17 diciembre, 2013

Al rojo vivo

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 El cine negro clásico no pierde el tiempo con los alrededores de la historia. Su necesidad de ir al grano, casi siempre debida a la escasez de dinero, aumenta notablemente la velocidad de la narración y hace que ‘Al rojo vivo’, una de las cumbres de este género, con su intensidad y su ritmo vertiginoso, se siga sin pestañear. El responsable de esto es Raoul Walsh, uno de los pocos tuertos auténticos –perdió un ojo tras impactar un conejo en el parabrisas de su coche–, entre los directores del Hollywood clásico. Walsh era un narrador mayúsculo: Sujeto, verbo y complemento. Punto. Ni un solo adjetivo. ‘Al rojo vivo’ es un ejemplo de esto: seca, abrupta y tan directa que un solo ojo basta para su visionado.

 James Cagney interpreta a Cody Jarrett, el líder de una banda de atracadores aquejado de una enfermedad crónica: síndrome de Edipo. Atraco tras atraco, se lleva a su madre a todas partes, algo que no gusta a su novia, una de esas mujeres que eligen cuidadosamente el momento de pedir un abrigo de visón. La madre de Cody Jarrett es tan famosa como la madre de ‘Psicosis’. Con una jeta tan siniestra que haría parecer amable cualquier retrato de Stalin, empuja a su hijo a llegar a lo más alto, esto es, al número uno en el ranking de criminales. Una fuga sin fin que uno prevé de recorrido corto y final apoteósico. Jarrett es un loco de atar. Sin embargo, es imposible no sentir simpatía por un tipo que, cuando se ve rodeado por la policía, da por sentado que los acorralados son ellos. Lo de «salga con las manos en alto», en su caso, es un imposible. Sus manos siempre están ocupadas y llenas de razones, ya que su pistola es su principal fuente de argumentos. La forma que tiene James Cagney de coger un arma haría recular a cualquier matón con ínfulas apadrinado por Tarantino. Es posible que sea la pistola la que se agarra a él.

 La última escena –ya mítica– muestra a Cagney subido a lo más alto de una fábrica de productos químicos y acosado por la policía. En pleno ataque megalómano, pronuncia su más famoso parlamento: «Mamá, lo conseguí: estoy en la cima del mundo». A continuación, hace que todo vuele por los aires. Al fin y al cabo, cuando uno llega a la cima del mundo lo único que puede hacer es bajar.


                                                                                                                       (Publicado en La Voz de Galicia)

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