Tras el estreno de ‘El crepúsculo de los dioses’, Louis B. Mayer se acercó furioso a Billy Wilder y le espetó: «Bastardo, ha arrastrado por el lodo a la industria que le ha dado de comer. ¡Habría que alquitranarlo y emplumarlo y echarlo de la ciudad!». La respuesta de Wilder fue concisa: «Jódete». El argumento de la película, que reparte generosas dosis de vitriolo y le echa las manos al cuello a ese Hollywood cuya exquisita capacidad de olvido arroja las sobras a la cuneta, no hizo gracia en el gremio. Al fin y al cabo, ¿qué esperaban?; no hay nadie más adecuado que Billy Wilder para dar bofetadas a una industria que genera una cantidad de sueños solo comparable a su forma de prostituir ilusiones. De hecho, toda su filmografía gira en torno a la idea de ‘prostitución’ del ser humano. Su cine está lleno de gente que en cuanto deja de tener precio –como vemos al inicio de esta película– lo paga con su vida.
Si el contenido del relato es corrosivo, turbio y enfermizo, el envoltorio no es menos asombroso: Wilder rueda la película como si de un cuento gótico se tratase. William Holden interpreta a un guionista que huye de sus acreedores y, por casualidad, llega a una extraña mansión que parece un vestigio de otra época. Ignora que Hollywood y Transilvania pueden estar sorprendentemente cerca y, como el Jonathan Harker de Bram Stoker, entra en su jaula con una mezcla de curiosidad y ambición. El lugar está habitado por Norma Desmond, una estrella envejecida del cine mudo que se alimenta de los sueños de un gran pasado de gestos exagerados y muecas sobreactuadas. Incapaz de adaptarse al sonoro, vive recluida en su mansión, una especie de mausoleo prematuro por la que deambula de forma alucinada preguntando dónde están sus primeros planos. Cuando aparece Holden está a punto de enterrar a su mascota: el guionista llega justo a tiempo para relevar a un mono y convertirse en el nuevo chimpancé de ese vampiro interpretado por Gloria Swanson. Ella lo mima como a un caniche y hay que decir que a Holden no le disgusta del todo el hecho de convertirse en mantenido y prisionero de ese castillo de Drácula con olor a cerrado y pasado sin ventilar. Quién lo iba a decir. Billy Wilder haciendo películas de terror.
(Publicado en La Voz de Galicia)
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