William Wyler pensaba que los directores de cine no debían llamar la atención, sino ocultarse detrás de la historia. Aunque procuraba ser uno de esos tipos cuyo estilo es no tener estilo, a Wyler no se le daba bien el escondite: poseía tal prestigio en América que sus propios compañeros lo denominaban director de directores. No se me ocurre un ejemplo mejor que ver ‘La loba’ para enseñar a planificar una escena o cómo organizar a los personajes dentro de un encuadre. El magisterio y la precisión que despliega al convertir esta obra de teatro de Lillian Hellman en cine puro son simplemente extraordinarios. Y aún más: consigue extraer de Bette Davis una interpretación contenida, sin su habitual tendencia al desparrame, cosa nada sencilla cuando trabajas con una actriz belicosa capaz de insinuar una amenaza con un movimiento de abanico y de hacer explotar una santa bárbara con el rabillo del ojo. Suponiendo que el perímetro de unos globos oculares tan notables como los suyos tengan rabillo.
‘La loba’ se resume con la imagen de Bette Davis dominando el panorama como un mariscal de campo desde lo alto de una escalera. Esa escalera mide las relaciones de poder y se utiliza como sistema métrico para ver quién es el dominador o el dominado. Despiadada es poco adjetivo para su personaje, una rica hacendada de Nueva Orleans que planea, junto con sus dos hermanos, abrir una fábrica de algodón que pueda explotar a conveniencia la mano de obra esclava y atenuar así, momentáneamente, la codicia insaciable de los tres. El argumento realiza un estudio minucioso sobre la vida de las alimañas que lo destruyen todo a su paso, es decir, de los protagonistas. Bette Davis alcanza tales cotas de maldad que cada vez que Wyler le regala un primer plano (y los administra con cautela y sabiduría) parece un navajazo por la espalda. La modernidad fulminante de esta película yace debajo de cada línea del guión. Para muestra, la afirmación que sostiene uno de los hermanos de Bette Davis, visionario, calculador e implacable: «El mundo es de personas como tú y yo, hay miles como nosotros por toda la tierra, poseeremos este país algún día y no nos detendrán». Al parecer, han llegado.
(Publicado en La Voz de Galicia)
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