«Está escrito en el agua. Se desvanece; no es nada», escribe René Clair al referirse al periodismo. Unas pocas palabras que resultan aún más atinadas si se utilizan para describir el cine de Yasujiro Ozu. Sus películas tienen algo de recién amanecido, como de rocío prendido en las telarañas, están hechas de silencio y timidez. La tranquilidad narrativa que preside sus obras te predispone a contemplar los pequeños milagros de la cotidianidad: a través de la vida diaria de una familia termina por atrapar el paso del tiempo, las diferencias entre padres e hijos, la desaparición de las tradiciones y, de forma sugerida y elíptica, la sociedad de posguerra que acaba de sufrir un holocausto nuclear hace pocos años. Ese off pavoroso cobra vida cuando una madre escucha por la radio 'La hora de los desaparecidos' o un personaje descuida una frase aparentemente inocente: «Cada vez hay más niños».
A medida que uno cumple años y películas, la filmografía de Ozu va cogiendo trazas de tesoro. En cada título dejas algo olvidado porque tienes la certeza de que algún día volverás allí a por aire. 'Principios de verano' contiene la serenidad, la inteligencia y el despojamiento habitual de sus trabajos. Como siempre, Ozu pone la película a la velocidad exacta de tu pensamiento y te permite reflexionar, al tiempo que sigues la historia de Noriko (Setsuko Hara), una chica de 28 años a la que su familia busca un marido apropiado, pues temen que se convierta en solterona. Noriko representa a una generación que comienza a resquebrajar las viejas costumbres y elige a su marido sin consultar a sus familiares, lo cual provoca una pequeña conmoción y llena de melancolía el tercio final del relato. La escena en la que se hacen una foto de familia y Noriko, antes de marchar hacia su nueva vida, pide que hagan otra solo con sus padres, es un prodigio. Intuimos que puede ser su última reunión. Literalmente se convierten en pasado ante nuestros ojos.
Resulta imposible hablar de Ozu sin hacer referencia al polo magnético de su cine: Setsuko Hara. En muy contadas ocasiones aparecen rostros con una inercia capaz de arrasar una película. Ocurre con Audrey Hepburn en 'Vacaciones en Roma'. O con Maureen O'Hara en 'El hombre tranquilo'. Setsuko Hara también posee esa cualidad. 'La voz de la montaña', 'Cuentos de Tokio' o 'Primavera tardía' son ejemplos de ese hechizo, una mezcla deslumbrante de inocencia y pureza que entra sin llamar en nuestra memoria y se adueña de la mejor localidad.
(Publicado en La Voz de Galicia)
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