24 octubre, 2013

La octava mujer de Barba Azul

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 Nadie como Lubitsch convierte los lugares comunes en poco frecuentes. La retranca, el giro inesperado, los dobles sentidos, la elegancia o la picardía forman parte de su alfabeto reconocible: una forma de entender la vida en la que todos flirtean por encima de sus posibilidades. ‘La octava mujer de Barba Azul’ deja claro desde la primera escena que el amor es como los negocios, solo que más divertido: Gary Cooper interpreta a un millonario de pelo relamido que se presenta en unos grandes almacenes con el desdén del que viene a cobrar una factura. Pretende comprar un pijama, pero solo la chaqueta: «Yo duermo sin el pantalón. No quiero cosas que no uso», afirma con impertinencia ante la mirada horrorizada del vendedor, que llama a su superior para ver si pueden acceder a semejante desatino. El encargado, a su vez, corre a consultar el asunto con el vicepresidente, de manera que la cuestión se va traspasando de jefe en jefe como un virus de alto contagio hasta llegar a la cúpula: Suena el teléfono en la habitación del presidente de la compañía, que está leyendo la prensa en la cama como si fuese Marcel Proust. «¡Imposible! No vendemos pijamas por partes. Eso sería comunismo», exclama. Cuando se levanta de la cama, vemos que también él lleva solo la chaqueta del pijama puesta.

 Detrás de las ideas de esta película, porque el cine son ideas, están Charles Brackett, Ernst Lubitsch o Billy Wilder, genios de la escritura cinematográfica o de cualquier otra. Eran expertos en raspar y raspar hasta dar con la idea más brillante, y una vez conseguida, decían: «Bueno, ahora vamos a mejorarla». Cuando la crisis del pijama está al borde de la gangrena aparece Claudette Colbert diciendo que quiere comprar solo un pantalón de pijama, y la película ya está lanzada. Por supuesto, la chaqueta y el pantalón de pijama terminarán por encontrarse e incluso contraerán matrimonio. Un casamiento turbulento. Claudette Colbert descubre que su marido ha tenido siete esposas previas, se niega a ser un peaje más en la autopista y plantea el matrimonio como una guerra preventiva: tratará de comprobar quién doma a quién. Y ya sabemos que en las comedias del cine clásico no existe el empate.


                                                                                                                         (Publicado en La Voz de Galicia)

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