06 enero, 2013

I can see clearly now



 El 2013 lleva seis días en vigor y ya me han estafado. Esta semana he ido a renovar el carné de conducir. Al entrar en el psicotécnico encontré a una de esas señoras parapetadas tras un presunto mostrador aséptico y que solo permiten a su cabeza asomar por la trinchera. Un segundo y ya están metiendo tus datos en un ordenador. Encima del mostrador reposaba la mitad del cuerpo de otro presunto que supongo médico aunque nunca llegué a saberlo con exactitud, un tipo de aspecto abesugado que, viendo la cara de la tecleadora, estaba diciendo cosas a punto de ser graciosas.

 El presunto médico abesugado me condujo al despacho de enfrente, que resultó ser una consulta con bastante atrezzo poco usado. Me puso uno de esos velcros que miden la tensión a través del brazo de un ser humano y, armado de un papel y un boli bic, me hizo una pregunta de mucha enjundia: ¿Hay algo que deba saber? Siempre me fascina la gente que despeja el universo que hay a su alrededor con una simple pregunta que lo aclara todo. Tras mirar a la máquina de la tensión por si era un polígrafo –tengo la extraña afición de sospechar de todo, el miedo hace que uno viva más tiempo- decidí responder la verdad: “No”. La gente que va a renovar un documento no quiere analíticas engorrosas. Los fulanos de la consulta tampoco ven necesario hacer su trabajo. Sería malo para el negocio. Una voz misteriosa que dijese: “oye, que ahí te examinan de verdad” sembraría el terror en un barrio de psicotécnicos.

 Tras leer unas letras con un ojo tapado y seis minutos después de haber entrado por la puerta, me encontraba de nuevo ante el mostrador aséptico. Mis cavilaciones son interrumpidas por la tecleadora que, sin mirarme a los ojos en ningún momento, hace un uso espléndido del gerundio: “Le voy cobrando”. Es una profesional. Son 45 euros por el paripé y 23 euros de tasas de tráfico. He buscado “tasa” en el diccionario: Tributo que se impone al disfrute de ciertos servicios o al ejercicio de ciertas actividades.

 De vuelta a la realidad, te das cuenta de que has envejecido un poco. También te descubres con 68 euros menos. Un pormenor. A cambio, eres el poseedor de una fotocopia (justificante) y un trozo de plástico de 5x8 cm: tu nuevo carné de conducir. La burocracia actual sería capaz de chulear al agente de la Continental de Dashiell Hammett.

 Por eso estoy en condiciones de entender al pobre Gérard Depardieu, él cree que le van a llevar a un psicotécnico muy doloroso. Tengo un mensaje: “No es para tanto, Gérard. Solo son 68 euros”. Debido a la alta proliferación de tipos que gustan del dinero no declarado y ante el temor de que los muy ricos vayan a Rusia a conducir con Depardieu, en España no es necesario que suban los impuestos a los pudientes, solo hace falta que paguen las “tasas” que ya hay.

 Hacia el final de la semana apareció otra de esas cuestiones que se presentan sin avisar en la huerta de mi padre. Se trataba de decidir si se abona con estiércol de conejo, de cerdo o de vaca. No es una cuestión baladí, cualquier experto lo confirmará. Ante esta duda, capaz de abrumar al propio Hamlet, decidí poner la pasta encima de la mesa y contratar a un experto en excrementos. Un asesor de confianza, vamos. Fue así como me puse en contacto con Rodrigo Rato pero me dijo que él no trabajaba ese género. Prefirió Telefónica.

 Y esto es lo que tenía que decir sobre los Reyes Magos.

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