05 febrero, 2014

Chungking Express

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 Hace tiempo la palabra ‘competitividad’ era patrimonio de jefes de multinacionales, ejecutivos expertos en medir la longitud de la corbata de enfrente y seres que habitaban Wall Street. La citada palabra prosperó y ahora se la puede encontrar en un patio de colegio, mientras un padre furioso grita a su hijo de ocho años por haber fallado una ocasión de gol, o en cualquier playa en la que dos personas presumen de la rapidez de su bronceado para, se supone, coger al verano desprevenido. Estamos tan ocupados con la necesidad del éxito instantáneo y la obsesión por no fallar que ya no valoramos la importancia del intento. Ahora las cosas deben hacerse al primer disparo. El ensayo-error, al parecer, es algo que no nos podemos permitir, cuando a veces solo el tiempo nos avisa de que fallar era otra forma de acertar.

 En el cine de Wong Kar-wai el ensayo-error está permitido –suele rodar sin guión– y su enorme libertad a la hora de utilizar determinados recursos narrativos convierte sus fracasos en interesantes y sus aciertos en agua bendita. Las dificultades de financiación y los constantes cambios en el argumento hacen que sus historias tarden bastante en rodarse y es habitual incluso que se interrumpan. ¿Que el rodaje se atasca? Pues lo detiene. ¿Que entremedias rueda otra película y luego vuelve sobre la anterior? Sin problema. Pasa del plato principal al entremés con una soltura envidiable.

 ‘Chungking Express’, rodada en tres semanas y con un guión que se va construyendo sobre la marcha, se llevó a cabo aprovechando un parón de dos meses del rodaje de ‘Ashes of time’. El azar, la caducidad de los recuerdos y los amores que cambian de rumbo son atrapados por una cámara sin derecho a trípode que parece salida de ‘Al final de la escapada’. Todos los personajes son gente de paso adicta al desencuentro que deambula por un Hong kong apretado y caótico. «¿Adónde quieres ir?», pregunta uno de los personajes. «Adónde tú quieras llevarme», responde el otro. No hay mejor definición que ésta para el cine de Wong Kar-wai, donde lo maravilloso suele estar en lo incompleto. Le ocurre lo mismo que a las ventanas de los cuadros de Hopper: están siempre abiertas.


                                                                                                                     (Publicado en La Voz de Galicia)

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