12 noviembre, 2013

La pícara puritana

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 La razón por la que una película cuyo título original traducido al castellano sería ‘La terrible verdad’ acabó estrenándose en España como ‘La pícara puritana’ es un misterio que ni siquiera tiene gracia resolver. A día de hoy, el título, de tan ridículo, resulta enternecedor. Detrás de semejante mutación bautismal se esconde una screwball comedy de los años treinta, con su batalla de sexos y sus mujeres inquietas, y ya sabemos lo que eso significa: un nivel de disparate notable.

 Cary Grant e Irene Dunne forman un matrimonio con un reglamento del amor muy particular. Presumen de liberales y no están esclavizados por los celos o las sombras de sospecha de alguna infidelidad, por supuesto, casual. Lo denominan «tener mentalidad europea». Tan europeos se vuelven que a los diez minutos de película se separan, y acaban pleiteando en un juicio de divorcio en el que reclaman la custodia de Mr. Smith, su perro, que a su vez es acusado de desacato canino. El animal, que consigue robarle el protagonismo a Cary Grant, tiene el mismo olfato para el percance que el perro de ‘La fiera de mi niña’, de hecho probablemente sea el mismo: no puede haber dos fox terrier idénticos con una cintura tan increíble para la comedia.

 Tras el divorcio, los protagonistas vuelven a estar en circulación. A los dos les gusta vivir la vida y no solo la vegetativa. Son grandes aficionados a la búsqueda de polen. Él rehace su vida con una heredera millonaria, pero no es aceptado en ese ambiente: puede que beber whisky en un entorno muy dado a las copitas de jerez no ayude. Ella, por su parte, tiene un romance fallido con un sujeto de Oklahoma parecido a un orangután que lleva a todas partes una madre anexionada. Pronto se percatan de que su vida licenciosa no funciona. Cuanto menos reconocen su descontento, más se gustan. Añoran la complicidad de la mutua desconfianza y la guerra de diálogos. Al final, Mr. Smith se verá obligado a ofrecer sus servicios como pegamento conyugal. El tipo que cambió el título de esta comedia debería haberse limitado a escribir en las marquesinas de los cines: «Sale un perro. Y Cary Grant lo acompaña». Habría triunfado.


                                                                                                                            (Publicado en La Voz de Galicia)

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