22 abril, 2012

Eleanor Rigby



 The Beatles.

 Esta semana, ha quedado marcada por el chuleo del gobierno argentino a la empresa Repsol YPF. Después de producirse la expropiación, y lejos de gestionar de forma eficiente una situación que pintaba mal, se optó por una forma revolucionaria de paliativo que mi abuela denomina de forma jactanciosa "poner el grito en el cielo". Muy vistoso, en aquello de salvar la honra, pero de escaso resultado.

 La rueda de prensa, con el ministro Margallo y el ministro Soria poniendo cara de mucho aplomo, puso de relieve que España pondría todos los medios a su alcance para presionar al gobierno argentino. No dijeron cuáles. La vicepresidenta del gobierno dijo que "las medidas no se anuncian, las medidas se adoptan" pero no dijo qué medidas. Los medios de comunicación, para mi bochorno particular, comenzaron a felicitarse por lo bien que defendía el gobierno los intereses de España.

 Mientras tanto, yo dibujaba mi mejor cara de escéptico con un boli bic, como cuando asistías a una clase aburrida en el instituto. No hacía falta ser un Henry Kissinger de la política exterior para darse cuenta de que si España hubiese podido hacer una presión efectiva sobre Argentina, la expropiación ya no se hubiese llevado a término. Luego, toda esa puesta en escena tenía el olor de la amenaza inoperante, de la bravata que llega tarde.

 Todos los medios de comunicación se las arreglaron para pensar lo mismo o parecido, hizo acto de presencia un cierto fervorcillo patriótico y ¡cierra España!, como en los tercios de Flandes. La opinión mayoritaria fue tomárselo como la Afrenta de Corpes pero sin el Mío Cid. Durante los primeros días, nadie se cuestionó nada, todo era legalismo internacional, estafa y populismo de Cristina Kirchner, la usurpadora. Al parecer, el asunto era una cosa plana, no había aristas ni formas de abordar la cuestión desde otra perspectiva.

 Un servidor, que anda escaso de patriotismo, se sorprendía ante la pena de los ciudadanos, a los que están arrancando la ropa a jirones desde hace dos o tres años, por una multinacional que cotiza en el Ibex 35 y en Wall Street. Debe de ser porque me resisto a llorar por una petrolera. Reservo mis lágrimas para cuando entro en una estación de servicio a repostar o cuando pactan la subida del carburante entre ellas por debajo de la mesa. Demagogo que es uno.

 Los primeros días de esta pequeña avalancha patriótica me sentía sólo, como Eleanor Rigby. Luego, el amplificador bajó el volumen y, con el paso del tiempo, la cosa cambió un poco. Ver enlace. El asunto empezó a abordarse desde otros puntos de vista y la cosa se enriqueció un poco, Repsol ya no era Greenpeace en la tierra prometida. Poco a poco, se iba sabiendo que más de la mitad de la empresa no estaba en manos españolas y que, de todos los beneficios a nivel mundial, sólo el 25% tributaba en España. Claro, eso enfría los ánimos patrióticos a cualquiera. Las multinacionales que asientan sus posaderas en países como Rusia, China o Argentina lo hacen porque no sólo son países con recursos y salarios bajos, también, y ante todo, son países de "derechos bajos", lo cual es una enorme ventaja para los "contabilizadores" de beneficios. El problema surge cuando tú también quedas atrapado en la ratonera, como es el caso de Repsol.

 La realidad, todavía nos tenía reservado un giro de guión semántico. Tenemos un gobierno adicto al circunloquio y a la perífrasis ocasional, todos los "recortes" que han hecho se han denominado "reformas", a lo sumo, "ajustes". La subida del IRPF ha sido denominada "recargo temporal de solidaridad" y el copago en Cataluña "ticket moderador sanitario". Pero mira tú por donde que, por culpa de este lío argentino, de repente, el gobierno tiene ansia gramatical. De repente, el eufemismo está mal, sobre todo cuando lo utilizan otros. No quieren oír hablar de nacionalizaciones, quieren que se llame a las cosas por su nombre. Que la cosa no es expropiación, que es robo en toda regla.

 Realmente, nadie pone en duda que la expropiación de Repsol es un robo en toda regla, pero sorprende la preocupación por el lenguaje y por el populismo cutre del gobierno argentino cuando aquí el populismo campa a sus anchas y sólo es disimulado, como mucho, hacia el exterior. La rueda de prensa de "Argentina pagará las consecuencias de sus actos" parecía un remake de cuando reconquistamos perejil, ya sabéis...al amanecer... con el viento de poniente... solo que Trillo, en su seriedad, aportaba un toque impreciso de parodia mientras que los dos ministros del otro día, aparentando estrujarse las meninges, parecían los protagonistas de una rueda de prensa de Javier Clemente.

 Menos mal que siempre aparece a tiempo un Barcelona-Real Madrid y ya está.

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