23 mayo, 2010

Chema Madoz

 Chema Madoz no es fotógrafo, es un cuentista. O un mago, que nunca se sabe. En sus fotografías no hay ninguna intención de reportaje, ni una búsqueda del “instante decisivo” o de la fotografía ideal. Chema Madoz se dedica, aparentemente, a retratar objetos.
El aforismo “no todo es lo que parece” es el traje con el que se viste todas las mañanas antes de entrar en el granero reconstruido que ha convertido en su estudio fotográfico. Al ver sus fotos, da la impresión de que, cuando atraviesa el umbral de su estudio, entra en un espejo desde el que lo ve todo al revés y nos lanza las imágenes que crea desde “el otro lado”. Los objetos de sus fotografías nunca son lo que parecen. O parecen lo que nunca son, no lo sé.

 Sus objetos están inmóviles pero nunca están “inanimados”, a primera vista parecen “naturalezas muertas” pero, paradójicamente, resultan ser “naturalezas vivas”. Qué mayor paradoja puede haber que la foto de esa lata de sardinas abierta por un abrelatas que contiene, a su vez, dos abrelatas que parecen sardinillas. Y qué decir de la sensación de balanceo que provoca la foto de ese compás convertido en trapecista.

Photobucket

 Algunos de esos objetos son un hallazgo y los encuentra sin alterar, otros son inventados, construidos y manipulados por él (lo que lo aproxima enormemente a la escultura) y, unos pocos, los manda fabricar. Es así como se convierte en el dueño de un reino de objetos imposibles que apelan a nuestra complicidad, a nuestro sentido del humor, y que nos obligan a reflexionar sobre las convenciones y aquello en lo que se basan.
Vivimos en un mundo cuadriculado donde todas las cosas tienen un uso definido y se espera que hagan aquello para lo que se supone que sirven, para aquello que han sido diseñadas. Simplemente deben servir para lo que se espera de ellas, por eso nos maravillamos tanto cuando alguien reutiliza algún objeto para algo no previsto y nos produce asombro, sorpresa y, a veces, una sonrisa. En esto, Chema Madoz es un genio.

 Cuentan que, en su primer día de colegio cuando era pequeño, entró en una cocina atestada de niños que era usada como aula. La profesora, al ver que no tenía sitio, le colocó un taburete y abrió la puerta del horno, que se convirtió en una mesa improvisada. Fue la primera vez que Chema Madoz vio que un objeto podía transformarse en otro usando un arma poderosísima: la imaginación.
Posiblemente esta historia, más que ajustarse a la verdad, sea una leyenda creada por publicistas pero ¿qué mas da?. Pasa como con sus fotos, qué importa que sean mentira, si son maravillosas.

Photobucket

 En realidad no fotografía objetos, fotografía ideas. Resuelve conceptualmente su idea antes de plasmarla en un soporte fotográfico, de hecho, la fotografía para él es sólo el soporte final de su idea.
Imagino que, en su vida diaria, se debe de comportar como un cazador, siempre acechando, siempre en tensión, alerta, observando los objetos, dándoles la vuelta como a un calcetín.

 Sus imágenes parecen sencillas o ingenuas, pero tienen esa cualidad tan esquiva y difícil de atrapar que es la simplicidad. Poseen una visión lúdica, una fina ironía y un sentido del humor que atraviesan nuestra imaginación como un relámpago.
Exquisitamente compuestas e iluminadas, nada hay en ellas que resulte superfluo. Nunca.

Photobucket

 Chema Madoz no sale al mundo a hacer fotografías, por el contrario, es el mundo el que sale de su estudio. Los objetos son para él su visión del mundo. Una de sus fotos es un sobre cuya parte interior está formada por un mapamundi, así funciona este fotógrafo, el mundo entero puede estar contenido en un sobre. Por eso, al principio, lo describí como a un cuentista, un tipo que describe pequeñas historias sobre la vida imaginaria de los objetos… una pala cansada que, al jubilarse, deja de excavar tumbas y acaba sus días como cruz de cementerio. Una tapa de alcantarilla que, harta de estar a los pies de la gente, decide subirse a su cabeza y se disfraza de birrete. Una hoja de eucalipto que no se conforma con cortar sólo el viento y se transforma en una hoz, gotas de lluvia hechas con una lata de conservas, una roca-monedero o, una pared desconchada que se decide a llamar la atención de la gente y se convierte en atlas. Todos sus objetos tienen el ansia secreta de cambiar de vida y un mago les concede ese deseo.

Photobucket

Según dicen, cuando yo era pequeño, era muy aficionado a usar las paredes de casa como un lienzo natural que aliviase mi carga artística. Esto, a mis padres, les irritaba bastante, no eran grandes admiradores de la obra de Pollock y, cuando ya tuve uso de razón, borraron todas mis obras pintando de blanco por encima sin ocultar su júbilo. Todavía hoy, cuando me ven con un bolígrafo en la mano, percibo su inquietud.
Quizá debido a lo anterior, mi fotografía preferida de Chema Madoz es esa donde la luz que pasa a través de una ventana dibuja unas cuartillas en la pared listas para que alguien garabatee cosas sin sentido.

 Un último apunte: ninguna de las fotografías de este señor tienen nombre. Esto se debe a que sus objetos pueden cambiar de vida por tercera, cuarta o quinta vez. Mejor no bautizarlos, quien sabe en qué se podrán convertir la próxima vez que salgan de la chistera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario