01 octubre, 2014

Vivir

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 El retrato de la burocracia institucional con el que comienza ‘Vivir’ plantea el ser funcionario como una forma parasitaria de ganarse la vida, un mundo en el que no hacer nada es la mejor manera de conservar tu trabajo. ‘Vivir’ es también una advertencia, un bocinazo dirigido a toda esa gente experta en morir en silencio todos los días, como su protagonista Kanji Watanabe, jefe de la sección de asuntos ciudadanos. La mayúscula inutilidad de su departamento queda resumida en ese eterno «vaya al siguiente mostrador» con el que unos y otros rebotan a la gente como bolas de billar. Para Watanabe la vejez ha llegado por descuido, sin darse cuenta. Sellando legajos, manejando un cuño con la lentitud de una momia y pensando que la vida es cosa de otros. Un día descubre que padece un cáncer incurable y su temperamento de Bartleby le abandona: se percata del tiempo que no ha amortizado.

 Todo este preámbulo posee un olor a pesadilla y un horror capaz de subirle las pulsaciones a Kafka, que saldría espantado del cine a mitad de película al ver que la segunda parte de la historia entra de lleno en el territorio de su archienemigo en eso de entender el día a día: Frank Capra. La historia de Watanabe es la de alguien que empieza a vivir cuando descubre que va a morir. Y así, un arranque que posee la tristeza del ahorcado en un árbol de navidad se transforma poco a poco en un estallido de esperanza protagonizado por un oficinista gris al que le quedan seis meses y entona un «señor verdugo, aguarde un momento por favor». A veces la épica reside en lugares inesperados y Watanabe, en el tiempo de descuento, se rebela contra el sistema y logra construir su minúsculo legado: un parque infantil.

 Cuando veo esas películas que confunden la acción con la destrucción e intentan convencer de que la heroicidad se construye a base de movimientos de cámara frenéticos, estrellas de cine que jalean al personal y bandas sonoras de orquestación operística, pienso: ¿Nadie ha visto las películas de Akira Kurosawa? Este director japonés sería capaz de extraer épica de un azulejo. En su cine lo heroico nace de lo íntimo, no tiene que ver con el ruido. Surge de las miradas, de los silencios, de un guión sin subrayados y consciente de que puede contener tanta gloria un parque para niños como una batalla entre samuráis.


                                                                                                (Publicado en La Voz de Galicia)

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