Hubo una época en la que el cine no tenía reparo en utilizar fundidos a negro. Esa sensación de avanzar en el relato a pequeños sorbos, cerrando capítulos y dejando que la historia vaya cogiendo poso, casi ha desaparecido. Ahora la caligrafía cinematográfica pretende quitar el aliento al señor de la butaca y ese atosigamiento, muy a menudo, confunde el ritmo con la prisa. Muchos cineastas actuales prescinden de los fundidos como si utilizar cualquier recurso que no sea el corte directo restase reputación. ¿Acaso la mayoría de las novelas no se dividen en capítulos? ¿Se ha dejado de utilizar la coma o el punto y aparte? La obsesión por no dar tregua convierte la pequeña pausa de un fundido a negro en un socavón, como si el espectador fuese a aprovechar para lavar al perro o terminar de escribir su última novela.
La soltura con que Cesc Gay utiliza el fundido a negro para dibujar un mosaico y pasear por las vidas de los protagonistas de 'En la ciudad', administrando las pausas igual que Billy Wilder cuando repartía los huecos entre chistes para que el respetable tuviera tiempo de reír, es formidable. La película respira. Si no fuese porque el humor no acude a la cita (al menos no con esos golpes de genio y esos diálogos que se convierten en un aforismo instantáneo) estaríamos hablando de que Cesc Gay comparte con Woody Allen esa afición a escarbar la vida con ligereza. Ese grupo de amigos que ronda los cuarenta (el mantel ya sostiene copas de vino y ensaladas) padece el escrutinio de cualquier película de Allen: infidelidades, autoengaños, frustraciones, divorcios, huidas, extravíos o relaciones con una gran diferencia de edad. Apoyado en una lucidez implacable, Cesc Gay se comporta como un sastre con sus personajes, les toma las medidas y fabrica un traje exacto de su personalidad en unas pocas imágenes. Enseña lo que cada uno oculta a los demás, es decir, su fondo de armario, aquello que solemos denominar privacidad pero que solo es una trastienda donde esconder lo que suponemos feo a ojos de otro.
'En la ciudad' domestica el desencanto y nos dice que todos somos valientes en alguna ocasión y cobardes casi siempre, que no hay forma de sustraerse a las mordeduras de la edad ni de salir indemne del gasto que el tiempo hace en nosotros mientras convertimos la vida en un empedrado de idioteces sucesivas, algunas de las cuales salen misteriosamente bien, y viajamos, o damos tumbos, hacia el fundido a negro definitivo con una actitud parecida a la de Joe Louis cuando resumió su filosofía: «Hice lo mejor que pude con lo que tenía».
(Publicado en La Voz de Galicia)
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