20 mayo, 2014

El tesoro de Sierra Madre

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 Tampico es una ciudad repleta de tipos que no piensan en el día siguiente. Estamos en 1925 y parece que, una vez conquistado el oeste, solo queda un territorio por explorar, más allá, en México, allí donde fue a desaparecer Ambrose Bierce como uno de los fantasmas de sus relatos. En Tampico escasea la gente con vida anterior. Sus habitantes son proscritos, aventureros, estafadores o maleantes. Hombres que han cruzado la frontera vaciando el pasado de los bolsillos y que buscan empezar de nuevo para acabar haciendo lo mismo. John Huston sitúa aquí a sus tres protagonistas y los envía a escarbar oro en una tierra hostil poblada por bandidos, un sol implacable, lagartos venenosos y el peor enemigo: ellos mismos.

 ‘El tesoro de Sierra Madre’ hace honor al axioma de que ningún buscador de oro ha muerto rico y nos muestra cómo corroe la codicia a los hombres, convertidos en alimañas por culpa de un mineral que solo vale para hacer joyas y dientes. La concisión y el vigor narrativo con los que Huston rueda esta historia están a la altura de Jack London, Bierce o B. Traven, autor del libro en que se basa la película. Además de leer, Huston sabe entender. Comprende (y admira) el universo de estos autores, donde el paisaje es metáfora, la naturaleza peligro, el destino una trampa, y los personajes, como esos nómadas existenciales que frecuentan las novelas de Hemingway, a menudo mueren por ataque de coherencia.

 Existe una fórmula infalible para saber si nos encontramos ante una de estas aventuras en estado puro: la risa ante las torceduras del destino. Cuando el ‘Grupo Salvaje’ de Pike Bishop, tras una matanza en un atraco a un banco, descubre que les han cambiado su botín por unas arandelas de hierro, ríen a carcajadas. Igual que los protagonistas de ‘El hombre que pudo reinar’ o Sean Connery en ‘El viento y el león’, cuando se lo han arrebatado todo. Son capaces de extraer humor de una buena batalla perdida. Al final de ‘El tesoro de Sierra Madre’, el viento devuelve el oro a la montaña de la misma forma que volaban los billetes en el último plano de ‘Atraco Perfecto’ y Walter Huston se ríe como un loco hasta que contagia a los demás. Es la risa de los que, tras la caída, se recuperan de forma inmediata. Sin necesidad de psicoanalista. Nos enseñan que la épica consiste en eso, en levantarse fácil.


                                                                                                          (Publicado en La Voz de Galicia)   

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