15 septiembre, 2015

Aguas tranquilas

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 Hay algo en el crepitar de una hoguera que invita al silencio, como si la naturaleza nos recordase que le debemos una actitud humilde. Cualquiera que haya visto a un anciano taciturno, recogido en torno al fuego y mirándolo ensimismado, entiende de qué hablo. Ese misterio primitivo, ancestral, es perfectamente reconocible en 'Aguas tranquilas', una película diminuta e inmensa, apoyada en la sencillez, con gente capaz de entender lo que murmura el viento o el agua, y cuya apuesta, antigua y olvidada en numerosas geografías, es clara: la vida consiste en dejarse acunar por la naturaleza. Cañaverales mecidos por un soplido ondulante, música de cigarras, el sonido del mar -omnipresente en la isla de Amami, donde se rodó este relato- o la brisa en la cara que los dos protagonistas reciben en sus paseos a lomos de una bicicleta, con la misma alegría desenfadada y ligera que poseían los personajes de Truffaut cada vez que echaban a correr (en 'Jules y Jim', por ejemplo), explican sin palabras la historia de esta pareja de estudiantes: Kaito y Kyoko.

 La forma con que Naomi Kawase penetra en territorios tan desbrozados y repetidos como el despertar del amor, el tránsito de la infancia a la madurez o de la vida a la muerte -y estos asuntos aparecen como nuevos ante nuestros ojos, convertidos en algo fresco, distinto-, nos confirma la mirada afilada y la lucidez que atesora esta directora japonesa tan próxima al documental. La escena del fallecimiento de la madre de uno de los chicos te deja con la sensación de que nadie le había hecho una foto a la muerte desde ese ángulo. Captura ese momento de sentimientos en los que no reconoces un diseño previo con una alegría sosegada y la levedad de un hasta luego. Cuenta algo que nunca se había contado así.

 Kawase presenta una isla de tempo lento, escaso frenesí, y poco sometida a los tiempos de la gente de tierra firme, con su «prohibido perder tiempo» y sus leyes de la rentabilidad. Afortunadamente, todavía quedan cineastas que expropian empedrado narrativo y malabarismos estilísticos y construyen armonía. Bandoleros que aún se atreven a sustituir la acción por la inercia.


                                                                                  (Publicado en La Voz de Galicia)

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