03 febrero, 2016

Spotlight

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 Contar algo, hasta un chiste, es una labor de contención. No resulta difícil identificar a los grandes narradores del cine (Ford, Hawks, Wyler) si se atiende a la utilización escasa y precisa que hacen de los primeros planos. En cierto modo, un primer plano es parecido a un adjetivo: si no se impone la mesura y al narrador le da un ataque de ornamento, puede acabar con un texto semejante a una lata de melocotón en almíbar. Con frecuencia, tanto en los guiones cinematográficos como en las noticias, los adjetivos son tratados como elementos sospechosos.

 'Spotlight' es el nombre de un equipo de reporteros del Boston Globe. Su trabajo es confidencial y solo reportan al director. Se centran en un proyecto y pasan un año o más investigando. Ya saben, «trabajar a largo plazo», esa cosa pasada de moda. La película traslada a la pantalla un caso real: la historia del grupo de periodistas que investigaron a los sacerdotes pederastas de Boston en el 2001 y la protección que tuvieron por parte de sus superiores. Toda la narración está enfocada en el «procedimiento», el rigor y la minuciosidad de las pesquisas, asunto que Tom McCarthy, el director, muestra con eficacia y concisión. Desde el inicio, una cámara en movimiento muestra la espalda de los periodistas mientras hablan y caminan. Nos dice: seguid a estos tipos, observad su trabajo. Los protagonistas pasan un año sin teclear una sola línea hasta que lo tienen todo bien atado, solo entonces comienzan a escribir con letra bien peinada. Saben que tratándose de la Iglesia el golpe debe ser definitivo. Si fallan, la bestia escapa viva.

 'Spotlight' jamás plantea algo tan bobo como que el periodismo debe buscar la verdad, simplemente sostiene que cuando el golferío se sube a un atril para desmayar el argumento de que los culpables del enésimo escándalo son unas pocas manzanas podridas, alguien debería registrar el barril. No hace falta decir que la película se calienta con los rescoldos del Watergate y apela a los viejos tiempos, aquellos en los que Ben Bradlee ponía los pies encima de la mesa. En ese sentido, 'Spotlight' es un ejercicio de romanticismo. Al final del relato, cuando los periodistas suben al despacho del director, personaje solitario y carismático que el guion ha ido vistiendo con los ropajes del héroe anónimo, y le enseñan un borrador del reportaje, este repasa el texto con un rotulador rojo y, de repente, tacha una palabra. «¿Qué ocurre?», preguntan. Bajo la mirada nerviosa y expectante de todos, con la rotativa calentando en la banda, el director responde: «Nada, un adjetivo».


                                                                                      (Publicado en La Voz de Galicia)

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