10 septiembre, 2014

Los tres días del Cóndor

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 Dominio del suspense, engranaje matemático, ritmo vertiginoso, ‘Los tres días del Cóndor’ parece apadrinada por Alfred Hitchcock. Solo olvida Sydney Pollack incluir ese humor negro que tanto le gustaba al director británico. Incluso el argumento es idéntico a ‘Con la muerte en los talones’: un inocente se convierte en la víctima de un enredo de espionaje que ni siquiera llega a comprender.

 Robert Redford interpreta a un funcionario insignificante de la CIA que sale de la oficina a buscar unos bocadillos y al volver descubre que todos sus compañeros han sido asesinados. Su vida se convierte en unos céntimos que recoges del suelo, se acabaron los lugares seguros para él. Redford es un idealista en una época en la que esta palabra todavía no era sinónimo de pardillo, pero toda esta peripecia hace crecer su escepticismo a golpe de llamada telefónica. «¿Cómo es que yo necesito nombre clave [Cóndor] y usted no?», le pregunta a un superior, empezando a percatarse de que los que nos gobiernan siempre están por encima de la lluvia. Esa simple interrogación muestra sin disfraz el tema del filme: la desconfianza hacia el poder establecido.

 Empresas retorcidas, instituciones públicas sospechosas, democracias con intereses ocultos, trapos sucios. Cóndor adelanta en esta película de 1975 la letrina de la globalización y la sensación de que el mundo se ha convertido en una amenaza: es su propia agencia la que quiere eliminarlo. El asesino a sueldo que le da caza a través de la ciudad está interpretado por Max von Sydow, que es como si Bergman te persiguiese por Nueva York. Este malvado con carisma, sosegado y elegante, posee un pragmatismo tan acentuado que convertiría a Cioran en un optimista. Cuando Cóndor le anuncia su decisión de tirar de la manta y convertirse en un Snowden obligado a vivir por debajo del radar, éste, en un parlamento inolvidable, le cuenta cómo será asesinado: «No tiene usted ningún futuro aquí. Ocurrirá de este modo: usted irá caminando, tal vez el primer día de la primavera. Un automóvil se detendrá junto a usted y alguien a quien conozca, alguien en quien incluso confíe, saldrá del coche. Y le sonreirá con una sonrisa hospitalaria. Pero dejará abierta la puerta del coche y se ofrecerá a llevarle». Luego le entrega una pistola. «Para ese día», remata.


                                                                                                             (Publicado en La Voz de Galicia)

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