17 junio, 2014

Conspiración de silencio

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 Las primeras imágenes de ‘Conspiración de silencio’ muestran un tren moderno que corta el desierto a toda velocidad mientras van cayendo los títulos de crédito. Cuando la máquina se detiene en Black Rock, se baja un tipo vestido de negro. Le falta un brazo. El telegrafista de la estación se alarma de forma notable: imposible saber si es porque el tren nunca para (siempre pasa de largo) o porque la película comienza tan deprisa que uno no sabe si el brazo llegará después por mensajería urgente. Si esto fuese un argumento del oeste, el manco interpretado por Spencer Tracy tendría las trazas de un pistolero que llega para ajustar algún fleco pendiente, pero solo es un veterano de la segunda guerra mundial con afición a hacer preguntas. Busca a una persona. Los habitantes de Black Rock poseen un secreto inconfesable, una vergüenza escondida en un doble fondo que convierte la trama en un polvorín cuando este extraño se pone a escarbar el pasado.

 Spencer Tracy, cansado de las disputas domésticas que mantiene con Katharine Hepburn en todas sus películas, decide tomar un descanso y pelearse con un pueblo entero. Su mandíbula es capaz de masticar cualquier ambiente hostil. Incluso cuando aprieta el paso parece que la prisa la tienen los demás. La maestría con que John Sturges utiliza los paisajes abiertos para contar una historia cerrada solo está al alcance de los grandes narradores, aquellos que hacen de la concisión su oficio y fabrican relatos nada pretenciosos, abreviados, sin un solo plano de más.

 ‘Fort Bravo’, ‘Los siete magníficos’, ‘La gran evasión’ o ‘Duelo de titanes’ son títulos de Sturges que pertenecen a esa extraña tipología denominada –solo por mí– cine puro. Al menos en mi infancia, estas películas entraban sin llamar y se plantaban en el salón cualquier sábado al mediodía. Posiblemente fue el oeste el género que mayores alegrías le dio a Sturges, por eso los 80 minutos de brío narrativo que forman ‘Conspiración de silencio’ son en realidad un western oculto. La intensidad, el ritmo y la belleza de unos encuadres afilados en cinemascope la convierten en un prodigio de tensión cinematográfica. Un ‘Solo ante el peligro’ muy superior a la película de Zinnemann, hasta en la estadística: si Gary Cooper hace frente él solo a cuatro maleantes, Spencer Tracy, con solo tres extremidades, se enfrenta a todo un pueblo.


                                                                                                              (Publicado en La Voz de Galicia)

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