Existe la posibilidad de que Woody Allen lleve toda su vida rodando una mala película. Tras su éxito fulgurante a finales de los setenta, llegan los años ochenta y ponen de moda un susurro que se propaga con gran rapidez entre los entendidos: sus nuevas obras no están mal, pero no son 'Annie Hall' o 'Manhattan'. Nace así el lamento (su presente languidece ante su pasado) que acompañará toda la carrera de Allen, mientras él torea expectativas y se dedica a rodar películas y dejar que opine el tiempo, que rara vez se precipita. Seis o siete psiquiatras después, con sus respectivos divanes, estamos en los años noventa. Para entonces, 'Delitos y faltas', 'Hannah y sus hermanas' o 'La rosa púrpura de El Cairo' se han convertido en capillas sixtinas. Allen continúa inventando chistes sobre Proust y haciendo travellings por las calles de Nueva York. Ya se imaginan lo que ocurre: los púlpitos influyentes aseguran que sus películas actuales no alcanzan el nivel de la década anterior. Se refieren a trabajos como 'Misterioso asesinato en Manhattan' o 'Balas sobre Broadway', esa divertida reflexión sobre el talento y el proceso de escritura que rima con 'Desmontando a Harry', donde un escritor de relatos vuelca en su obra el arte que es incapaz de poner en su vida. Sus propios personajes se rebelan y le cantan las verdades que no quiere oír a través de una narración fragmentada, perfecta en su orden desordenado, y en la que Allen nos explica una vez más, de contrabando, que estamos solos en el universo. Es en esta película donde aparece ese campanazo que afirma que las dos palabras más bonitas de nuestro idioma no son «te quiero» sino «es benigno», y el célebre gag del actor que se desenfoca solo.
Unos cuantos rabinos disparatados después, llega el nuevo siglo. 'Balas sobre Broadway' o 'Desmontando a Harry' son ahora películas fundamentales en su filmografía. Woody Allen sigue trabajando. No varía su costumbre de apelar a Sófocles, hablar de infidelidades, inventar latigazos verbales y, sobre todo, hacer reír. Salen a bailar títulos como 'Match point', 'Si la cosa funciona' o 'Medianoche en París' y la trompetería habitual sentencia con ese «no está mal pero... », expresión que sigue gozando de una salud envidiable y una legión de adeptos que parecen habitar aquel chiste de 'Annie Hall': «En este restaurante solo sirven bazofia, y además las raciones son tan pequeñas...».
Woody Allen acaba de cumplir 80 años, el reloj ya tiene poca arena. Cada año rueda una nueva historia. Conoce el gran secreto: parar es morir. ¿Y quién sabe más de guadañas que él?
(Publicado en La Voz de Galicia)
No hay comentarios:
Publicar un comentario