27 mayo, 2014

Noche en la ciudad

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 Harry Fabian es un maestro del camelo. Una criatura diseñada para la pequeña estafa. Sus argucias de corto alcance sirven para embaucar a pardillos y contar el dinero en billetes de diez, pero esto no le es suficiente: él pretende jugar en las grandes ligas. Siempre a la caza de la gran oportunidad, no piensa en otra cosa que prosperar, por mucho que la realidad le advierta que es uno de esos hombres que en las carreras de galgos siempre apuestan por el cojo. Ha nacido con el naipe marcado, pero se niega a reconocer que es un simple ratero de poca monta con delirios de grandeza en los que sueña con montar grandes sucursales del crimen.

 Igual que un niño, pretende imposibles a bajo precio en un mundo donde no saber cuál es tu sitio conduce a la muerte. Su ansia por medrar le impide ver que tiene una novia estupenda a la que chulea, mientras se deja enredar por una de esas mujeres fatales que coleccionan clavos ardiendo a los que se agarran los incautos y collares de perlas que suelen ser la soga de los tipos sin futuro. Harry Fabian, en su pugna por hacerse con el negocio de la lucha libre, mata al padre del capo de la mafia local. Es el problema de intentar mear demasiado lejos: te manchas el pantalón. Su vida entra en tiempo de descuento y comienza una huida desbocada y angustiosa por las calles de Londres en la que Jules Dassin aprovecha para enseñarnos el subsuelo de una ciudad, cualquier ciudad en realidad, repleta de timadores, matones, gánsteres, proxenetas y chivatos de codicia insaciable, deseosos de las mil libras que ofrecen por su cabeza.

 Alejada de la geografía habitual del cine negro clásico, ‘Noche en la ciudad’ ofrece un recorrido vertiginoso por el lumpen de un Londres nunca visto, con la modernidad de Nueva York, la sordidez de Los Ángeles y una fotografía espectacular en blanco y negro recién llegada de la Viena de ‘El tercer hombre’. Dassin plantea la película como una cacería en la que la ciudad se comporta como un ente vivo que se cobra sus víctimas, a las que escupe hacia el amanecer cuando termina la cuenta atrás de la noche. Entre esas víctimas siempre hay un Harry Fabian intentando llegar a la cumbre a través de atajos, cuando la montaña, caprichosa, solo permite subir a los verdaderos escaladores.


                                                                                                                 (Publicado en La Voz de Galicia)

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