con una gabardina, un Mustang y tu mejor pose publicitaria. ¿Acaso tienes la culpa de que tus ojos azules conviertan la película en un spot? A veces los actores sufren de elegancia.

 Michael Caine se suma a este raro síndrome de estilo sobrevenido en 'Get Carter'. Maneja con idéntica finura su traje de mohair y su dandismo por el Swinging London de finales de los sesenta, entre minifaldas, descapotables y trajes hechos a medida. Interpreta a Jack Carter, un asesino a sueldo de la mafia londinense. Pero no uno cualquiera, por supuesto. Si la manera de vestir es consustancial al poder de un hombre (y el guion nos invita a pensar que sí), Carter posee una gran reputación dentro de su gremio. Su hermano ha muerto en la ciudad natal de ambos, Newcastle, en circunstancias poco claras, y como un héroe de western que vuelve a su pueblo, toma un tren de regreso a sus orígenes con la intención de reventar las costuras de la ciudad. Viaja tranquilo, cómodamente sentado en su vagón mientras lee 'Adiós, muñeca' de Raymond Chandler. Mike Hodges, el director, presenta a su personaje con rapidez, eficacia y elocuencia. Amante de la moda, intelectual, libertino, singular, decadente; con semejantes credenciales al protagonista solo le falta entrar en un garito con la pistola colgando lánguida de la mano y exclamar: «¡Manos arriba! ¡Soy Oscar Wilde!».

 Carter pertenece a esa corriente de pensamiento que esquiva la frase célebre pero trabaja el género del diálogo flaco y afilado, como ese parlamento con el que amenaza a otro profesional: «Casi había olvidado cómo son tus ojos», dice, mientras le retira suavemente las gafas de sol. «Siguen siendo los mismos. Agujeros en la nieve». Parece recién salido de uno de esos relatos de George V. Higgins que retratan un submundo de delincuencia donde los propios criminales se ajustician entre ellos mediante traiciones, soplos, conflictos de intereses, repartos de botín con algún fleco por cerrar o, en el caso de 'Get Carter', una venganza. Asunto en el que Michael Caine escancia cadáveres con la misma soltura con que Wilde dispara aforismos.


                                                                                (Publicado en La Voz de Galicia)

11 mayo, 2016

Desmontando a Harry

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 Existe la posibilidad de que Woody Allen lleve toda su vida rodando una mala película. Tras su éxito fulgurante a finales de los setenta, llegan los años ochenta y ponen de moda un susurro que se propaga con gran rapidez entre los entendidos: sus nuevas obras no están mal, pero no son 'Annie Hall' o 'Manhattan'. Nace así el lamento (su presente languidece ante su pasado) que acompañará toda la carrera de Allen, mientras él torea expectativas y se dedica a rodar películas y dejar que opine el tiempo, que rara vez se precipita. Seis o siete psiquiatras después, con sus respectivos divanes, estamos en los años noventa. Para entonces, 'Delitos y faltas', 'Hannah y sus hermanas' o 'La rosa púrpura de El Cairo' se han convertido en capillas sixtinas. Allen continúa inventando chistes sobre Proust y haciendo travellings por las calles de Nueva York. Ya se imaginan lo que ocurre: los púlpitos influyentes aseguran que sus películas actuales no alcanzan el nivel de la década anterior. Se refieren a trabajos como 'Misterioso asesinato en Manhattan' o 'Balas sobre Broadway', esa divertida reflexión sobre el talento y el proceso de escritura que rima con 'Desmontando a Harry', donde un escritor de relatos vuelca en su obra el arte que es incapaz de poner en su vida. Sus propios personajes se rebelan y le cantan las verdades que no quiere oír a través de una narración fragmentada, perfecta en su orden desordenado, y en la que Allen nos explica una vez más, de contrabando, que estamos solos en el universo. Es en esta película donde aparece ese campanazo que afirma que las dos palabras más bonitas de nuestro idioma no son «te quiero» sino «es benigno», y el célebre gag del actor que se desenfoca solo.

