23 julio, 2016

El maquinista de La General

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 Buster Keaton representa la ingenuidad en términos absolutos. Una ingenuidad como solo puede entenderla un niño cuyos padres lo incorporan a su espectáculo como la fregona humana, donde asume el papel de un enano que limpia el suelo con su cuerpo y al que pueden lanzar volando repetidamente contra la pared para disfrute del respetable. Aprendió que cuanto más triste era su cara, más sonoras resultaban las carcajadas. Muchos años después, unos productores lo obligaron a reírse. Deseaban adornar con una sonrisa el final feliz de su película. Él creía que era un error. Los espectadores estaban acostumbrados a su rostro severo e inexpresivo y no lo iban a asimilar. El pase previo le dio la razón: la respuesta del público fue un desastre y hubo que cambiar el final. Keaton nunca volvió a reír.

 Si hay algo que define su cine es la ausencia absoluta de sentimentalismo. Jamás se enamora de ciegas ni ayuda a huerfanitos. Todas sus historias giran en torno a un joven atolondrado que sufre todo tipo de calamidades para conquistar o rescatar del peligro a su amada. El mundo es hostil con él y, sin embargo, lo acepta todo, encaja cualquier contrariedad sin resignación o mueca de asombro. Sigue adelante, nada lo detiene. No hay desgracia que no utilice en su favor con tal de conseguir el objetivo que se ha fijado.

 'El maquinista de La General' es un prodigio de inventiva y, posiblemente, la película de acción más difícil, vertiginosa y creativa que se haya rodado nunca. El estilo de Keaton, puramente visual, transmite al espectador la sensación de que se está inventando el cine ante sus ojos. De hecho, es lo que ocurre. Todavía no existía un lenguaje cinematográfico asentado ni unas ideas narrativas claras. El relato transcurre durante los primeros escarceos de la guerra de secesión americana. Keaton interpreta a un ferroviario al que unos espías del Norte le han robado a sus dos novias, la de verdad, y su locomotora (La General), asunto que origina una de las persecuciones más fabulosas de todos los tiempos, en la que el protagonista, poco interesado en la guerra convencional, saca provecho de sus habilidades, que consisten en pelear con la gravedad, acometer acrobacias excepcionales, refutar las leyes más elementales de la física y, simplemente, hacer reír. En una ocasión, un periodista quiso saber si su estilo había tenido herederos. «¿Quizá Jacques Tati?», preguntó. Y Keaton, con la sequedad elocuente del pionero, ofreció una respuesta de concisión fordiana: «No sé... está empeñado en resultar artístico».


                                                                                    (Publicado en La Voz de Galicia)

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