Existe un lugar sin ruidos de teléfonos móviles, preocupaciones, ni políticos de cuarto de hora, en el que cualquiera puede acogerse a sagrado para el resto de sus días. Sean Thornton (John Wayne) ha matado accidentalmente a su contrincante en un combate de boxeo. Se retira y regresa a Innisfree, la tierra de sus antepasados, un condominio donde el mero hecho de no tener caña de pescar lo pone a uno bajo sospecha. En Innisfree los trenes llegan con retraso para promover el ejercicio de la retórica entre parroquianos y los caballos están dotados de una inteligencia suprema que los obliga a frenar y detenerse a la entrada de la taberna. Hay trifulcas a puñetazos que apuntalan amistades y puentes antiguos que hacen sombra a truchas legendarias. Este paraíso idílico inventado por John Ford posee un catastro infinito de personajes asombrosos, gobernados únicamente por la retranca. Thornton baja del tren y no está preparado para lo que va a suceder. Viaja en carro hacia Innisfree observando el paisaje cosido por pequeños muros de piedra cuando de repente se produce La Aparición: una cabellera roja, a lo lejos, atraviesa los campos verdes mecidos por el viento mientras pastorea un rebaño de ovejas. La cámara se sitúa detrás, soñando un plano corto de abajo a arriba, y ella se gira, despacio, y mira hacia él de reojo, por encima del hombro, mientras se va alejando hacia el fondo del encuadre. Cuando la cámara vuelve al rostro de Thornton vemos que le ocurre lo que a nosotros: ya no la olvidaremos jamás. «¿Es de verdad o estoy soñando?», dice.
Así nos presenta Ford a Mary Kate Danaher (Maureen O´Hara), temperamental, deslumbrante, «una pelirroja con todas sus consecuencias», afirma el casamentero del lugar con razón: sus escenas provocarán movimientos tectónicos. Hay dos docenas de momentos prodigiosos como este en 'El hombre tranquilo', pero el que más me gusta es cuando ambos protagonistas, ya casados, se sitúan en torno a la lumbre de la chimenea, ella le enciende el cigarro a su marido y poco a poco se van acomodando mientras miran el fuego en silencio como si ahí dentro, ardiendo, estuviesen los sueños. Pocas películas tienen el poder de convertir el mundo en algo distinto, mejor. La maestría con que Ford maneja la naturaleza, los silencios y las miradas te trabaja por dentro para siempre. Y cómo finiquita la historia, con Wayne trabajando la tierra y ella acercándose y diciéndole algo al oído. Ambos entran en la casa y la película se pierde. Ignoramos qué ha dicho Mary Kate, pero sí sabemos que mataríamos porque nos susurrasen algo así.
(Publicado en La Voz de Galicia)
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