19 noviembre, 2015

Furtivos

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 Enrique Urbizu afirma que el mejor cine negro es el que escarba en los males de la sociedad. En ese sentido, 'Furtivos' es un noir rural. Pocas películas han mostrado con tal sutileza el estraperlo cotidiano y las tripas del franquismo y su realidad hipócrita, corrupta y anestesiada. El retrato de aquella España de crucifijo encima de la cama, gente que transporta cosas en cajas de zapatos atadas con cordel y habitaciones alumbradas por una bombilla desnuda que asoma del techo como una lágrima, tiene la precisión del bisturí. José Luis Borau tenía dos cosas en mente al comenzar a escribir el guion con Manuel Gutiérrez Aragón. Quería contar que la paz de un bosque es solo aparente y que la naturaleza puede ser cruel, violenta y desapacible, pero, sobre todo, tenía claro que deseaba trabajar con Lola Gaos. A menudo se cita al ama de llaves de 'Rebeca', a las dos protagonistas de '¿Qué fue de Baby Jane?' o a la madre de 'Psicosis' como ejemplos de maldad y locura. Todas ellas se esconderían como cucarachas al encenderse la luz ante la presencia de Lola Gaos. Su rostro sarmentoso, esa voz agónica, asfixiada, catarrosa, y el enganche posesivo que tiene con su hijo la sitúan en la cima de cualquier ránking de perturbadas.

 Ovidi Montllor interpreta a Ángel 'el Alimañero', un cazador furtivo solitario y pusilánime dominado por una madre terrible que un día conoce a una chica en el pueblo y se la lleva a casa. Una intrusa. Borau ejerce de Pitágoras en semejante triángulo amoroso y resuelve toda la violencia que se desencadena a continuación con una puesta en escena de concisión y sequedad comparables a las patadas luteranas con que Lola Gaos agasaja a su perro. La secuencia final en la que Ovidi Montllor lleva a su madre a la iglesia para que expíe sus pecados posee la liturgia y el ritmo inexorable del final de 'El padrino', cuando Michael Corleone finiquita a las «cinco familias» mientras asistimos al bautizo de su sobrino. Después de comulgar, tras pasar por el confesionario, la sentencia de muerte de Lola Gaos queda certificada con un «amén». El sonido de las pisadas en la nieve, inolvidable, al volver de misa atravesando el monte, camino de la muerte, y con el hijo detrás, sosteniendo la escopeta de cartuchos, es un prodigio de tensión narrativa. Lola Gaos se arrodilla, de espaldas, y dice: «Hazlo pronto, jodío». Una frase que se agarra a la memoria con la misma resonancia rabiosa de aquel «Milana bonita» de Azarías.


                                                                                  (Publicado en La Voz de Galicia)

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