05 agosto, 2015

La voz de la montaña

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 Shuichi trabaja como ejecutivo en una compañía de Tokio y a menudo se queda en la capital, emborrachándose y divirtiéndose con su amante, mientras su esposa Kikuko (Setsuko Hara) lo espera hasta tarde junto a sus suegros en la casa que comparten en las afueras. Mikio Naruse no precisa más esqueleto argumental para mostrar, de forma delicada y sencilla, incluso pudorosa, la dificultad de la vida en pareja, el paso del tiempo o cómo la vejez se convierte en sinónimo de estorbo. A Naruse le basta un ronquido para resumir un matrimonio y una mirada de Kikuko para explicar la inocencia inherente al deseo de agradar o la soledad de sentirse despreciada. Es imposible explicar en unas pocas líneas la bondad y el magnetismo que transmite el rostro de Setsuko Hara, baste decir que irradia tal pureza que los desaires de su marido son recibidos por el espectador como puñaladas en el costado.

 Uno ve las películas de Naruse con el alivio que produce saber que no hay nadie intentando colocar un adjetivo aquí y allá. Tampoco hay subrayados, letra cursiva ni aspavientos. Las cosas simplemente pasan, como en el cine de Yasujiro Ozu. Ambos comparten la precisión y el rigor en la composición, la narración pausada y la austeridad en los encuadres. A pesar del exquisito refinamiento estático de 'La voz de la montaña', el director japonés reserva, sin embargo, unos pocos travellings para unir a dos personajes y envolverlos con el movimiento. Cuando la cámara de un cineasta tan alejado de la retórica echa a andar, tiene que haber una buena razón; de hecho, la hay: los paseos de Setsuko Hara con su suegro cuentan una de las historias de amor más hermosas de la historia del cine. Y es hermosa porque no sucede en la pantalla: tiene lugar en la mente del espectador.

 Como siempre en Naruse, la turbulencia ocurre por debajo del radar. La superficie es serena y apacible, como dos árboles que crecen y nunca llegan a tocarse. Pero bajo el suelo la cosa es distinta. En lo subterráneo, en el pensamiento, hay un contrabando sutil e inolvidable. Quizá lo que de verdad merece la pena contar solo debe ser sugerido, parece querer decirnos Naruse. El suyo es un arte basado en la sugerencia, los silencios y la contención verbal, como si las palabras quemasen las manos al agarrarlas.


                                                                                (Publicado en La Voz de Galicia)

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