01 abril, 2012

I wanna be loved by you



 Esta semana, el fenómeno huelgoso ha tapado el aniversario de la muerte de un director de cine que, pese a su cámara invisible y su escaso afán por el lucimiento técnico, fue uno de los cineastas más sofisticados que han existido. Hace diez años que murió Billy Wilder, ese tipo que, con un cinismo melancólico teñido de ternura, hacía películas sobre los seres humanos.

 En el vídeo que he dejado más arriba aparece Marilyn Monroe interpretando una canción inolvidable en "Con faldas y a lo loco", esa historia veloz, desenfrenada, que retrata como pocas el mundo de las falsas apariencias y en la que, al final, Jack Lemmon casi desea ser mujer.

 Un año después de esa comedia, dirigió una de las más hermosas radiografías de la condición humana: "El apartamento". Una película que habla de las personas y de su soledad en las grandes ciudades. Wilder miraba a su alrededor y no le gustaba lo que veía, en esta película hace una disección de la sociedad de su tiempo en la que se propone el trabajo como continuación del prostíbulo. Como en casi todas sus películas, sus protagonistas se venden o se dejan vender, se arrastran o se dejan arrastrar, mientras por el camino siempre aprenden, cambian o ganan algo, a veces su dignidad.

 Los protagonistas de "El apartamento" son dos náufragos en la deriva de una ciudad, dos desamparados que no quieren serlo. Billy Wilder los utiliza para mostrarnos los dos lados del espejo del sueño americano. Pocas veces habrá habido en una pantalla de cine un momento tan heroico como la escena donde C. C. Baxter le devuelve a su jefe la llave del servicio de los ejecutivos y se marcha. Se lleva con él su amargura y los trozos de dignidad que le quedan.

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 En los oscars de ese año, "El apartamento" se llevó cinco muñecos, de los cuales tres fueron para el propio Wilder. Al ir a recoger su tercer oscar, parece ser que alguien le dijo: "Billy... va siendo hora de parar". Billy no paró. En los años siguientes siguió haciendo películas extraordinarias, ya sin la compañía del público.
Con el fin de la época de los grandes estudios, el cine cambió. Llegaron cineastas independientes que hacían historias que, a menudo, pretendían ganarse al público con un tratamiento más explícito de la violencia o del sexo. Era época de cine de arte y ensayo y de "Nouvelle Vague". Las películas de Billy Wilder comenzaron a ser vistas como una prenda de ropa vieja y pasada de moda, la mayoría fracasaban y algunas incluso eran denostadas.

 La mayoría de esas películas de arte y ensayo, que tanto triunfaban y tan coyunturales eran, no resisten la mirada de un ojo actual, mientras que el tiempo, juez implacable, ha convertido a ese director romántico, siempre escondido detrás de un caparazón de ironía, en un genio. Muchas de sus historias emergen ahora con una frescura y una modernidad pasmosa. El que quiera comprobarlo, puede revisar "Uno, dos, tres", comedia en la que Wilder dispara a matar a todo lo que se mueve y no deja munición en el arma. Puede observar a Walter Matthau escupiendo vitriolo en "Primera Plana" o "En bandeja de plata", ver el tratamiento del adulterio en "Bésame Tonto" o el paseo por Ischia de "Avanti" donde el protagonista cree que todo va con retraso pero acaba por descubrir que es él quien va acelerado. Y si alguien las ve por primera vez... tiene toda mi envidia.

 Billy Wilder, que en los años 60 era considerado un simple director americano comercial, utilizaba la inteligencia como una caricia para el alma del espectador. Capaz de desnudar el mundo en una sola línea de guión, no hubo observador más agudo. Consigue crear una complicidad tan grande que uno llega a creerse que la inteligencia, la frase certera y el diálogo brillante es un don contagioso (al menos lo desea) pero no.

 Nadie hacía como él finales felices tristes.
  
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 Si me aseguran que el que vuelve es Billy Wilder, estaría dispuesto a creer en la reencarnación.     

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