03 septiembre, 2014

Más dura será la caída

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 Mark Robson aprieta hasta que no sobra un solo plano y rueda ‘Más dura será la caída’ con la precisión del que fue montador antes que director. Su arranque, directo al grano, sin pérdidas de tiempo, adornos o prolegómenos, tiene el ritmo de ‘La jungla de asfalto’: cada uno de los personajes circula por una Nueva York que parece rodada por los fotógrafos de Mágnum y llega a uno de esos gimnasios con puerta de rejilla abatible y escaleras empinadas que desembocan en un cuadrilátero con olor a chanchullo. Planean una estafa en la que un boxeador que no boxea irá adquiriendo fama a base de combates amañados y toallazos de sus rivales hasta poder disputar el título mundial de los pesos pesados, momento en el que apostarán en su contra y lo dejarán tirado. Inflan una burbuja, una expectativa falsa en la que unos pocos se quedarán con la pasta y los demás con las consecuencias.

 Todos son cómplices excepto el protagonista, Toro Moreno, un gigante ingenuo que ejerce de mercancía en un deporte que trata a los púgiles como pedazos de carne que suelen terminar en el arroyo. Para organizar la campaña mediática, los mafiosos contratan a un columnista de deportes venido a menos: Humphrey Bogart. Al principio se niega a dejarse corromper. Fue alguien en otra época, pero ahora las cosas no le van bien. El miedo al paro y a envejecer sin dinero se resume en la frase que Rod Steiger le tira a la cara: «¿De qué te sirvió la dignidad a la hora de perder tu trabajo?». Bogart sabe que la única madera de campeón que posee Toro Moreno quizá sea la de su ataúd y aún así se presta al engaño. Acepta llevar al becerro hasta el altar del sacrificio, dando lugar al otro tema de la película: el despilfarro de su reputación.

 ‘Más dura será la caída’ destapa las miserias del boxeo y el periodismo con tanta claridad que parece un especial informativo. También propone un combate subliminal entre el histerismo del Actor´s Studio y los actores de la vieja escuela. Mientras Rod Steiger se pone intenso y volcánico para explicar por qué matar a otro tipo a golpes aporta prestigio, a Bogart le basta con su sombrero, su forma de atrincherarse tras un cigarrillo como si se protegiese de una metáfora, y esa mirada cansada del que un día se puso una gabardina y ya no pudo cambiar de vestuario en el resto de sus películas.


                                                                                                                     (Publicado en La Voz de Galicia)

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