23 diciembre, 2016

Atraco Perfecto

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 Si uno pretende rodar una película de cine negro y ha visto 'La jungla de asfalto' sabe que al escoger de protagonista a Sterling Hayden tiene escrito medio guion. Su rostro honesto, trabajado por las decepciones, es un imán para el fatalismo. Lleva la marca del perdedor tan a la vista que nadie en su sano juicio apostaría por el caballo que él escogiera.

 'Atraco perfecto' presenta a una serie de personajes liderados por Hayden y unidos por la expectativa de un gran robo. Todos los elementos del cine negro circulan por aquí: asesinatos, humo, matones, una mujer fatal y un grupo de secundarios que solo el fondo de armario del cine clásico puede proporcionar, como Marie Windsor o Elisha Cook, con un aspecto de cadáver prematuro tan notable que esperamos su muerte en cualquier fleco de la película. Las fatalidades del último momento, tan habituales en este género, también cobran una importancia decisiva. De la misma forma que la alarma que suena a destiempo en 'La jungla de asfalto' arruina todo el asunto o el perro de 'El último refugio' provoca la muerte de Humphrey Bogart, en este relato un caniche provoca una de las torceduras del destino más famosas de la historia del cine al hacer desaparecer dos millones de dólares en unos segundos. Se confirma así que los perros, en el cine negro, son más peligrosos que un fiscal.

 A pesar de todo lo anterior, el gran acierto -y lo que aporta una mayor novedad- de 'Atraco perfecto' reside en su estructura narrativa no lineal, con saltos adelante y atrás, convirtiendo el tiempo en protagonista. Una voz en off va explicando la cronología de la acción con un lenguaje documental. Esta concisa descripción periodística desmenuza la relojería del relato como si se tratase de un sumario, dotándolo de un ritmo imparable y proporcionando, de paso, esa perfección aséptica y milimétrica tan del agrado de Stanley Kubrick.

 'Atraco perfecto' ocupa un lugar de privilegio en la primera parte de su carrera, al lado de 'Senderos de gloria' o 'Teléfono rojo', títulos que se mantienen frescos quizá por su engañosa simplicidad y su ausencia de parafernalia. No ocurre lo mismo con la segunda parte de su filmografía, en la que películas ampliamente cacareadas están siendo arrasadas sin piedad por el paso del tiempo. Esos travellings frontales que preceden al movimiento de los personajes, o bien los siguen desde atrás, tan insistentes, largos y repetidos una y mil veces hasta convertirse en marca registrada, no ayudan. La manera en que Kubrick abusa del inventario de la Deutsche Grammophon, tampoco.


                                                                                 (Publicado en La Voz de Galicia)

13 diciembre, 2016

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 Li Jiang River, Huangshan Mountains, Guilin, China, 1979 | Hiroji Kubota.

08 diciembre, 2016

Horizontes de grandeza

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 Los créditos iniciales de 'Horizontes de grandeza' arrancan el relato de forma tan espectacular que a uno le asalta la siguiente pregunta: si empiezas con semejante ímpetu, ¿cómo mantienes el resto al mismo nivel? Las dudas desaparecen enseguida. En los siguientes diez minutos, William Wyler nos ofrece una persecución a caballo, agujerea un sombrero a balazos, desliza un homenaje a 'La diligencia' de Ford y nos presenta a Julia Maragon (Jean Simmons), que hace prosperar la película con cada una de sus apariciones. Las dos horas y media restantes de metraje forman una sucesión de acontecimientos tan bien pilotados que nadie, en pleno uso de sus facultades mentales, osaría mirar el reloj.

 Nunca se cita a Wyler en primer lugar cuando se habla de grandes directores de cine, aunque maneje con una perfección envidiable las herramientas de su oficio y sea, probablemente, uno de los narradores más precisos y vigorosos que hayan existido. Aquí vuelve a trabajar con su gran amigo Gregory Peck (ambos producen la película), que interpreta a un capitán de barco afincado en el Este que viaja al Oeste para casarse con su prometida e intenta instalar la civilización en un territorio donde la reputación es un patrimonio que hay que defender a tiros y el progreso se mide a culatazos.

 Al terminar el rodaje, Wyler declaró a un periodista: «Nunca haré otra película con Greg Peck... y puede citarme». Y en efecto, no volvieron a trabajar juntos. El motivo de la disputa fue una secuencia en la que Peck creía que se podía mejorar el resultado haciendo un plano corto de él. «Primero déjame hacer un montaje provisional de toda la escena. Si sigue sin gustarte, lo repetiremos», dijo Wyler. Todo el mundo entendió. Tenía fama de meticuloso y si daba una secuencia por zanjada era porque no hacía falta una toma más, simplemente quiso ser cortés. Unos días más tarde Peck vio la escena montada. Seguía sin convencerle. Se acercó a su amigo Willy y le pidió una fecha para repetirla. Este se negó de forma tajante. El actor abandonó el rodaje y solo volvió para hacer los planos que faltaban para terminar la película. Ni siquiera se dirigieron la palabra. Un par de años después, Wyler estaba en la gala de los Oscar con 'Ben-Hur'. Llovían estatuillas. Gregory Peck, con ese aire de nobleza y el porte de mediador que siempre lo acompañan, quizá masticando algún sapo, se acercó a felicitarlo, momento que el director aprovechó para hacer las paces y apostillar medio en broma: «Gracias, pero has de saber que no pienso hacerte ese plano corto...».


                                                                                     (Publicado en La Voz de Galicia)