04 diciembre, 2013

Grupo Salvaje

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 En el año 1969 se estrenaron dos westerns estupendos. Uno de ellos, con la cara limpia, peinado por un guión chispeante y lleno de secuencias de comedia que le garantizaron un enorme éxito, se tituló ‘Dos hombres y un destino’. El otro, mal afeitado, con la cara sucia y un guión escrito en papel de lija, espantó a la clientela. Su título: ‘Grupo Salvaje’. En este, como ocurre a menudo en las grandes películas, la primera secuencia ya adelanta el final de la historia: unos chavales ríen y observan a un escorpión que es devorado vivo por todo un hormiguero, al que prenden fuego mientras el animal se autoinmola. Mucho tuvo que gustarle esta escena a Buñuel.

 El cine de Sam Peckinpah está poblado por personajes que la modernidad ha ido empujando hacia la cuneta. Se acaba su manera de vivir y Peckinpah los utiliza para lo que en realidad le interesa: retratar el paso del tiempo. La llegada del automóvil en las películas del oeste es la metáfora perfecta de esto: aparece el motor de combustión y, de repente, los caballos envejecen. ‘Grupo Salvaje’ narra el ocaso de Pike Bishop, con su eterno gesto de cansancio, y de su grupo de mercenarios: unos profesionales de la violencia que han nacido debajo de una roca, como los alacranes. Pudieron ser buena gente hace un millón de años, ahora, andan escasos de redención. Bishop, perseguido por su mejor amigo, al que traicionó en el pasado, cruza la frontera de México en plena revolución y acepta un encargo del general Mapache, un ególatra aficionado a la carnicería que combate a Villa con un grupo de mariachis detrás. La guerra también necesita una banda sonora que acompañe el estropicio.

 Como en el cine negro, la cosa se tuerce cuando huelen que están ante la última ocasión de enriquecerse: siempre hay una «última oportunidad» que te mata. Uno de los hombres de Pike es secuestrado y sin mediar palabra deciden que la muerte puede ser una salida digna y honorable. En cualquier caso, no peor que otra. Ni mejor. Ver como caminan hacia su destino es uno de los últimos actos más maravillosos de la historia del cine. Un paseíllo en el que van hacia su final mitológico como héroes resignados. Pike Bishop y sus secuaces entran en un hormiguero y Peckinpah no escatima munición. Nunca lo hizo.


                                                                                                                              (Publicado en La Voz de Galicia)

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