05 octubre, 2010

El infierno del odio

 Un refugiado de excepción. Hoy llega a este pequeño refugio intrascendente el señor Kurosawa, un director que, posiblemente, no ocupa el lugar que merece en el olimpo de hacedores de películas. Akira Kurosawa tiene tantas películas estupendas que se me hace difícil escoger una, al final me he decidido por una de las menos conocidas.
Realmente no sabía que película escoger, lo que no podía imaginarme era que la iba a elegir en función de un partido de fútbol. La retransmisión televisiva de los partidos de fútbol se ha convertido en una forma más de insultar al espectador osado por parte de las cadenas. Creen que la publicidad que emiten durante los encuentros no es lo suficientemente invasiva y han decidido convertir a los periodistas que narran el partido en publicidad viva, una suerte de maniquíes de plástico que cada diez minutos te anuncian (la oferta) el programa de televisión que viene a continuación. Como esto no es suficiente, también se ven en la obligación de informarte de la programación de mañana, pasado mañana y el jueves que viene. No sea que te pierdas alguna película de Chuck Norris.
Mientras el espectador se debate entre la indignación y el bochorno ajeno, el narrador (antes uno, ahora nunca menos de cuatro) se ha convertido en una especie de hombre anuncio antiguo, de aquellos que iban metidos entre dos carteles. Sólo que con menos dignidad.

 Puede que el único al que todo esto le parece patético sea yo, el caso es que, pensando en todo esto, recordé un detalle publicitario de una película de Kurosawa y, aquí estoy, aporreando las teclas del ordenador con mi caligrafía dudosa. La película es El infierno del odio. Akira Kurosawa. 1963.

 La historia comienza con una reunión de negocios en la casa del protagonista. A través de las ventanas de su casa se divisa –se domina- toda la ciudad. Tiene la ciudad a sus pies. Es un hombre importante, poderoso, un rico ejecutivo de la industria del calzado en Yokohama. Nuestro protagonista, el Sr Gondo, ha invitado a su casa a la junta directiva de la empresa, la cual está formada por 3 o 4 ejecutivos-alimaña que conspiran para ver quien se hace con el control de la empresa.

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 El retrato que hace Kurosawa de estas aves de rapiña sigue vigente 45 años después y demuestra la modernidad aplastante de la película. Estos ejecutivos consideran que, tanto el liderazgo como los objetivos de su empresa, están obsoletos; pretenden hacer algo barato, de mala calidad (rebajar los costes) y aumentar las ventas y los consiguientes beneficios. Saben que los zapatos deben gastarse rápido para vender más, si son duraderos, malo.
Pero el Sr Gondo no opina lo mismo, cree que los zapatos no son un adorno o una marca, los zapatos soportan todo el peso del cuerpo, deben ser buenos, tener calidad. Él empezó de aprendiz a los 16 años, conoce cada ruido, cada olor de su empresa. Gondo ama el buen trabajo por encima de los beneficios, quiere hacer zapatos cómodos, a la moda, duraderos. Piensa que a la larga darán beneficios. Es un romántico, cree que su empresa, además de ganar dinero, debe aportar algo a la gente. No podría trabajar en Wall Street.

 Todo esto, al fin y al cabo, no es más que la lucha eterna entre los viejos tiempos (hacer algo digno) y los nuevos tiempos (ganar dinero rápidamente a costa de lo que sea).
Pese a todo, Gondo guarda una carta ganadora en la manga de su camisa, ha reunido una gran cantidad de dinero y ha hecho un acuerdo financiero que le permitirá tomar el control de la empresa. Si esta maniobra fracasase, le llevaría a la ruina a él y a su familia.
Pero algo sucede.

 Secuestran a un niño y el destino le pone a prueba. Gondo se enfrenta a un dilema moral, su humanidad se encuentra atrapada en una balanza, se expone a perderlo absolutamente todo a cambio de la vida de un niño. A cambio de levantarse cada mañana y poder seguir mirándose al espejo.
El título original de la película es “Los que están arriba y los que están abajo”. La casa en la colina del Sr Gondo está tratada como si fuese la casa del señor feudal. El secuestrador ambiciona y odia, al mismo tiempo, la posición y el dinero de Gondo. Kurosawa nos cuenta en esta historia que la pobreza y el estatus financiero son irrelevantes; el secuestrador es una víctima de la sociedad tanto como Gondo es víctima del chantaje del secuestrador. El dinero y la casa en la colina no pueden protegerlo del mundo caótico en el que vivimos.
De igual modo, Kurosawa dice que la responsabilidad lo es todo. Está aprobando literalmente la idea de que en un mundo caótico las personas se miden según las decisiones que toman, una idea que aparece en la mayor parte de sus mejores trabajos. La película pregunta acerca de lo que significa ser responsable y de aceptar las consecuencias de tus decisiones. Quizá, en parte, de eso se trata ser persona. En Japón a esto, a menudo lo denominan de otra forma: honor.

