13 marzo, 2014

La evasión

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 La sensación hipnótica que transmite ‘La evasión’ atrapa de forma inmediata. Uno se olvida de la fragmentación de los planos y de que alguien previamente ha gritado: «¡Motor!... ¡Acción!». La pantalla pasa a ser una ventana y todo parece suceder delante de los ojos del espectador. Tal es su embrujo. Esta veracidad nace, por ejemplo, al ver un plano de cinco minutos en el que solo hay unas manos cavando un agujero. Algo que en cualquier película resultaría aburrido, se abreviaría o se tiraría al suelo de la sala de montaje, aquí se mantiene: a veces ocurre que el montaje más asombroso consiste en no montar. Poco a poco se genera tensión y el hecho de ver esas manos cavando despierta tal fascinación que nadie en su sano juicio querría dejar de ver el resultado del boquete.

 Jacques Becker rueda esta película sin una sola nota de música, con la minuciosidad de un documental y una puesta en escena más sobria y austera que un zapato inglés. Como su título indica, el argumento se ocupa de una fuga carcelaria pero sobre todo de una historia de amistad y solidaridad en una celda habitada por cuatro presos y un genio, Roland. Nunca he visto una definición tan hermosa de la naturaleza del proceso creativo como el momento en que Roland fabrica un periscopio con un cepillo de dientes. Sin retórica ni subrayados. Sin una sola línea de diálogo. Le ocurre lo que a Mozart: se limita a escribir la música que escucha en su cabeza, toda del tirón, sin tachaduras ni dificultad aparente.

 ‘La evasión’ es un canto al esfuerzo humano. Un homenaje al ingenio, a la improvisación, a la supervivencia y, sobre todo, a la gente que trabaja con sus manos: herreros, zapateros, carpinteros, aquellos que Erri de Luca define como «individuos con arte y manos de sabidurías adquiridas». Vivimos en una sociedad en la que apenas queda gente que sepa hacer algo con sus manos. Si de repente nos transportasen a una isla desierta, la mayoría seríamos incapaces de idear, construir, sobrevivir. Con su precisión exquisita y una actitud tan poco adornada que aquello que construye alcanza una dimensión poética, Roland es Robinson Crusoe, uno de esos tipos capaces de crear civilizaciones. No hay prisión que detenga a aquellos humanos para los que inventar ya es escapar.


                                                                                                                  (Publicado en La Voz de Galicia)

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