 Unos cuantos rabinos disparatados después, llega el nuevo siglo. 'Balas sobre Broadway' o 'Desmontando a Harry' son ahora películas fundamentales en su filmografía. Woody Allen sigue trabajando. No varía su costumbre de apelar a Sófocles, hablar de infidelidades, inventar latigazos verbales y, sobre todo, hacer reír. Salen a bailar títulos como 'Match point', 'Si la cosa funciona' o 'Medianoche en París' y la trompetería habitual sentencia con ese «no está mal pero... », expresión que sigue gozando de una salud envidiable y una legión de adeptos que parecen habitar aquel chiste de 'Annie Hall': «En este restaurante solo sirven bazofia, y además las raciones son tan pequeñas...».

 Woody Allen acaba de cumplir 80 años, el reloj ya tiene poca arena. Cada año rueda una nueva historia. Conoce el gran secreto: parar es morir. ¿Y quién sabe más de guadañas que él?


                                                                                  (Publicado en La Voz de Galicia)

04 mayo, 2016

Principios de verano

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 «Está escrito en el agua. Se desvanece; no es nada», escribe René Clair al referirse al periodismo. Unas pocas palabras que resultan aún más atinadas si se utilizan para describir el cine de Yasujiro Ozu. Sus películas tienen algo de recién amanecido, como de rocío prendido en las telarañas, están hechas de silencio y timidez. La tranquilidad narrativa que preside sus obras te predispone a contemplar los pequeños milagros de la cotidianidad: a través de la vida diaria de una familia termina por atrapar el paso del tiempo, las diferencias entre padres e hijos, la desaparición de las tradiciones y, de forma sugerida y elíptica, la sociedad de posguerra que acaba de sufrir un holocausto nuclear hace pocos años. Ese off pavoroso cobra vida cuando una madre escucha por la radio 'La hora de los desaparecidos' o un personaje descuida una frase aparentemente inocente: «Cada vez hay más niños».

 A medida que uno cumple años y películas, la filmografía de Ozu va cogiendo trazas de tesoro. En cada título dejas algo olvidado porque tienes la certeza de que algún día volverás allí a por aire. 'Principios de verano' contiene la serenidad, la inteligencia y el despojamiento habitual de sus trabajos. Como siempre, Ozu pone la película a la velocidad exacta de tu pensamiento y te permite reflexionar, al tiempo que sigues la historia de Noriko (Setsuko Hara), una chica de 28 años a la que su familia busca un marido apropiado, pues temen que se convierta en solterona. Noriko representa a una generación que comienza a resquebrajar las viejas costumbres y elige a su marido sin consultar a sus familiares, lo cual provoca una pequeña conmoción y llena de melancolía el tercio final del relato. La escena en la que se hacen una foto de familia y Noriko, antes de marchar hacia su nueva vida, pide que hagan otra solo con sus padres, es un prodigio. Intuimos que puede ser su última reunión. Literalmente se convierten en pasado ante nuestros ojos.

 Resulta imposible hablar de Ozu sin hacer referencia al polo magnético de su cine: Setsuko Hara. En muy contadas ocasiones aparecen rostros con una inercia capaz de arrasar una película. Ocurre con Audrey Hepburn en 'Vacaciones en Roma'. O con Maureen O'Hara en 'El hombre tranquilo'. Setsuko Hara también posee esa cualidad. 'La voz de la montaña', 'Cuentos de Tokio' o 'Primavera tardía' son ejemplos de ese hechizo, una mezcla deslumbrante de inocencia y pureza que entra sin llamar en nuestra memoria y se adueña de la mejor localidad.


                                                                                       (Publicado en La Voz de Galicia)

01 mayo, 2016

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 Niños jugando con un perro, Pyongyang, Corea del Norte, 1907 | Jan Adriani (1874- 1948).