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 Kurosawa tiene tantas películas excepcionales que es imposible saber cual es la mejor. Sin duda, ésta descansa entre las mejores. Es una obra maestra de la estructura y trata temas que van más allá de la típica película policíaca. Es inteligente y técnicamente maravillosa. Poca gente ha usado de forma tan maravillosa la pantalla panorámica como este director, las puestas en escena están hechas en función del formato, con un gusto excepcional por el encuadre.
Casi todas las películas de Kurosawa, a partir de los 50, están hechas en anamórfico y con una gran profundidad de campo. De esta forma, al estar todo enfocado, vemos todo lo que ocurre en primer término y las reacciones de los demás hacia el fondo de la imagen. Exprime el formato de una manera enormemente expresiva y crea sus imágenes como si fueran las capas sucesivas de una cebolla. En primer término sucede una cosa, a mitad del encuadre otra y al fondo otra. Y siempre sabes qué está pensando cada personaje. A ser capaz de hacer todo esto, se le suele llamar vulgarmente, ser un maestro.

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 Todo lo que he contado hasta ahora corresponde a la primera parte de la película, que transcurre, de principio a fin, en el salón del Sr Gondo, donde se pone de manifiesto el magisterio de Kurosawa en cuanto al ritmo, la puesta en escena y la dosificación de la intriga.
La historia está estructurada en dos actos. El primero abarca el secuestro y las negociaciones. El segundo es la búsqueda y la caza de un hombre, trata del rescate, la investigación y la resolución del caso.
Las dos partes están divididas por el emocionante pago del rescate en el tren bala, donde a Gondo le obligan a tirar su vida por la ventana o, mejor dicho, por la ventanilla de un tren. Después de la dramatización teatral de la primera parte, destaca mucho más la acción puramente cinematográfica en el tren bala. La secuencia en el tren dura 5 minutos y es una de las secuencias más excitantes de la historia del cine (para mí, claro). Hay mucha gente que piensa que en el cine clásico no había planos con cámara al hombro, creen que es un invento de “Salvar al soldado Ryan” o “El ultimátum de Bourne” (película maravillosa, por otra parte). Parece que no.

 La segunda parte de la película es un relato policiaco donde es imposible no darte cuenta de que Kurosawa es un narrador magistral. Vemos como van estrechando el cerco para encontrar al secuestrador gracias a los métodos deductivos, el ingenio y el sentido común de los policías. Una policía reposada y metódica que se reparte las pistas y agota todas las posibilidades en un mundo donde Google todavía no ha hecho acto de presencia.
La película hace que comparemos el método de investigación americano con el método oriental. A diferencia de las películas americanas, aquí no hay un detective protagonista que acapare la atención, hay un grupo que colabora en equipo, nadie es protagonista. En Japón ese afán de protagonismo está mal visto, todos se comportan como si fueran parte de un engranaje, son hormiguitas donde nadie destaca por encima del otro.

 Los fenómenos atmosféricos casi siempre son un personaje más en las historias de Kurosawa. La lluvia de sus películas es insuperable (“Los siete samuráis”, “Rashomon"), el viento y el polvo en “Yojimbo” es espectacular (cuantos westerns han copiado esta escenografía). En esta película le toca al calor, un calor húmedo, pegajoso, sofocante. Un calor que se agarra a la piel y añade tensión a la historia.

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 El mundo de los objetos está retratado de forma maravillosa. Un reloj de pared marca el principio y el final de esta historia, el tiempo es muy importante porque ésta es una película de secuestros, posiblemente una película de secuestros pionera, donde el secuestrador mantiene en vilo a la policía con llamadas de teléfono.
El secuestrador también posee un objeto que lo identifica: sus gafas de sol. Estamos en una época donde las gafas de sol tenían un significado, servían para identificar a los malos de las películas. Todavía quedaba lejos la época donde las gafas de sol las llevaban los “cojonudos” (Reservoir Dogs) o servían para vender millones de unidades (Matrix).

 Es una de esas películas que, en cada visionado, descubres cosas nuevas. La última vez, descubrí un detalle que me dejó pasmado. En la secuencia del tren bala hay un plano donde uno de los policías va durmiendo apoyado en la ventanilla, en ese encuadre tiene mucha presencia una botella transparente (parecida a una de Coca-Cola) que está en la repisa de la ventanilla. La botella está medio llena, no tiene ningún tipo de marca (le han quitado la etiqueta) y no hace publicidad de nada. Sin embargo, todos sabemos que en las películas los objetos no están delante de la cámara por casualidad, es decir, la botella tiene una razón de ser o, más bien, de estar.
Pues la razón de estar de la botella es la siguiente: es publicidad encubierta… del tren.

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 A través de la ventanilla observamos que el tren va a toda velocidad y el agua de la botella de la repisa no se mueve. El tren ni siquiera vibra. En casi todas las películas japonesas de los 60 y los 70 sale el tren bala, en su momento era el no va más de la tecnología y lo usaban como seña de identidad de Japón. Ahora imaginad un tren español en el año 63 y poned la botella en la repisa, amarradla con cinco docenas de tornillos a la madera podre e intentad que no vibre. Imagino que observar a tus compañeros de vagón era como pasar la mañana viendo a Michael J. Fox. En cuanto la gente veía algo totalmente quieto se mareaba porque el cerebro no era capaz de asimilarlo.

 Volvamos a la película. Kurosawa, cuando mete publicidad en su película (y aquí viene lo importante), aparte de ser sutil, cree que el espectador es inteligente, cree que el espectador es capaz de… pensar. Trata de que el público que vea la película participe, es decir, respeta a los espectadores de su película. Comparad esto que acabo de contar con la forma en que te endiñan la publicidad hoy en día y comprenderéis mi asombro.


                                       “Puede que el viejo esté anticuado, pero
                                        al menos sus zapatos son de verdad”

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