09 febrero, 2016

El extraño viaje

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 Fernando Fernán Gómez toma como excusa el crimen de Mazarrón, un doble asesinato famoso en su época, y rueda un relato basado en una idea de Berlanga, al parecer muy aficionado a especular sobre crímenes misteriosos e inventarles una solución. El resultado fue 'El extraño viaje', una película insólita, abandonada en las estanterías de la distribuidora y rescatada tiempo después en un cine de barrio donde recibió el título nobiliario de maldita e imprescindible, y que mezcla misterio, terror y un humor negro que encuentra en aquella España de tricornio, misa dominical y matrimonio obligado el envoltorio perfecto. «Jesús, a dónde vamos a ir a parar: hasta los ladrones se están corrompiendo», exclama María Luisa Ponte, gerente de la mercería y líder indiscutible del grupo de beatas que fiscalizan el pueblo, ante el robo de un corsé. El ambiente rural que retrata Fernán Gómez, poblado por chismosas y parroquianos fisgones, donde una mujer que baila sola es una fresca y un escote deviene en declaración de intenciones, es de una zafiedad y una comicidad portentosas. El alcalde que se dirige al pueblo y silencia a la multitud gritando «¡callarse, becerros!» causa asombro. Sobre todo, porque esta vertiente del arte de la doma de mansos ha llegado con vigencia y energía hasta nuestra actualidad.

 'El extraño viaje' respeta la dramaturgia de esa España negra en la que todo sucede puertas adentro y encierra a sus tres protagonistas en un caserón gótico sin nada que envidiar al de 'Arsénico por compasión'. Tota Alba, parecida a Boris Karloff y con unos brotes de malhumor fabulosos, domina a sus dos miedosos hermanos: Rafaela Aparicio, todo ahogos y risa de cacatúa, y Jesús Franco, que posee el aspecto anfibio y sudoroso de Peter Lorre. La película -y los asesinatos- avanzan a ritmo de esperpento y sentencias luminosas con las que Azcona pulsaría gustoso el 'guardar como' de su ordenador personal. La frase que le dicen al reo tras confesar un par de asesinatos («Coma hombre, que para sufrir hay que alimentarse») la acomodas en 'El verdugo' y el guion le echa el brazo por encima del hombro. Son frases que desguazan una época. Puro Azcona. O puro Fernán Gómez. Sus memorias, 'El tiempo amarillo', reeditadas hace seis meses por Capitán Swing, son un pararrayos: obsequia reflexiones tan fluidas, audaces, lúcidas y precisas que uno necesita echarse hacia atrás para contemplar la altura de un personaje al que, a la edad de tres años, preguntaban qué quería ser de mayor y respondía: «Galán joven». Imposible estar más atinado.


                                                                                (Publicado en La Voz de Galicia)

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