13 enero, 2013

Nero



 Two steps from hell. Música perteneciente al trailer de la nueva versión cinematográfica de “Anna Karenina”. En breve, aterriza en las pantallas españolas.

 Estamos en época de desembarco. Spielberg, Tarantino, Kathryn Bigelow, todas las producciones de mucho dispendio se apresuran a disputar su puesto en la casilla de salida por si alguien les regala un oscar que signifique un suplemento en la taquilla. Ya no son estrenos esperados, son acontecimientos mediáticos. Pelotazos de marketing que se encargan de aturdir al espectador y persuadirlo de que solo merece la pena pagar una entrada de cine cuando haya un gran espectáculo, entendido como ruido, pirotecnia y larga, muy larga duración.

 El peso que tenía el cine en nuestra vida ha disminuido de forma total, cada vez tiene menos relevancia. Hubo una época en la que ocupaba un lugar importante en la cultura y el pensamiento. El estreno de una película de Bergman, Godard o Antonioni provocaba tertulias superlativas entre pensadores. “Los Olvidados” de Buñuel, además de un escándalo, fue objeto de debate y logró convertirse en un acontecimiento social e intelectual en su momento.

 Ahora todo es declive. El cine ya no posee el influjo que tenía en generaciones anteriores. Ha ido desplazándose de su lugar dominante y ya se encuentra en la periferia. No es el centro de todo sino una gota más del tinglado audiovisual dominado por pantallas, teléfonos, invasión publicitaria e Internet. Nadie queda marcado por el recuerdo de una frase o por el impacto de una película. Los cineastas se adaptan y aprenden a convivir con la inmediatez y la escasez de sustancia, saben que lo que hacen no tiene la trascendencia de antaño.

 Todo esto no es nuevo. La literatura también tiene su historia de migraciones al arrabal. La poesía, ahora marginada, tuvo sus épocas de gloria y ocupó un lugar central en algunas décadas del siglo pasado. Los intelectuales han dejado de ser gurús del pensamiento. No son guías para nadie. Es posible que al cine le ocurra lo mismo, tendrá que acostumbrarse a un piso más pequeño, menos ostentoso, poco influyente pero digno, y así puede que tenga futuro. Su antiguo lugar está finiquitado.

 La forma de disfrute del cine también está cambiando. Ya no se disfruta colectivamente en una sala, sino individualmente en el salón de casa. Antes ir al cine era una liturgia, era como ir a misa. Una ceremonia oscura donde mirabas a una pantalla con luz. Ahora esa pantalla se encuentra en nuestras casas y las películas se ven mientras alguien cocina, hace pis o contesta el Twitter.

 El cine ya solo es un eco del mundo en el que vivimos, donde hemos cambiado, con gran despreocupación, el pensamiento por el entretenimiento. La gente que disfruta del buen cine, aquellos que pretenden una buena historia bien contada, se han convertido en pescadores. Se acabaron las redes de arrastre, cada uno utiliza su caña de pescar y pasea con gran paciencia por la ribera del río hasta que, muy de vez en cuando y con síndrome de abstinencia, pesca una gran trucha.

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