19 febrero, 2014

La venganza de Ulzana

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 Un pelotón de caballería sale en busca de Ulzana, un apache que ha escapado de la reserva con cinco o seis de sus mejores guerreros y va dejando un rastro de torturas y muerte. Sin haber estudiado táctica en West Point, Ulzana posee tales dotes para la estrategia que convierte su fuga en una partida de ajedrez apasionante. «No olvide las reglas de este juego: el primero que cometa un error tendrá que enterrar a alguien», advierte con estoicismo el viejo explorador McIntosh, al que da vida un extraordinario Burt Lancaster. El teniente al mando del pelotón, recién salido de la academia, se horroriza ante las matanzas que le salen al paso cuando, en cuestión de atrocidades, los indios solo han intentado ponerse a la altura de los blancos, que siempre han matado más y mejor.

 Esta historia de diferencias irreconciliables entre supuestos civilizados y salvajes hostiles se resume en esa famosa sentencia de Kipling, que como todas las sentencias tiene algo de falso: «El este es el este y el oeste es el oeste y nunca se encontrarán». Solo Burt Lancaster, al ejercer de puente entre unos y otros, es capaz de contradecir a Kipling. Sin embargo, es un puente cansado de ser metáfora y arrastra la decepción de que todos le pasen por encima. Con su gesto de resignación y su mirada melancólica, Lancaster construye un personaje de una resonancia inabarcable. Por su rostro han pasado tantas películas que se ha convertido en uno de esos actores que lleva el tiempo en la cara.

 Si hay una película en la que sean esenciales las miradas, esa es ‘La venganza de Ulzana’. En esta partida de ajedrez en la que se cabalga de día, se habla de noche a la luz de las hogueras y se muere en cualquier momento, la forma de mirar de los personajes tiene tal potencia que los silencios parecen dialogados. Lo que en origen era una persecución se transforma en un viaje iniciático en el que el teniente pasa del odio absoluto al entendimiento y de paso la historia adquiere el aliento de una película de itinerario sin nada que envidiar a ‘La Odisea’ de Homero. Al fin y al cabo, los westerns son cantares de gesta americanos.


                                                                                                                       (Publicado en La Voz de Galicia)

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