01 julio, 2014

After Hours

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 Con una estética soñada por la movida madrileña y un argumento de isobaras Kafkianas, el cine de los años ochenta tiene en ‘After hours’ una de sus radiobalizas. Su protagonista, Paul Hackett, trabaja en una oficina que rima con la de ‘El apartamento’ y posee una vida gris y apagada. Conoce a una mujer en un restaurante y queda con ella en el Soho para que Martin Scorsese pueda mostrarnos una ciudad de Nueva York anterior al desembarco del diseño: farolas de luz congelada, sombras amenazantes, basura acumulada, asfalto brillante. Las calles de sus primeras películas aullaban. En su cine actual de gran despliegue y escaso resultado todo me parece impostado. Fuegos de artificio. Echo de menos los movimientos de cámara nerviosos y los cortes de montaje a puñaladas por los que circulaban taxistas salidos del infierno o boxeadores desfigurados.

 Esa imperfección crispada y grandiosa sobrevuela esta película de cafeterías abiertas toda la noche, tipos con crestas y ojos más delineados que un grafiti, bares con solitarios de barra que cavilan en Hopper y lofts habitados por artistas conceptuales que ya pensaban en lo que iban a deconstruir en la década siguiente. Todos forman el remache perfecto de aquella Nueva York en la que un cambio de manzana parecía una mudanza geográfica. Cruzar la acera podía convertirte en el extranjero sin brújula del barrio vecino. Al menos esto es lo que le ocurre a Paul Hackett. Pretende pasar un rato con una chica que le permita dejar atrás sus dificultades para ultimar con las mujeres y buscar quizá alguna experiencia excitante. La sucesión de desastres que le ocurren a continuación convierten su noche canalla en una pesadilla urbana que lo transforma en un alma en pena con un único deseo: volver a casa. Sin embargo, se encuentra atrapado en un bucle que le impide salir del Soho como si fuese un personaje de ‘El ángel exterminador’ de Buñuel.

 El guión circular y matemático, que lo retrata en tono de comedia como un hámster corriendo en su noria, hace de su viaje un estudio surreal y delirante sobre la soledad y el miedo a vivir de un hombre corriente, anodino. Alguien que se arroja a la noche y la noche lo escupe por la mañana, como un cenicero usado y recién vaciado, delante de su trabajo. Un puñetero empleado de Kafka.


                                                                                                          (Publicado en La Voz de Galicia)

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